El Comercio.-
El albergue Rosa María, una casa de acogida para menores embarazadas ubicada en Asunción, funciona como una especie de “escuela para madres” en Paraguay, país donde cerca de 700 niñas de 10 a 14 años, y más de 20.000 adolescentes de entre 15 y 19 años, dieron a luz en 2014, según el Ministerio de Salud.
Las cifras cobraron una dimensión pública hace unas semanas, tras conocerse el caso de una niña de 10 años embarazada de cinco meses por una presunta violación de su padrastro, que se encuentra en prisión.
Para atender a menores embarazadas, el centro Rosa María, dependiente de una parroquia y que subsiste gracias al trabajo de los voluntarios y las donaciones, abrió sus puertas en 2002, y desde entonces han nacido allí cerca de 200 bebés.
Sentadas alrededor de una mesa, las nueve chicas que ahora viven en el hogar parecerían adolescentes en una excursión del colegio, de no ser por las cunas que tienen al lado, los bebés que sostienen en el regazo o los pequeños que gatean entre las sillas, y que las llaman “mamá”.
En el hogar, los ginecólogos les explican cómo alimentar y cuidar al futuro bebé, y después los pediatras cuentan cómo lavarle, curarle el ombligo y, en definitiva, cómo ayudarle a crecer.
La benjamina del grupo de madres es Blásida, nacida en Villarrica (centro de Paraguay), que con sus 12 años recién cumplidos amamanta a un bebé de nueve meses, que parece demasiado grande para que ella pueda sostenerle, pero al que atiende ya con manos expertas.
Su compañera Carol, de 17, tuvo a su hijo Cristian hace sólo dos meses, y dice que lo que le resultó más difícil fue dejar su ciudad natal de San Lorenzo, en la periferia de Asunción, porque tuvo que despedirse de “mucha gente a la que quería”.
En cambio Limpia, de la misma edad y del departamento de San Pedro, una de las zonas rurales más pobres del país, tuvo a Sara hace tres años y recuerda que llegó al hogar acompañada por la Fiscalía paraguaya.
Es la Fiscalía quien interviene en casos de violación o maltrato y deriva a las jóvenes gestantes al centro, que no recibe ningún tipo de subvención estatal, según dijo a Efe la responsable del hogar, Cilsa Vera.
Vera explica que otras chicas llegaron al hogar al ser expulsadas de sus casas por quedarse embarazadas, pero muchas fueron víctimas de abusos sexuales, a menudo por parte de sus familiares.
También hay algunas jóvenes que “han sido prostituidas por padres que eran adictos al alcohol u otras drogas”, contó la responsable del centro.
En todos los casos, las chicas acuden “desamparadas, asustadas, avergonzadas, perdidas, sin ni siquiera un bolso de ropa ni para ellas, ni para sus bebés”, incide Vera.
El denominador común en todas ellas es que “proceden de estratos sociales muy bajos, con escasos recursos económicos y poco acceso a educación”, dijo a Efe Óscar Ávila, otro de los encargados de la institución.
Por eso, además de darles asistencia sanitaria, apoyo y contención psicológica y una formación religiosa católica, los voluntarios del hogar se encargan de capacitar a las madres en diferentes oficios para que puedan ganarse la vida cuando salgan del centro.
“Hace poco terminamos un curso de secretariado ejecutivo, y también estamos aprendiendo mucho de cocina. A fines de año, preparamos entre todas 1.200 dulces para vender a los bancos”, recuerda a Efe Nilda, de 20 años, la mayor de las jóvenes madres que viven en el hogar.
Nilda, nacida en el departamento norteño de San Pedro, lleva casi cuatro años en la casa, desde que llegó embarazada de su pequeño Óscar, ahora de tres años.
La joven asegura que le gustaría seguir estudiando para convertirse en técnico gastronómico, aunque también confiesa que le atrae mucho la psicología.
“Medio ya trabajo como psicóloga acá con las chicas”, bromea.
Lo que sí tiene claro es que ser madre le ha ayudado “a crecer y a aprender de los errores”, y que su paso por el hogar le servirá para “capacitarse para salir afuera y luchar con el niño en brazos”.
Foto: EFE
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