Nerea, la niña trans que se hizo cuento en Ecuador

Nerea vive en España con sus padres adoptivos. Su mamá es ecuatoriana y su papá es vasco. Carlos Flores reconstruye su historia y las dificultades que pasan las infancias trans para tener derechos y el reconocimiento de la identidad autopercibida en Ecuador.

Nerea, la niña trans que se hizo cuento en Ecuador

27/09/2021

Por Carlos E. Flores

La pandemia impone sus ritmos: imposible tener una reunión presencial. La tarde de un domingo de julio la niña se sentó frente al computador mientras su padre, Jokin, ajustaba la cámara y los micrófonos. Sus cabellos largos y castaños tenían una diadema similar a una trenza que rodeaba su cabeza de izquierda a derecha, sus ojos tranquilos miraban a la cámara, aunque sin perder de vista al padre y, de cuando en cuando, ella se mordía el labio inferior. Nerea, como se llama, tiene 12 años. Cuando ella tenía tres fue adoptada por Jokin y Marcela en País Vasco (España), donde han decidido hacer su vida como familia.

Nerea (Mía, en euskera) fue el nombre que Andy se escogió cuando decidió “salir del clóset”. Pero eso ocurrió con los años. La primera vez que conocieron a Andy, Jokin lo registró en un video: el niño entró a la habitación con un cochecito y una muñeca entre sus manos. Esa primera imagen no fue indicio de nada, recuerda Jokin. Los futuros padres, por el contrario, tenían la emoción al tope ya que, al agotar todas las opciones para tener hijos, el camino de la adopción materializó ese sueño acariciado por muchos años.

Marcela cuenta que, con el pasar del tiempo, empezaron a notar varias cosas. Por ejemplo, el hecho de que Andy durmiera con su muñeca Alice todas las noches. O que le gustaba jugar a la casita donde siempre asumía el rol de mamá. O, cuando llegaba la fiesta de Halloween, se disfrazaba de princesa o de bruja. En casa, usaba los vestidos y los zapatos de Marcela. Y en ocasiones, cuando iba al colegio, usaba una bufanda en la cabeza, como si fuera su cabello largo.

Entonces, ese primer momento que quedó grabado en un video ya era un signo de lo que Andy vivía por dentro, dice Jokin. Tanto Marcela como Jokin cuentan que si bien le inducían para que hiciera cosas de niños tampoco le decían que no a los roles de niña que manifestaba en sus juegos o en los espacios que compartía con sus amigas. “No somos tan exageradamente conservadores como para no entender que un niño también puede jugar con muñecas o una niña con un balón”, dice Jokin.

Y es que un niño de tres o cuatro años vive bajo una represión muy fuerte cuando no le reconocemos lo que siente, piensa Jokin. “Además, infringir la norma es más peligroso cuando uno es adoptado porque ya tiene la experiencia del abandono y no quiere sufrirlo nuevamente”.

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Un día, cuando tenía nueve años, Andy asistió a una cita con el oftalmólogo con una bufanda en la cabeza, en el colegio donde trabaja Jokin. Al salir de la cita, una niña se le acercó a Jokin y le dijo: “Él se pone eso en la cabeza porque quiere ser una niña”. Andy, al sentirse señalado, rápidamente dijo, “solo estoy jugando”.

Cuando subieron al auto Marcela le dijo con tranquilidad: “Dime con confianza, hijo, qué sientes, qué sucede”. Entonces, él respondió: “Mamá, lo que pasa es que a mis amigos les digo que soy chico, pero yo soy una chica”.

Ambos recuerdan que la confesión de Andy produjo sentimientos encontrados, pero en ese momento pudo más el sentimiento superior: queremos su felicidad. Jokin dijo que Andy llevaba reprimiendo eso por seis años y este era el momento en que se liberó, “en que sale del clóset, una terminología que se usa en la vida adulta cuando ya han vivido muchos años de sufrimiento”.

Marcela y Jokin creen que Nerea con ellos encontró la apertura necesaria para poder revelar sus sentimientos. Es un aspecto que Edgar Zúñiga, de la Red Ecuatoriana por la Diversidad LGBTI, destaca cuando se trata de infancias trans. El especialista sostiene que, desde la perspectiva de la sicología del desarrollo, la construcción del yo se produce en niños y niñas entre los tres y los seis años de edad.

A esa edad niños y niñas evalúan si el entorno es favorable para evidenciar su identidad de género. Zúñiga explica, por ejemplo, que un niño que juega con muñecas espera la respuesta verbal y no verbal de los padres. Si es que le prohíben o le sancionan, el niño se reprime. Esto ocurre porque hay una necesidad de pertenecer y ser leal a una familia.

El niño se sacrifica a sí mismo por hacer feliz a los padres. Eso es lo que vas a encontrar en la mayoría de las personas trans que vivieron reprimida su infancia”, dice Zúñiga, quien ha trabajado con un promedio de 400 personas trans adultas que le contaron la infancia que vivieron.

