Cuando Lulú tenía poco más de un año y empezaba a pronunciar las primeras frases compuestas, le dijo a su madre hasta el cansancio una afirmación que la enfrentó con la ley: “Yo nena, yo princesa”. Según la explicación que Gabriela Mansilla repitió frente al Registro Nacional de Personas, el Poder Judicial y los médicos que se cruzó en el camino, Lulú había sido anotada en los documentos con una identidad de género que no coincide con la autopercibida. Ahora, que su hija tiene 13 y un DNI acorde, Gabriela se encontró con el desafío de conseguir una atención de salud integral que la entienda sin patologizar:
–Me tocó hacerle un chequeo general y cada vez que la revisaron tuve que dar una explicación acerca de su género y los derechos que le garantiza la ley. Si la llevo a la oculista no le digo que es trans, si tiene que ir a la dentista tampoco: porque no es algo que vaya a influir en la atención de esa especialidad –dice Gabriela en su casa de Merlo, a 42 kilómetros de la Ciudad de Buenos Aires, distancia que le complica aún más llegar a los servicios especializados que están funcionando.
Después de haber publicado el libro “Yo nena, yo princesa”, donde cuenta su experiencia como madre de la primera niña trans que modificó su DNI, Gabriela empezó a recibir a diario mensajes de familias que se sentían identificadas con su historia.
–La cantidad de gente que me escribió para decirme “no sé para dónde ir” empezó a multiplicarse. En un momento éramos tantos que dije hagamos un grupo de WhatsApp y compartamos lo que nos pasa entre todos. Pero al tiempo pensamos que nuestros niños se tenían que conocer, que no era suficiente que jugaran en soledad con una muñeca a la que le ponemos pene de porcelana. Que sería bueno que jugaran entre pares.
A mediados de 2017 estas familias empezaron a reunirse con una frecuencia mensual: lxs padres y madres por un lado y lxs niñxs por otro junto a profesores y profesoras de teatro, expresión corporal y psicólogxs. La Asociación Civil Infancias Libres fue creciendo y este año presentó el primer informe sobre las distintas experiencias de todas las infancias trans que transitaron por la Asociación, desde momentos previos a su conformación como grupo, hasta la actualidad. Para eso hicieron encuestas con las madres, padres y responsables de lxs niñxs entre junio 2018 y junio 2019, en las que se indagó sobre temas vinculados con las propias niñeces, los primeros momentos donde expresaban sus sentires, y cómo fueron recibidos por las distintas familias.
Todos los datos tenidos en cuenta pertenecen a menores de 18 años: el 17% tiene entre 4 y 5 años, el 56% entre 6 y 11 y el 27 por ciento restante tiene entre 12 y 17. Al focalizar en las primeras manifestaciones de la autopercepción del género distinto al asignado al nacer la edad promedio fue 5 años.
Según el informe, “lxs niñxs que se autoperciben dentro de una feminidad trans, tienen mayor probabilidad de expresar su disconformidad en edades más tempranas, entre 1 y 4 años (59%). Mientras que quienes se autoperciben dentro de una masculinidad trans tienen mayor probabilidad de realizarlo entre los 5 y 8 años (45%)”.
Según el informe las prácticas más comunes para expresar el sentir interno y manifestar la disconformidad con el género asignado al nacer y reforzado a partir de las distintas acciones a las que lxs adultxs lxs expusieron están fuertemente vinculadas con el uso de vestimenta del género contrario al asignado (83%), es decir el género autopercibido. Así como también un fuerte rechazo al género asignado (77%) y el uso de accesorio / cosméticos relacionados con el género autopercibido (65%). También se presentaron prácticas vinculadas con la manifestación a través de dolencias de índole orgánicas o físicas (39%), otras estrategias referidas al uso de pronombres personales (40%) o no responder al nombre elegido por sus padres (15%).
Entre masculinidades o feminidades trans no se explicitaron a priori diferencias en las distintas estrategias manifestadas por lxs menores en lo que respecta a la expresión de su autopercepción de género. Pero sí se observa que algunas prácticas son menos comunes entre las masculinidades trans:
Al focalizar en las manifestaciones a través de dolencias de índole orgánica o física, se divisó que estás guardaban cierta regularidad entre lxs integrantes de la Asociación Infancias Libres:
Otro tipo de manifestación significativa son las pesadillas, lxs adultxs dijeron que el 38% de sus hijxs tuvo pesadillas recurrentes, principalmente entre las feminidades trans, aunque disminuye entre las masculinidades trans (19%).
El informe de Infancias Libres también preguntó sobre las reacciones de los distintos grupos familiares frente a las manifestaciones de la autopercepción de género de sus hijxs:
En cuanto a la cobertura médica de las familias, las de mayor incidencia fueron la medicina prepaga a través de obra social (39%) y los hospitales públicos (32%).
La psicología fue la principal rama de la salud a las que las familias recurrieron en busca de ayuda para comprender y poder ayudar a sus hijxs (75%). Mientras que se ubica en segundo lugar la pediatría (42%), siendo un poco menos común la consulta psiquiátrica (15%). Aisladamente, se observa que las familias recurrieron a especialidades como neurología (2%), endocrinología (2%) y psicopedagogía (1%).
Entre sus conclusiones el informe de Infancias Libres habla de la importancia de reparar en que las prácticas actuales más comunes para adaptar la corporalidad continúan presentándose como riesgosas para las personas trans adultas. “Las intervenciones quirúrgicas y los tratamientos de hormonización, si bien a partir de la Ley de Identidad de género dejaron de ser clandestinas, siguen siendo riesgosas, principalmente por desconocer los efectos a largo plazo. Estas prácticas se encuentran potenciadas por la presión social que existe en todas las personas por expresar distintos ideales de bellezas que son impuestos socialmente”.
El llamado de estas madres y padres es en definitiva que sus hijxs puedan conectar con el deseo vital sin sentir el trauma de la exclusión: “Es primordial para que las futuras generaciones de personas trans comiencen a tener una perspectiva sobre aceptar su propio cuerpo tal cual es. Que la sociedad respete y pueda visualizar distintas corporalidades, logrando entender la que la construcción identitaria no está fundamentada en la genitalidad”.
Debatir los cánones de belleza, las demandas que el sistema laboral reclama a los cuerpos y la presión normalizadora que ejercen las instituciones, es también una cuestión de salud.