Cecilia González – Cosecha Roja.-
Martín Lousteau se fue a presentar como nuevo embajador con Barack Obama y salió con el anuncio de que Estados Unidos ofreció ayudar a Argentina a combatir el narcotráfico.
Suena bien, toda ayuda para enfrentar cualquier tipo de problema debería ser bienvenida. El asunto es que Estados Unidos es el país que más drogas consume en el mundo, el mismo que lanzó una guerra mundial contra el narcotráfico que fracasó. ¿Qué ayuda puede ofrecer? La misma estrategia que aplicó durante más de cuatro décadas y que no pudo terminar con el consumo, la producción, los cárteles ni con los narcotraficantes.
Estados Unidos lideró las políticas prohibicionistas desde principios del siglo pasado a partir de un valor básico de su cultura: el permanente temor a un “otro”. Estableció la falsa premisa de que los negros se drogan con cocaína, los chinos con opio y los mexicanos con marihuana y todos juntos representan una amenaza para la población blanca. Esas visiones racistas y xenófobas aún hoy se mantienen y en cierta medida se replican en Argentina, en donde desde el gobierno insisten con el prejuicio de que “la droga está en las villas”.
El expresidente Richard Nixon declaró, en 1971, la guerra contra el narcotráfico: se basó en la prohibición de las drogas ilegales, la criminalización del usuario y la militarización (en América Latina) del combate al narco. Dos años más tarde creó la Drug Enforcement Administration, la famosa DEA, una policía trasnacional que no logró impedir las epidemias de cocaína, heroína y metanfetaminas en su propio país, pero que sí realizó -en disputa con la CIA- operativos ilegales en América Latina. Estados Unidos negoció y protegió a narcotraficantes cuando le convino (el ex presidente de Panamá, Manuel Noriega, un claro ejemplo). Priorizó el gasto policial en la lucha anti narco, que supera en creces el presupuesto en prevención y en políticas de salud para combatir las adicciones. Llenó sus cárceles de hombres y mujeres, en su mayoría negros y latinos, acusados por delitos no violentos vinculados a las drogas.
Hoy, Estados Unidos consume el 60 por ciento de las drogas que se producen en el mundo, pero apenas durante el gobierno de Obama aceptó tímidamente su corresponsabilidad en el problema. El número de consumidores ha aumentado de 500 mil a 22.5 millones en los últimos cuarenta años. Las drogas ilegales que tanto dijo combatir son más baratas, puras y accesibles, y por sus híper vigiladas fronteras a diario pasan toneladas de cargamentos. En algunos casos, como las metanfetaminas, las drogas ya son de fabricación local. El 80 por ciento de las armas decomisadas a los cárteles mexicanos provienen de Estados Unidos, que se niega a regular su venta. Y sus bancos lavan millones de dólares del narcotráfico.
Lo único que Estados Unidos tiene para presumir es el avance en la legalización del consumo de la marihuana que ya rige en una veintena de estados, pero eso forma parte de las nuevas políticas de drogas que recorren el mundo y que nada tienen que ver con la guerra contra el narco que, a pesar de que sólo generó mayor violencia y violaciones a los Derechos Humanos, quiere seguir exportando a otros países. Es el turno de Argentina de decir “no, gracias”.
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