La historia de Nerea se reflejó en un cuento que lleva el nombre de “Dizdira y Adarbakar, una historia para muchas noches”. Ella inspiró a Lola García, su tía. Lola, con una amplia experiencia en el campo de producción radiofónica popular en Ecuador, compartió la idea a Jokin y a Marcela para escribir esta historia. Noche a noche, Lola iba conversando con Nerea e iba hilando a los personajes.

El cuento se presentó en Ecuador el 24 de julio de 2021 en el Día de Integración LGBTIQ+ que se hizo en el Centro de Arte Contemporáneo (CAC). Sybel Martínez, directora del Grupo Rescate Escolar y vicepresidenta del Consejo de Protección de Derechos de Quito, dijo en el evento que la niñez trans no es el producto de una crisis familiar o del abuso sexual, como se cree. “Es simplemente la expresión de la diversidad humana”. Jokin, por su parte, enfatizó que si amamos a nuestros hijos no podemos reprimirlos “y obligarles a ser lo que no son”. Por eso es necesario -concluyó Lola García– que este cuento se lleve a otros formatos multimedia para que los papás y las mamás “lean esta historia abrazados a sus hijos e hijas que nacieron con un género con el que no se identifican y que están buscando expresar su verdadera identidad”.

En Ecuador la primera niña trans que logró inscribir su nombre que corresponde a su identidad de género en su cédula de identidad fue Amada. El proceso comenzó en enero del 2017 y tuvo que encausarse legalmente hasta lograr que el género autopercibido quede en la cédula: fue en noviembre del 2018 cuando se cumplieron 21 años de la despenalización de la homosexualidad en el país.

Sin embargo, el camino no está del todo despejado. Christian Paula, de la Fundación Pakta, explica que aún “en los sistemas de identidad del Ecuador y del Registro Civil Amada aparece como niño”. Esto se explica porque luego de que obtuviera la cédula, el Registro Civil apeló y obtuvo una sentencia favorable de manera parcial. En cierta forma esto significó un candado que no permite que otros niños y niñas trans puedan lograr lo que hizo Amada.

Paula recuerda el caso de Bruno Paolo Calderón. Se trata de un hombre adulto transgénero ecuatoriano quien el 2017 recibió una sentencia favorable de la Corte Constitucional con el reconocimiento del cambio de nombre y sexo en sus documentos personales. Como medida de reparación, la Corte le dio un año a la Asamblea Nacional para que realice las reformas que considere necesarias para evitar la vulneración de derechos.

“Han pasado cuatro años y no se han hecho estas reformas. El caso Bruno Paolo permitiría que las personas trans no tengan límite de edad para acceder al cambio de datos en sus documentos, tampoco que necesiten dos testigos -que es la parte más vulneratoria de derechos- y que el cambio no sea por una sola vez. La autopercepción es cambiante”.

Ecuador es el primer país que utilizó la Opinión Consultiva 24/17 de la Corte Interamericana de Derechos Humanos en decisiones judiciales para el reconocimiento de derechos de las diversidades sexuales (que incluye a niños, niñas y adolescentes transgéneros).

Otro aspecto tiene que ver con la vida en el ambiente educativo. Jokin y Marcela, por ejemplo, cuentan que en País Vasco existen protocolos sobre la niñez y adolescencia transgénero en las escuelas y colegios. Pero el bullying no deja de estar presente. Nerea recuerda que un muchacho en el colegio la llamaba con su antiguo nombre y le decía maricona. O se burlaba de ella al decirle a sus amigos que si le bajaban el pantalón verían que ella tiene pene. Las agresiones duraron algunos días hasta que los padres de Nerea hablaron con el muchacho.

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En Ecuador no se pudo conocer qué acciones desarrolla el Ministerio de Educación. O si se manejan estadísticas sobre casos de bullying y cuál es la proporción de niños y niñas trans en los centros educativos. El único instrumento que se conoce es la Guía de orientaciones técnicas para prevenir y combatir la discriminación por diversidad sexual e identidad de género en el sistema educativo. Es una herramienta que el Consejo Nacional para la Igualdad de Género (CNIG) presentó junto con el ministerio en el 2018. El CNIG ha realizado algunos talleres para socializar esta guía con los docentes para que la puedan implementar. Como parte de sus acciones debe dar seguimiento al Ministerio para ver el avance de esta guía, algo que no ha hecho por las restricciones de la pandemia.

Este silencio institucional del Ministerio no ayuda a los miedos que existen en la sociedad para hablar sobre niñez y adolescencia transgénero, un tema que no es nuevo. “Ahora son realidades más audibles”, dice Edgar Zúñiga. Y agrega que aunque poco a poco puede haber una realidad donde los niños pueden vivir su identidad sexual acorde a cómo se perciben, aún hay un ambiente transfóbico o transodiante. Este ambiente hostil llega a los oídos de los niños y niñas y permite que se inhiban y que sus voces se hagan inaudibles.