Foto: Orgullo Loco Buenos Aires
“No parecés autista”. Fran Castignani se cansó de escuchar esta frase a lo largo de su vida. Aparece como una especie de halago cada vez que dice que habita el Asperger, el modo más leve del espectro autista. Y dice “habita”, no “tiene”, no “padece”. Con el tiempo se dio cuenta de que en esa expresión se escondía una de las formas del capacitismo: el sistema que discrimina a las personas con discapacidad y que no sólo opera distinguiendo personas “sanas” de “enfermas”. También genera etiquetas dentro de las mismas patologías: “la persona autista que funciona mejor”, “la persona autista que funciona peor”, “la persona autista que directamente no funciona”.
La otra palabra en la que Castagnini encontró una forma de nombrarse es neurodivergente, un término que empezó a usar la comunidad autista pero que hoy abarca mucho más: es una identidad política.
Castagnini es politóloga, docente universitaria, traductora y escritora transfeminista. Es también una de las fundadoras de Orgullo Loco Buenos Aires, un movimiento político que nació en Canadá en la década del 90 y se expandió a varios países de todo el mundo. Lo integran personas usuarias, ex usuarias y sobrevivientes del sistema psiquiátrico. Resignifican la idea de locura y cordura, luchan contra la discriminación hacia las personas con discapacidad y neurodivergentes, contra la patologización y manicomialización.
Y lo más importante: se reivindican como personas que pueden narrarse a sí mismas y no necesitan que el saber médico lo haga por ellas.
“Nada sobre nosotros sin nosotros” es un lema que nació de los movimientos de las personas con discapacidad, que Orgullo Loco tomó y que le sienta muy bien.
Es una manera de protestar contra lo que nombran como el “extractivismo del sistema médico y académico”: esa costumbre de utilizar las experiencias y vivencias de las personas que pasan por los sistemas de salud mental para investigaciones y papers pero sin incluirles realmente.
Es un modo de plantarse y decir: nosotres también podemos producir, analizar y construir conocimiento. No necesitamos el permiso ni la habilitación de ningún sistema médico.
La conexión de Castignani con el movimiento vino por una búsqueda personal y la necesidad de encontrarse con otras personas que estuvieran atravesando experiencias similares. Por esos años vivía en Barcelona y conoció Orgullo Loco. “Empecé a vincularme con colectivos de personas neurodivergentes, que estaban atravesando experiencias que pueden ser politizadas pero que eran solamente problemas privados”.
Cuando volvió de España, se juntó con dos amigues y armaron la versión argentina-porteña. Desde entonces están en red con los colectivos de Chile, España y Brasil.
Hablemos de neurodiversidad
Neurodiversidad es un término que empezó a usar la comunidad autista para despatologizar todo lo que en algún momento se agrupaba alrededor del autismo. “Después se extendió a personas que atravesaron trastornos border de la personalidad. Es decir: todas las etiquetas que van generando en los manuales de la psiquiatría”, dice Castignani. La neurodiversidad abarca, por ejemplo, los padecimientos crónicos como la fatiga.
“Incluir, incluye un poco a todo el mundo”, dice Castignani y agrega: “No existe un cerebro igual a otro. Se ha construido una estandarización en base a prejuicios médicos, psiquiátricos, políticos: toda una organización social y económica alrededor de esos prejuicios”.
Los activismos neurodivergentes como Orgullo loco toman mucho de los activismos intersex, de cuerpos gordes y las diversidades en general. De ahí surge una de las líneas rectoras: la lucha por la despatologización. Es decir: romper con la visión del mundo que divide entre cuerpos sanos y enfermos, experiencias normales y experiencias anómalas, buenos y malos.
El Orgullo Loco pone en discusión de qué hablamos cuando hablamos de salud mental. Plantea que hay una idea blanca, de cuerpos sanos y magros que pueden trabajar. “Es importante desconectar salud mental de obligación de trabajar. Hay muchas personas que por sus experiencias, traumas, habitares, no pueden responder a la exigencia de trabajo del sistema capitalista: con competencia, individualización, precarización y privatización del estrés. Es un modo de vida que deja afuera cada vez más personas y que la única respuesta que da es patologizar, diagnosticar y manicomializar”.
