Norita en lugares: en el escenario del último 8M, con los trabajadores del Hospital Posadas y los de Pepsico, con Lula en Brasil, con los Maldonado en Esquel, en la ronda de los jueves en Plaza de Mayo, jugando al fútbol frente al Congreso por la visibilidad lésbica, escrachando a Etchecolatz en Mar del Plata, con el pañuelo verde y el pañuelo blanco, en la puerta de una una comisaría de madrugada esperando noticias después de una tarde de represión policial. Norita parece que está en todos lados. Norita como una Wally de los derechos humanos. No está clonada: maneja su agenda en una libreta chiquita que llena con birome. Los fines de semana está con su familia y aprovecha el tiempo para cortar el pasto de su casa de Castelar. Cada vez que la llaman para combinar una entrevista dice: “llamame la semana que viene tarde, ¿a las once de la noche vos dormís?, ésta es imposible, tengo muchas cosas que hacer”.
Norita Cortiñas se llama Nora Irma Morales y nació el 22 de marzo de 1930. Su familia era catalana y tuvo cuatro hermanas mujeres. Hizo hasta sexto grado, empezó el secundario pero se puso de novia con Carlos Cortiñas y abandonó. Se casó a los 19, en 1950, y el 52 nació su primer hijo, Carlos Gustavo. En el 55 nació Marcelo. En una nota dijo una vez “mi marido era muy machista, no le gustaba que yo trabajara de otra cosa que no fuera atender la casa”. Criaba a sus hijos y era modista, cosía para afuera y daba clases de costura. En la casa no se hablaba de política.
El primero en llevar el tema a la mesa familiar fue Gustavo, que empezó a trabajar en el ministerio de Economía, como su padre. Le pidió a una compañera que lo llevara a la villa 31, donde ella militaba, y ahí se vinculó con el padre Carlos Mugica. En la 31 conoció a su novia, Ana. Se sumó primero a la JP y después a Montoneros. Se casó y tuvo un hijo, Damián. Nora lo vio por última vez el domingo de Pascua de 1977 en la terminal de micros de Mar del Tuyú. Los Cortiñas, sus consuegros y Ana y Carlos habían pasado ese fin de semana juntos. Lo secuestraron unos días después, la mañana del 15 de abril, en la estación de tren de Castelar.
La primera vez que Eduardo Nachman vio a Norita Cortiñas, ella lo echó de la Plaza de Mayo. Norita era más o menos como ahora, chiquita y muy decidida: se le fue encima y lo corrió como pudo. Lo hizo para protegerlo, porque a fines de 1977 Eduardo era muy joven y no había nada más peligroso en la Argentina del terrorismo de Estado. “En esos tiempos, los hombres que iban a la plaza, generalmente los esposos de las madres, que eran muchos, por seguridad esperaban atrás de las columnas del Cabildo o del Ministerio de Economía o en la Catedral”, cuenta Eduardo. Su papá, Gregorio Nachman, había desaparecido en Mar del Plata un año y medio antes, en junio de 1976.
Eduardo y Norita tienen varias fotos juntos, pero en febrero una se hizo viral: están en Mar del Plata, cerca de la casa de Miguel Etchecolatz, que ahora volvió a la cárcel pero en esos días disfrutaba de su prisión domiciliaria en su casa del Bosque Peralta Ramos. En la foto, Eduardo maneja su moto vestido de negro de pies a cabeza y atrás, con camisa y el pañuelo blancos, va Norita, agarrada a él. “No es la primera travesura que hace”, dice Eduardo. “Una vez me preguntaron si yo era el loco que la subí y yo dije que soy el loco que obedeció: fue ella la que me dijo ‘vamos’ y se subió”.
Entre aquel primer encuentro en 1977 y ese viaje en moto en 2018, Eduardo y Norita se vieron muchas veces más: en las rondas de los jueves, en las marchas, en los escraches de HIJOS. Viajaron juntos a Chiapas al Festival de la Digna Rabia en 2008 y compartieron casa con Liliana Daunes: celebraron el año nuevo en un caracol zapatista, bailaron, volvieron tarde por las calles empinadas de San Cristobal y Norita se negó a que llamaran un taxi. En ese viaje ella presentó “Los otros cuentos”, un libro con relatos del subcomandante Marcos que había editado la Red de Solidaridad con Chiapas. Estaba contenta de conocer de cerca esa experiencia de contrapoder. Buscó souvenirs para su familia y después empezó a querer volverse. En Buenos Aires hacía mucho calor y tenía que regar las plantas.
