Por Colectivo de talleristas y activistas en contextos de encierro de Santa Fe
Fotos: Mauricio Centurion y Itaj
Después de unos días de encierro en nuestras casas por la pandemia del Covid-19 comenzamos a sentirnos extrañadxs, incómodxs, ansiosxs. Algo de lo inédito nos conmueve, no podemos encontrarnos con nuestros seres queridos, no hay posibilidad de abrazos y la lejanía nos duele. El futuro se nos presenta como incierto.
En la cárcel pasa lo mismo. Caer en cana es una especie de cuarentena multiplicada por muchos años y no precisamente con las comodidades – por más austeras que sean- de nuestras casas.
La normalidad en las cárceles, esa normalidad que las constituía como un espacio ajeno a quienes no la atraviesan o quienes no tienen seres queridos que la transiten, siempre fue de sufrimientos. Los mismos informes oficiales lo confirman: desde las pobres condiciones edilicias a la comida en mal estado, desde la casi inexistente atención médica al continuo verdugueo del personal del servicio, el encierro, la situación dada por el cumplimiento de una pena. No es solamente el encierro, es también la humillación. No hace falta tener una gran imaginación para poder pensar que es esperable que una pandemia global como la que atravesamos con el Covid-19 tensiona y pone al límite las vidas en el encierro.
Los dos tipos de encierro – el de la cuarentena por el virus, y el del sistema penitenciario -con sus lógicas restrictivas y represivas- confluyeron. Se intersectaron. Y el globo estalló.
Frente a la pandemia
Las organizaciones enfocadas en la cuestión penal y el compromiso de Derechos Humanos en Argentina entendieron a la declaración de pandemia del Covid-19 como “un agravante más de la emergencia penitenciaria pre existente en el sistema carcelario nacional… “. Propusieron acciones inmediatas de información de salud, cuidados básicos para la prevención y el análisis particularizado de la situación de las visitas. También la no suspensión de las salidas transitorias -salvo en casos de riesgo de contagio-, la flexibilización del uso de celulares para mantener contacto con familiares y allegadxs y la prisión domiciliaria o medidas alternativas para las personas incluidas en los grupos vulnerables.
En el mismo sentido los presos de muchos pabellones del país decidieron autoaislarse y administrar grupalmente la comida y los elementos de limpieza. La idea era colaborar con la situación nacional y reducir el contacto con el personal del servicio penitenciario, que en ese momento y hasta hoy sigue circulando por fuera del penal. Los pabellones organizados pidieron comida, elementos de limpieza y que se les otorguen las herramientas necesarias al personal del servicio para el cuidado y respeto de las medidas sanitarias mínimas: guantes y barbijos.
Haciendo caso omiso a los distintos pedidos institucionales, el gobierno santafesino suspendió las visitas a las cárceles, sin ningún tipo de aclaración de que se permitía que las familias todavía ingresen alimentos, como luego se dijo en los medios, ni aclarando de qué forma se iban a garantizar las necesidades de las personas detenidas. Luego de la declaración de cuarentena a nivel nacional las restricciones fueron mayores: no visitas, no acceso a los lugares de trabajo y talleres, no deporte. Sumado a ello que las condiciones de insalubridad seguían intactas, con períodos que incluyeron el corte del agua en los pabellones.
A esto se le sumó la falta de comunicación e información, que mantuvo a oscuras a la población de la cárcel, generando una situación de mucho miedo y ansiedad. Los días siguieron cargados de pedidos de familiares, búsqueda de diálogo con autoridades, poca información, ausencia de respuestas frente a su situación y la acumulación de la tensión.
Por la mañana del lunes 23 de marzo la Defensoría Pública de Santa Fe presenta un habeas corpus colectivo, donde se insta a hacer cumplir los derechos de las personas detenidas, pero por la tarde la Cárcel de las Flores de la ciudad de Santa Fe y el Penal de la ciudad de Coronda, estallaron.
La noche de la revuelta
“Este lugar es muy insalubre, no tenés lavandina, no tenés jabón, no tenés nada para limpiarte… todo sucio… es muy difícil”. La posibilidad de contagio, sabida la falta de atención médica, solamente puede suponer la muerte, “yo no me quiero morir así, tantos años acá en cana, esperando poder irme en libertad, poder estar en mi casa, y que de repente pase esta cosa…”.