Durante la pandemia quedó en evidencia lo que desde los movimientos neurodivergentes y anticapacitistas vienen planteando hace tiempo. Los primeros efectos del encierro, el miedo ante lo imprevisible, la convivencia con la muerte, la discontinuidad de tratamientos psicológicos y psiquiátricos, la falta de contacto, la pérdida de trabajo, la necesidad de sentirnos productivxs. Si hay un tema del que se habló y se habla sin parar es la salud mental. Los medios se llenaron de notas, terapias virtuales y les infaltables influencers que nos empujaban a “soltar” y a “mantenernos en eje” para sobrellevar los efectos del año y medio que vivimos en peligro. Pero la gran mayoría se olvidó de escuchar a les protagonistas.
Para Castignani en pandemia la vida se volvió más trabajo de lo que era. En su casa ella tiene todo ligado: su espacio de intimidad y su trabajo. “Si todavía quedaba algún tipo de frontera o de separación, la pandemia y la post pandemia la difuminaron”.
“La pregunta que me rompe la cabeza es: ¿cómo parar esta maquinaria que hace que haya que estar todo el tiempo activo y produciendo? Es una maquinaria que genera consecuencias materiales y encuentra sus límites en los cuerpos. Hay un límite físico a esa demanda de estar disponibles, producir, trabajar”. Y ese es el límite que no hay que etiquetar dentro de alguna patología: no hay nada malo, ni insano, ni raro con quienes no pueden asumir esa exigencia.
La pandemia también cambió los modos de encontrarnos, de hacer activismo, de politizarnos. Castignani ve una oportunidad ahí desde los feminismos, de los cuáles Orgullo Loco se siente parte. “La forma más masiva y callejera es importante pero hay que encontrar otras. Muchas personas no podemos o no queremos estar en la calle. Hay que pensar modos de estar juntes y de resistir que no tengan que ver con la pura presencialidad y actividad corporal”.
¿Y la ley de salud mental?
Uno de los picos de los debates sobre salud mental en la agenda mediática fue a fines de julio cuando Chano Charpentier fue baleado por un policía de la Bonaerense en medio de un aparente brote psicótico. Ahí nos preguntamos sobre los protocolos de salud mental en las fuerzas de seguridad y el punitivismo como respuesta a todo, incluso a la locura.
Fue un buen momento no sólo para hablar de otros casos en los que intervienen las fuerzas de seguridad sino para preguntarnos qué pasa con la ley de salud mental, sancionada hace más de 10 años en la Argentina. Y lo que pasa es que prevé que el Estado destine el 10 por ciento del gasto total del Ministerio de Salud al área de salud mental: hoy sólo es del 1,5 por ciento.
Desde la oposición aprovechan que el concepto está en agenda para hacer campaña: durante el debate de candidatxs a diputadxs de Caba María Eugenia Vidal dijo que el gobierno porteño prepara un plan de salud mental para atender las secuelas de la pandemia. Suena paradójico si se piensa que cuando fueron gobierno eliminaron el Ministerio de Salud. Más aún cuando la pelea por el cumplimiento de la ley de salud mental fue una de las primeras demandas hacia el macrismo por el peligro de desfinanciación.
Desde Orgullo Loco reivindican la ley de salud mental. “Está un poco neutralizada y habría que sextuplicar el presupuesto para cumplirla. Pero es un instrumento muy valioso. Hay muchos grupos de presión e intereses que quieren que esta ley desaparezca porque cuestiona su hegemonía”, dice Castignani.
Una de las exigencia que plantea la ley es el cierre de las instituciones de salud mental, mal llamadas manicomios, y la sustitución por alternativas al encierro. “Podríamos pensar la lógica manicomial más allá de las instituciones, como algo que quedó difuminado en todo el tejido social. Es decir, la manicomialización como lógica más que como una institución”, dice Castignani y trae el concepto de “democracia antimanicomial”.
La idea la leyó por primera vez en un texto de un psicoanalista brasileño y tradujo al español para Orgullo Loco. Es poder pensar un modo de vida democrático un poco más amable por las diferencias, que no implique la segregación ni la expulsión. “La idea de democracia pone en debate que los conflictos o problemas no necesariamente son algo a solucionar, a diagnosticar o patologizar”, dice.
Seguir pensando la salud mental sin incluir a las personas que están o pasaron por el sistema médico hegemónico no funcionó: tenemos una ley que entusiasma pero que no se aplica, el punitivismo y el encierro siguen siendo las opciones y les que nos creemos “cuerdos” seguimos señalando a todo lo que no se parece a la normalidad hegemónica. ¿No será hora de empezar a escuchar a los locos?