Por Gabriela Cruz – Colectivo La Palta
Que estudiaba en el Instituto Técnico, una de las siete escuelas experimentales dependientes de la Universidad Nacional de Tucumán. Que era un poeta talentoso. Que había empezado a militar en organizaciones estudiantiles. Que tenía 17 años. Que estaba esperando un bebé. “¿Sabe si nació ese bebé?”, le preguntaron a María Magdalena Ferreira, una de las testigos que declaró el jueves 3 de noviembre en el juicio por la megacausa Operativo Independencia. “Sí. Ella es Natalia”, respondió la mujer. Natalia la escuchaba sentada en una de las primeras filas de la sala de audiencias. Sostenía la imagen de su papá, Jorge de la Cruz Agüero. Por momentos apretaba los labios. Su mamá, Silvia Sandoval, que estaba sentada atrás, tenía su mano en el hombro de la niña que 40 años después se convirtió en una de las referentes de la agrupación HIJOS Tucumán (Hijos e Hijas por la Justicia contra el Olvido y el Silencio).
Por la causa del secuestro y la desaparición de Jorge, Natalia declaró en junio de este año. Reconstruyó la historia de su papá a partir de lo que su familia, los amigos de su papá y algunos sobrevivientes le pudieron contar. Esta vez la historia de Jorge volvió de la boca de quienes lo conocieron en persona. “Pasó sin ninguna materia”, dijo Gustavo Federico Agüero al hablar de su hermano. Así, como queriendo reforzar con esos detalles lo que todos decían: que era un chico inteligente, responsable y excelente alumno. Más tarde fue Roberto Tagashira quien rescataba las dotes del poeta y la vivacidad que caracterizaba a su amigo y compañero de escuela. “Era joven, sensible, apasionado. Muy rápidamente lograba conceptos más profundos y más compromiso”, dijo al recordar al muchacho que se sumó a la militancia un tiempo después que él.
A Jorge se lo llevaron la madrugada el 13 de enero de 1976. Ese diciembre había preparado alumnos y se disponía a empezar un año lleno de cambios. Su último año como estudiante, su primer año como papá, el casamiento inminente con Silvia. “Dijeron que entraban buscando unos ladrones”, contó María Magdalena que estuvo entonces en la casa de la que fue secuestrado Jorge de la Cruz Agüero. María Magdalena estaba de paso por la capital tucumana. Había llegado para hacerse unos controles por su embarazo y se quedó a pasar la noche en la casa de su hermana. “Oí voces”, empezó a narrar y con esfuerzo trató de hilar las oraciones. “Lo que vuelve a mí de esa noche tremenda… porque la voz de mi hermana nunca la voy a olvidar”, dijo como buscando palabras para describir el dolor, la angustia, el desgarro de Pabla, la mamá de Jorge. “Ella me cuidaba a mí en vez que yo la contenga a ella”, agregó.
La descripción de la casa, el ingreso de los uniformados con la excusa de buscar unos ladrones, la sábana que faltó después de que se llevaron a Jorge. Todo coincidió con los detalles brindados por Natalia en su declaración testimonial en junio de este año. “Ellos nunca bajaron los brazos”, dijo María Magdalena. “Se llevaron a una persona muy importante, no solo para la familia”, sostuvo la tía del ‘Negro’, del “chico guapetón”, como lo describiera Pedro Ardiles, amigo y compañero del Instituto Técnico. El nombre de José Rendace volvió a ser escuchado en la sala de audiencias. José fue también amigo de Jorge y compartió cautiverio con él. Se espera que José pueda declarar antes de que termine el año y ayudar a reconstruir lo que ocurrió con aquel muchacho de 17 años.
“La mamá me contó que lo levantaron a Daniel de un charco de sangre, lo arrastraron hasta la camioneta. En el mismo vehículo nos llevaron a los dos. Yo me acuerdo que me taparon los ojos, pero yo no lo vi a mi hermano”. César Oscar Sosa fue secuestrado el 14 de noviembre de 1975. De acuerdo a lo que figura en el requerimiento de elevación a juicio, uno de los hombres que ingresaron aquella madrugada hirió a Daniel Ernesto Sosa, que quedó tirado en el patio de la casa.
“Mi madre me contaba que la aporrearon mucho a ella, a mis hermanas. Que le rompieron todo”, dijo César mientras relataba ante el tribunal lo ocurrido al momento de su secuestro. “Adonde me tenían, todas las mañanas se sentía que piteaba un tren. Yo calculo que era en la escuelita de Famaillá porque por ahí pasaba un tren”, respondió cuando le preguntaron si sabía dónde había estado. Allí tampoco supo nada de su hermano. “Mi mami decía que a mi hermano lo mataron en la casa”, contó el hombre que todavía duda si el cuerpo que le entregaron, años más tarde, pertenece a su hermano.
A la madre de César y Daniel la mandaban a buscar debajo de los puentes a su hijo. Un día le llegó una notificación para que fuera a reconocer un cuerpo. Un cuerpo mutilado. Un cuerpo que no les permitió tener la certeza si se trataba del mismo muchacho de 19 años que dormía cuando fue secuestrado. “Con el dolor que tengo, con el dolor que estoy sufriendo todavía, yo digo que quiero saber la verdad si es mi hermano. Si ustedes pueden saber si esos huesos que tengo ahí… son él”.
Estela del Valle Gómez fue la segunda y última testigo que declaró el día viernes. “Yo dejé de ir a la escuela. Nos quedamos sin casa. Sin futuro. Sin nada”, dijo la mujer que tenía apenas 14 años en enero de 1976 cuando su papá, Miguel Ángel Gómez, fue secuestrado. “Ellos entraron pateando puertas”, dijo y describió la madera de quebracho, recién pintada, que aseguraban con trancas porque no tenían llaves. “Ellos entraron pateando las puertas. Las botas quedaron marcadas en la puerta”.
A Miguel Ángel le decían ‘Canaro’. “A vos te andamos buscando”, le dijeron cuando ingresaron a su vivienda. “Le preguntaban dónde están las armas, algo de unos panfletos, aerosoles. Yo recuerdo que eran policías que estaban con capuchas y pasamontañas”, relató Estela que con el secuestro de su papá también perdió su casa. ‘Canaro’ era obrero en el ingenio Concepción. Como parte de la retribución a su trabajo, la empresa les otorgaba una vivienda. “Nos corrieron de la casa. A mi mamá le dijeron que no le iban a pagar la quincena porque mi papá había renunciado”.
Arrancados de la cama. Mientras dormían. Mientras esperaban seguir con sus vidas, sus vidas dieron un vuelco. El lugar más seguro se convirtió, de repente, en el espacio más recordado. Pasar una y otra vez por esos pasillos. Mirar imaginariamente esas puertas. Pensar en esas camas, ahora vacías. Recordar cómo eran. Imaginar cómo eran. Los testigos profundizan en detalles. Esos detalles que pueden o no tener valor probatorio a la hora de pensar en el proceso judicial. Esos detalles que permitieron no olvidar.
Foto: Ignacio López Isasmendi
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