Liliana Giménez tuvo las primeras líneas de fiebre el 27 de marzo. No se preocupó hasta unos días después, cuando el termómetro marcó 38°. Llamó a Apross, la obra social que le corresponde por ser docente de la educación pública de la provincia Córdoba. Por los síntomas que tenía -sólo fiebre- le dijeron que no calificaba para coronavirus ni dengue y que tomara paracetamol.
Liliana tenía 44 años, era profesora de Literatura en una escuela rural de Villa Giardino y daba clases en una cárcel de mujeres de Córdoba capital. Estaba casada y tenía dos hijos de 13 y 15 años. Era muy activa. “No se podía quedar quieta”, dice a Cosecha Roja Elizabeth Auras, amiga de toda la vida. Por eso tampoco le dio importancia al dolor en todo el cuerpo: pensó que era por pasar mucho tiempo acostada.
Con los días la fiebre siguió subiendo, a pesar del aumento de la dosis de paracetamol y de los paños fríos que le recetaron por teléfono. Además de sentirse muy mal, Liliana tenía miedo: aún con la fiebre tan alta respetaba a rajatabla el aislamiento obligatorio para que no la multen en la calle pero también porque la aterraba la estigmatización. “Me contaba que en una localidad cercana habían intentado quemar la casa de una persona que supuestamente estaba infectada de coronavirus”, recuerda Elizabeth.
Recién el viernes 3 de abril consiguió que la revisara un médico particular, que le diagnosticó amigdalitis y le recetó una inyección de penicilina. “Gracias Fleming”, puso Liliana al otro día en su Twitter, la red por la que se viralizó su caso. La fiebre bajó y el sábado se sintió bien. El domingo volvió a subirle. Le dijo a Elizabeth, que vive en Misiones y seguía estado de salud vía Whatsapp, que no tenía más ganas de hablar y se fue a acostar.
El lunes 6 de abril empeoró y la internaron en la clínica privada La Falda. Pasó una muy mala noche y el martes 7 a la tarde murió. El test de covid 19 dio negativo. Liliana murió de neumonía.
“Fue una sumatoria de cosas: la ineficiencia del sistema que no te deja ir a la sala para que no contagies, pero tampoco te manda a un médico a tu casa, y la fueron a ver después de una semana”, dice Elizabeth.
Liliana había nacido en Buenos Aires y a los pocos años se mudó con su familia a Misiones. Ahí conoció a Elizabeth, hicieron parte de la primaria juntas y se separaron en la secundaria, pero nunca dejaron de verse y hablarse. A los 16 años, Liliana se mudó a Córdoba para estudiar Letras. Y la amistad siguió: primero a través de cartas y después de viajes y visitas. Este tiempo de cuarentena las mantuvo cerca el whatsapp.