Daunes, locutora y periodista feminista, la había conocido en las primeras marchas a finales de la dictadura. Se terminó de acercar a ella en 1989, cuando Nora viajó a Rosario al IV Encuentro Nacional de Mujeres. “Norita iba junto con otras madres y otras mujeres de movimientos de derechos humanos informando sobre los indultos. Parábamos en el mismo lugar y compartimos mucho: desayunos, cenas, reflexiones, incluso la peña”, cuenta Liliana. A su vuelta, escribió un artículo para Página 12 en el que hablaba de Nora sin delatar su apellido. “Yo dije ‘Nora, permanente defensora de los derechos humanos, que a sus 59 años llegó a la conclusión de que la virginidad es un mito’. Habíamos compartido -y yo la observé- un taller de sexualidades y ella entró para informar sobre lo que iba diciendo de taller en taller, el pedido de que el ENM se declare contra los indultos, pero se fue quedando y en un momento hizo una pregunta. Y antes y de a poquito se fue sacando el pañuelo. Como que fue ella misma reconociéndose en otro lugar. Después yo comenté la nota en la radio y ella después me dijo, cagándose de risa, ‘me trajiste un problema con mi marido’”.
El 30 de abril de 1977, quince días después de la desaparición de Gustavo, Nora se juntó en la Plaza de Mayo con otras madres que también buscaban a sus hijos. Los primeros meses estuvieron paradas, pero la policía las hacía circular. “Desde el principio siempre fuimos mujeres. Quizás, el horario elegido no permitió que los hombres nos acompañasen por sus obligaciones laborales ¿Por qué elegimos jueves? Fue una decisión azarosa. Una madre contó que en la tradición popular los días que se escriben con R traían mala suerte: entonces quedaba sólo lunes y jueves”, contó en una entrevista para el libro Historia de las Mujeres en Argentina. “El primero era imposible ya que nosotras teníamos tareas pendientes del fin de semana por ser amas de casa . Por ejemplo, lavar la ropa. Entonces decidimos por el jueves. Y en cuanto a la hora, se eligió el momento de mayor concentración de gente justo a la salida de sus oficinas. Así fue nuestro comienzo: rondar los jueves a las 15,30”
Ahora, todos los jueves después de la ronda camina hasta el bar La Nueva Embajada, sobre Avenida de Mayo, para tomar una cerveza con papas fritas. Mirta Israel – hermana de Teresa Israel, militante y abogada de la Liga Argentina por los Derechos del Hombre, desaparecida en 1977- es parte del grupo que se junta en el bar y muchas veces la vio irse al baño antes de que llegue la cerveza para sacarse el pañuelo, peinarse los rulos blancos y pintarse los labios. “Norita es una joven en el cuerpo de una mujer grande: su espíritu, su cabeza, es de alguien joven. Es joven en el sentido de que a la edad que tiene supo aceptar transformaciones y supo cambiar y entender que hay otras cosas que antes no reconocía, como todo el tema del feminismo, que está empezando a entender y a apropiarse de esas ideas”.
Siempre habían estado cerca, pero Mirta siente que ella se acercó más en 2006, 2007, cuando entendió que la voz de Norita era una voz de autonomía frente a los gobiernos y al Estado, “como debe ser la autonomía de cualquier organismo de Derechos Humanos”. “Norita cada vez que hay un conflicto está ahí, parece clonada, pero es que ella está en todas partes y creo que eso también sostiene esa energía, ese estar pegada a las luchas, a lo que está pasando es lo que la sostiene”, dice Mirta. En los ochenta, por sugerencia de unas alumnas de la escuela de Pichón Riviere, Nora empezó a estudiar psicología social. Tardó unos años, dejó cuando se hizo el Juicio a las Juntas porque no tenía tiempo de leer, hasta que un tiempo después se recibió. “Creo que eso le abrió esa cabeza, empezó a formarse como persona y asumió plenamente esto de ser sujeto de la historia, un sujeto crítico, pensante. Eso habla de ella y de su personalidad y de no acomodarse. El acomodamiento es algo que te aplasta y creo que por eso Norita siempre está vital”.
Una tarde de 1978, Nora se metió en la Quinta Seré, en Morón, donde funcionaba un centro clandestino de detención, la Mansión Seré. “Empezó a caminar y se empezó a meter en lo que era la parte del predio. La paran los militares y se hizo pasar por una persona que estaba buscando una propiedad para comprar. ‘Mi primo me dijo que esta casa la quieren vender’… ella insistía y llegó hasta donde pudo, a ver si escuchaba algún grito, a ver si escuchaba algún lamento porque estaba segura -y estaba en lo cierto- que ahí había personas en cautiverio”, cuenta Hermann Von Schmeling, que escuchó esa historia muchas veces de boca de Nora pero también de su amiga y Madre, Pepa Noia, que le decía que estaba loca por hacer algo así.
