A Nabila Rifo su pareja la golpeó con un bloque de concreto y luego le arrancó los ojos. La dejó tirada en una calle, semidesnuda en invierno. La Corte Suprema de Chile le acaba de rebajar la condena a Mauricio Ortega, condenado por el intento de femicidio: llegaron a conclusión de que el hombre no quiso matarla. La periodista Carolina Rojas siguió el caso de cerca y reflexiona sobre lo que significa el fallo.
Estamos solas mi amiga y yo en ese recuerdo que tengo: ella empuña un pañuelo desechable, estamos sentadas en el borde de su cama y a duras penas me confiesa que fue violada después de una noche de carrete. La abrazo fuerte, porque es lo único que tengo para darle. Me parte el alma y no puedo con su dolor. Tres años después, estamos solas cuando con una compañera de universidad buscamos Misotrol en el mercado negro, no está su novio. Estamos las dos. Ella llora a mares, le digo que todo va salir bien, porque estoy y siempre estaré para ella, se calma un poco, pero por dentro estoy aterrada. Solo espero que la suerte nos acompañe.
Es mayo de 2016, somos un poco más de diez mujeres en la primera vigilia afuera de la Posta Central. Sostenemos carteles, el frío cala los huesos y el viento corre tan fuerte que apaga las velas. Adentro, en la Posta Central, Nabila agoniza, pero se aferra a la vida. Algunas bocinas resuenan en señal de apoyo, pero estamos solas, lo sé.
Ese sentimiento me golpea el domingo en la mañana cuando leo “Vuelco en caso Nabila Rifo” en la portada del diario La Tercera. De ser cierto, se podría rebajar la condena de Ortega de 26 a 18 años de cárcel. El dos de mayo de este año fue formalizado por tres delitos: violación de morada, lesiones graves-gravísimas por la extracción de los globos oculares y femicidio frustrado. Entiendo que es respecto de este último punto, cuatro de cinco jueces concluyeron que no hubo intención de Ortega de causarle la muerte a Nabila. Se cambia la figura de femicidio frustrado por lesiones graves en el contexto de violencia intrafamiliar. Creo que hay un sistema que no funciona y tengo la certeza de la impunidad.
Nabila es una víctima en el desierto. Pienso en la forma en que ella fue abandonada, semidesnuda en medio de la madrugada gélida de nueve grados. Fue golpeada y mutilada pero no basta, persisten las agresiones en su contra y se mantienen también las dudas. Pienso que el mensaje subyacente es una mordaza para las experiencias personales de cada chilena y las que quieran reaccionar ante la violencia. Parece que siempre es así: un paso adelante y dos atrás. Es el poder patriarcal el que seguirá hablando por nosotras, también lo sé.
¿Qué estará sintiendo ahora Nabila? Pienso en ella y en las mujeres que se retractan, en las que callan, porque seguirán callando, también pienso en las que ninguna amiga alcanzó a socorrer: 38 femicidios en lo que va del 2017.
¿Qué pasará con aquellas mujeres que se encuentren en una situación de violencia? Para muchas el hogar es más peligroso que la calle, a la mayoría las mata el tipo que les da el beso de buenas noches y se acurruca junto a ellas.
Primero vimos cómo el Tribunal trató el caso de Nabila, cómo fue cuestionada y ahora esta vuelta de espalda. Entonces, no habrá más que una profunda desconfianza acerca de cómo el sistema opera y es incapaz de protegernos a todas.
Estamos solas en ese consenso social sobre el femicidio, la violencia sexual y el aborto. Ese pacto entre machos que se vuelve violencia institucional en Chile y que condiciona nuestras vidas, nos atrapa y nos mata todos los días un poco. Estamos solas también en esa complicidad de los hombres cuando hay chiste, gesto y normalización de la violencia. No he escuchado una opinión masculina sobre el fallo de los jueces. A ninguno. Bien sabemos, que a veces, la violencia de género se sostiene en el silencio de otros hombres. Esos hombres a veces son mis compañeros de trabajo y mis amigos.
Veo que hay marchas, voy a las marchas, nos organizamos y somos muchas, pero no logramos mover un centímetro esa pared infranqueable de violencia machista, las barreras de tantas estructuras de poder: son los jueces, la iglesia, el Estado y la indiferencia persistente. A las chilenas nos están matando y estamos solas, insisto.
Releo el titular y vuelvo al recuerdo de mis dos amigas. Pienso que quiero estar segura, libre, feliz, pero no me dejan. Quiero que mis amigas estén seguras, libres y felices, pero tampoco lo consiguen. No puedo decirles que dejaremos de ser cosa, usadas, violadas, ni que seremos dueñas de nuestras vidas. No voy a mentirles.
Ser mujer es una tarea titánica que se vive las 24 horas, porque la dominación no es un Godzilla, sino un engranaje sutil y efectivo en el exterminio y la disciplina. Esta sola la niña que aprende a cuidarse en la micro camino a la escuela, sola la madre machacada en la cocina, mientras los varones le dan al intelecto en la sobremesa y vuelvo a sentirme sola con la misma respuesta de al menos tres colegas mayores: “Yo jamás he sido discriminada por ser mujer”.
No conozco a Nabila, pero he experimentado la violencia machista, más de lo que me atrevo a contar y en dosis. Y el veneno en dosis también mata. No he hablado con Nabila, pero le diría que he visto amigas destruidas por Cupido y, que al igual que con ellas, nada de lo que pasó fue su culpa.
Nabila, lo único que sé es te creo y te seguiré creyendo. Sé también que las “solas” seguiremos siendo miles y que la lucha siempre encuentra un adversario. Hoy, ese adversario, nos teme.
Simplemente espero que un día, todas juntas, logremos ser felices.