Al menos 133 niños y adolescentes han sido agredidos física y psicológicamente en los últimos años por la policía chilena. Su delito: pertenecer al pueblo mapuche. Así lo revelan las denuncias ante el Poder Judicial, en investigaciones que en algunos casos son calificados como tortura.

Por: Sebastián Silva Balcazar y Yasna Mussa. Fotos: Víctor Ruiz Caballero

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Hace cinco meses que Samuel vive con cinco perdigones incrustados en su pierna izquierda, uno de ellos a milímetros de la rótula, otro muy cerca de su arteria femoral. A sus 14 años, Samuel es uno más de la larga lista de niños, niñas y adolescentes mapuche que han sido agredidos por las fuerzas de seguridad del Estado chileno, ingresando involuntariamente a un círculo de violencia que suma siglos esperando el término de un profundo conflicto político.

Según documentos oficiales que el Instituto Nacional de Derechos Humanos (INDH) ha presentado ante el Poder Judicial, al menos 133 niños o adolescentes mapuche han sido agredidos de múltiples formas por parte de la policía uniformada entre 2011 y lo que va del 2017. Cifras que solo incluyen los hechos denunciados, pues según el propio INDH hay un número indeterminado de casos que nunca conoce la luz pública y se pierden en los campos y bosques del sur de Chile.

Un equipo periodístico estuvo durante tres semanas al corazón de la Araucanía chilena para tomarle el pulso a la situación y se encontró con múltiples relatos de menores que han sido víctimas de la violencia policial, como lo muestra este reportaje publicado en la plataforma de periodismo investigativo latinoamericano CONNECTAS.

Uno de ellos era Samuel, quien se refugió en sus cuadernos de dibujo tras una violenta incursión de los carabineros en su hogar. En el relato gráfico un policía apunta con una enorme arma a dos niños diminutos y un tanque imponente encañona desde un extremo. Los trazos inseguros y los colores desbordando las líneas delatan una imagen pueril, sin pretensiones. Casi todas las páginas de esa libreta repiten la escena: de un lado, Carabineros de Chile -pacos, como se les llama de forma coloquial- y del otro, mapuches. La ropa que visten, sin mayor esfuerzo, los delata como policías. Su autor apenas tiene 5 años y, como la mayoría de los niños y niñas de su edad en cualquier lugar del mundo, él dibuja lo que ve. Sus experiencias y emociones que se pueden ver acá.
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Francisco vio cuando le dispararon a Samuel, uno de sus hermanos mayores. Su madre lo había escondido en el baño junto a Natividad, su hermana de 8 años. El allanamiento fue rápido y agresivo, por lo que no dio tiempo de reaccionar con mayor agilidad.

“Pasaron por un camino por aquí, corriendo como en una fila, corriendo y disparando, corriendo y disparando. Al que tocaba, tocaba”, dice Guillermina Toro, madre de los niños.

El tiro que alcanzó a Samuel fue percutido a menos de siete metros de distancia, por lo que para la defensa del niño resulta al menos sospechoso que el efectivo policial, entrenado para manipular su arma de servicio, no lo haya visto antes de disparar. Luego, por sus propios medios, Samuel entró a la casa y se sentó en el pequeño sofá rojo de su sala. Guillermina, preocupada entonces por Natividad y Francisco, que lloraban escondidos en el baño, no se percató de las heridas de Samuel. No fue hasta que le bajaron el pantalón, que vieron el daño que le habían propiciado a su pierna.

Imágenes de guerra  en medio del apacible sur chileno. A solo unos kilómetros de allí, nadie podría imaginar el despliegue de helicópteros, camionetas, tanquetas, drones y la fila de efectivos policiales ingresando a las casas portando fusiles, chalecos antibalas y escudos, según consta en el relato de la familia Torres Toro.

A más de 800 kilómetros al sur de Santiago, la IX Región de La Araucanía es el escenario de un conflicto iniciado hace 400 años. Desde las fracasadas campañas militares emprendidas por España hacia el sur del río Bío-Bío, pasando por la guerra de recursos y exterminio reconocida oficialmente por el Estado como la “Pacificación” en el siglo XIX, el pueblo-nación mapuche continúa enarbolando banderas de autodeterminación política.

Una de las puntas de lanza de las comunidades mapuche es la recuperación de sus tierras ancestrales. Una reivindicación que entra en pugna directa con influyentes grupos de poder en Chile, particularmente con aquellos núcleos empresariales que tienen intereses en la industria forestal.

La marginalidad y violencia a la que ha sido sometido el pueblo mapuche, que equivale al 23 por ciento de la población regional, cercana a las 870 mil personas, fue reconocida de manera inédita por la Presidenta Michelle Bachelet el 23 de junio pasado. En el anuncio de un plan de desarrollo regional, la mandataria pidió perdón:

“Hemos fallado como país, y por eso hoy estoy aquí. En mi calidad de Presidenta de la República, quiero solemne y humildemente, pedir perdón al pueblo mapuche, por los errores y horrores que ha cometido o tolerado el Estado en nuestra relación con ellos y sus comunidades”.

El INDH ha jugado un rol protagónico a nivel local. Desde finales de 2011 que observa los sucesos que se desarrollan en la región y en 2015 instalaron su sede. La violencia contra la infancia mapuche ha estado presente en todos sus informes anuales, que describen la situación nacional en cuanto al respeto de los derechos humanos.

Algunos testimonios recopilados para esta investigación apuntan a un trato vejatorio hacia niños y niñas expresados en la discriminación y estigmatización de su identidad. Son tratados de “mapuchones”, “indios”, “cochinos” y “flojos” durante los procedimientos policiales como se detallan acá.

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El jefe regional de la Sede Araucanía, profesor y licenciado en Historia de la Universidad de Chile, Federico Aguirre, explica la dimensión política del conflicto: “Tenemos un conflicto que tiene un componente identitario, un componente económico de exclusión y uno político que no es resuelto ni encarado por el Estado. En ese contexto está la función policial”, explica Aguirre, quien además apunta a las autoridades, “a mí no me parece correcto ni justo responsabilizar a Carabineros, como institución, del deterioro de la convivencia en este territorio. El deterioro de la convivencia es consecuencia de la acción y omisión del Estado, del Poder Legislativo, del Ejecutivo, de sus políticas y la sociedad. Son déficits históricos que se arrastran por largos años”.

Carla Hormazabal, psicóloga que trabaja en la Oficina de Protección de Derechos de la Infancia en Tirúa, describe un contexto similar: “Uno puede ver cómo influye el proceso histórico en relación al pueblo mapuche y cómo, por ejemplo, lo han despojado de su cultura. Ves síntomas muy distintos que responden a la etapa evolutiva y edad que tengan los niños, según eso van a ser distintas manifestaciones emocionales. Está la línea de estrés postraumático que es evidente, la alteración de sueño, pesadillas, sobre todo en los más pequeños. Se da esto del terror nocturno. Por ejemplo un niño de tres años decía a cada rato que iban a matar a su papá”.

“Hay algunos niños que les da enuresis, que es que se hacen pipí. Eso en el fondo es un síntoma de que, al no poder expresar todas las ideas en esta etapa de configuración de su mundo, se hace corporal, un síntoma de temor a que vulneren su integridad”, dice Hormazábal. El drama de los niños mapuche, es desafortunadamente copia con algunos variaciones de lo que sucede con algunos otros pueblos originarios en las Américas.

Este reportaje fue realizado por Sebastián Silva Balcazar y Yasna Mussa, con la fotografías de Víctor Ruiz Caballero en alianza con CONNECTAS, para Ruta 35  y El Desconcierto.-