Hermann tiene a su papá y a su hermana desaparecidos y si le piden que cuente algo sobre Nora piensa en su excursión a la mansión Seré y en el modo en que ella se quebró en un acto del ministerio de Economía en el 2014, al que fueron juntos. Ese día, ella recordó cómo su marido se encerró en su oficina del ministerio, donde trabajaba, para pasar a máquina la primera solicitada que Madres y familiares lograron publicar en diciembre del 78 en el diario La Nación.
Sergio Maldonado y Andrea Antico la conocieron el 8 de agosto pasado en Bariloche. Santiago, el hermano menor de Sergio, llevaba 7 días desaparecido. Esa noche, cenaron hasta tarde y al otro día tenían que viajar a Esquel, donde estaba el juzgado que investigaba la desaparición. Sergio y Andrea sugirieron salir a las 6. “No”, dijo Norita. “Salimos a las 4. Tenemos que salir temprano porque si pinchamos un neumático o nos pasa algo en la ruta vamos a llegar tarde y nosotros tenemos que estar temprano cuando abre el juzgado”, se impuso. Lograron negociar y salieron a las 5. “Así empezó la relación con Norita y de ahí no cortamos más”, cuenta Sergio desde Bariloche. “Después fue a la casa de mis viejos y yo cada vez que voy a Buenos Aires la voy a ver, la acompañamos en la plaza a la ronda de los jueves, me llama por teléfono y me manda un reto de vez en cuando. Yo la quiero muchísimo, para mí es una abuela más y debería llamarse Norota, porque es gigante”. Andrea cree que su presencia fue determinante para afrontar los meses de búsqueda de Santiago: “Ella siempre estuvo y está presente, todo el tiempo apoyándonos, diciéndonos que había que luchar, que no hay otra forma. Sin el apoyo de Norita hubiera sido difícil todo esto, ella está con nosotros pero en realidad está con todos”.
En Morón siempre fue un ícono: Norita es la madre de la zona oeste. Alejo Rivera la conoció en 2003, cuando varias organizaciones hicieron un escrache a la Reserva de Inteligencia de la Fuerza Aérea, que estaba a la venta en Morón. Después también estuvieron juntos en el Ingenio Ledesma, en Jujuy, en un acto donde Nora leía las adhesiones y lo cargaba porque no le entendía la letra. El 26 de junio de 2003, cuando se cumplía un año de la masacre de Avellaneda, armaron un plan con ella, que los dejó pasar a él y otros compañeros para hacer un escrache en un salón lleno de funcionarios. “En la zona oeste siempre la tomamos como una referencia de coherencia, actitud, de estar en todos lados, de escucharla y aprender de ella, que es feminista, es Madre de Plaza de Mayo, es luchadora y las luchas de hoy las puede hilvanar con lo que pasó en la última dictadura”, dice Alejo. “Norita no para, es una tromba incansable: todos esos chicos muertos por la represión o por las balas de la policía ella los siente como Gustavo, como su propio hijo, y entiende que la lucha que no pudo terminar Gustavo la sigue ella”.
Norita no para, pero sí se cansa. “Ayer fui al médico”, dice a veces, “porque yo también soy humana”. No le gusta que la ayuden, ni que la tomen del brazo o le carguen su mochila. Tampoco le gusta tanto sacarse fotos con desconocidos en la calle. Sabe el poder que tiene su presencia y aunque pareciera que está en todos lados, lo cierto es que la dosifica. Norita está donde cree que tiene que estar.
Margarita Pinto es del Oeste, como Nora, y ya no se acuerda cuándo la conoció pero sí que la primera vez que compartió un rato largo con ella fue en Jujuy, adonde viajaron para recordar el apagón. “A la noche, noche después de las actividades nos juntábamos a charlar con Elsa Pavón, Mirta Baravalle y Nora. Con ella es muy lindo compartir esos momentos de relax, nos juntamos en una gran mesa a charlar de muchas cosas…entre vasos de cerveza, porque a ella le gusta mucho, igual que el vino: ella dice que cuando se muera mas vale que haya vino en su velorio”. Hace años que son amigas y Margarita dice que ella la vio crecer políticamente: aprender a analizar lo que pasa, elaborar una mirada propia y clara y nutrirse de la mirada de los demás. Todo eso, muchas veces, rapidísimo. Como viven cerca, suelen ir y volver juntas desde el Oeste hasta Capital, otras veces Margarita la encuentra de casualidad en la línea A. Después de andar todo el día, en esos viajes de regreso a Castelar en el último tren de la noche, Nora se va quedando dormida. Primero charlan un rato y a ella se le cierran los ojos. “Yo la dejo”, dice Margarita, “porque sé que después cuando llega a su casa se queda haciendo cosas”.
Fotos: Facundo Nívolo