Es por esto que surgieron los primeros reclamos y el interés por organizarse en los pabellones, porque frente al desinterés de las autoridades muchas veces es la creatividad de los presos la que logra contrarrestar el sufrimiento. Pero incluso frente a esto no hubo respuesta y comenzó a gestarse el conflicto, la revuelta.
Primero en Coronda y después en Las Flores, algunos pabellones fueron tomando el control de las instalaciones. El reclamo específico fue (y sigue siendo) garantizar las condiciones mínimas de salubridad y limpieza, condiciones que aún hoy siguen sin cumplirse.
“Nos tiraron con balas de plomo”, dicen en Las Flores algunos, “querían que se pudra todo”. “Son más de veinte los muertos” insisten, existió “una masacre” ejecutada por la población de dos pabellones contra el pabellón de los detenidos por delitos sexuales. Las autoridades se desentienden de cualquier responsabilidad, porque a sus ojos termina siendo un conflicto entre presos. Sin embargo las condiciones del conflicto las pone el mismo sistema penal, que no ofrece ninguna asistencia a las personas detenidas. Son muchas veces los propios presos, los grupos de activistas, o la buena voluntad de algunas personas involucradas en los programas de la Universidad o la escuela secundaria las que hacen la diferencia. Pero esto no llega a todos.
“Yo salí a buscar a los pibes que conocía para traerlos de vuelta al pabellón”, dice uno que está hace mucho en el penal y que aprendió a construir calma para sí y para los que lo rodean. “En la entrada del pabellón cinco me encontré con alguien tirado, tenía un balazo y estaba todo apuñalado. Lo agarramos entre un par y lo acercamos a la gente del servicio para que lo atiendan, creo que es uno de los que murió en el Hospital”. Después, cuando encontró a las personas que buscaba, se guardaron y esperaron que pase el conflicto, “tratamos de mantener en todo momento la conducta. Nos vamos a ir de acá en algún momento, pero nos vamos a ir bien”.
En estos días en que se reconstruye lo ocurrido y se intenta volver a esa normalidad deshumanizante de la cárcel, con pabellones todavía sin luz y sin agua, otra vez vuelven los intentos de organización. “Redactamos una nota y la firmaron todos, pidiendo que se cumplan con los elementos de limpieza, que se vea la posibilidad de las domiciliarias”. Las primeras respuestas que las autoridades le dan a esto son negativas, “nadie quiere saber nada con los presos”, les dicen.
Las búsquedas de alternativas colectivas
Las respuestas del estado han sido relativas, en el relato del Secretario de Asuntos Penitenciarios, Walter Gálvez y del Secretario de Justicia, Gabriel Somaglia, la principal pérdida fue de infraestructura, dejando en un segundo plano los altísimos niveles de violencia y las muertes.
La emergencia sanitaria continúa y el riesgo de contagio comienza a elevar su presencia en nuestra provincia. Hay acciones de todo tipo para enfrentar colectivamente la situación, que parten de entender el momento excepcional y la necesidad de políticas que acompañen una situación delicada y compleja, pero en las cárceles santafesinas todavía se espera una respuesta. El acceso a la alimentación, elementos de higiene básicos, información, y acciones que mitiguen el impacto subjetivo del aislamiento total no pueden seguir siendo una incertidumbre.
Se precisan medidas gubernamentales urgentes, que deben tomarse en diálogo con las distintas instituciones y colectivos que vienen trabajando en contextos de encierro. Tal como enuncia el comunicado conjunto del Programa de Educación Universitaria en Prisiones y el Programa Delito y Sociedad de la Universidad Nacional del Litoral (8), es necesaria la conformación de una Mesa de Trabajo Interinstitucional que cuente con la representación de todxs lxs actores involucrados y que actúe para la Contención del Covid-19 en las Cárceles de la Provincia de Santa Fe.
Hoy en los pabellones confluyen la desesperación, el hartazgo, pero también el ánimo de reconstruir los vínculos con los espacios de la Universidad, los talleres y la escuela: “somos como las hormigas, que nos tumban el palito y nosotros agarramos de vuelta y seguimos”, nos dicen.
En la pandemia una solución presentada para preservar la vida fue el encierro, en las cárceles es la solución para acercar la muerte a quienes según parámetros sociales, no merecen vivir. Frente a esto la respuesta necesita ser colectiva y desde el compromiso con los Derechos Humanos.