Por Soledad Gago en El País.
Si mi mamá hubiese estado ahí conmigo, yo la hubiese abrazado fuerte y hubiese escondido la cabeza en sus brazos, le hubiese pedido que no me soltara y que no me dejara escuchar. Tenía miedo. Sentía angustia. Hacía frío. Si mi mamá hubiese estado ahí conmigo, yo hubiese llorado en su hombro. El ruido era fuerte. Las luces encandilaban. Estaba oscuro. Una mujer, como ella, como yo, como mis hermanas o mis amigas, que había muerto en 1955, ahora estaba a punto de morir, una vez más, ante mis ojos.
Era 19 de febrero de 1955 cuando un sacerdote que caminaba cerca de la estación Hurlingam, en Buenos Aires, encontró un paquete con el torso desnudo de una mujer. No lo sabía, pero era una parte de Alcira Methynger (28), que fue asesinada y descuartizada por Jorge Eduardo Burgos, su pareja. En los próximos días, las partes del cuerpo de la mujer fueron apareciendo desparramados por distintos lugares de la ciudad, hasta que, flotando en el río Riachuelo, en el barrio La Boca, surgió un canasto. Allí había un cráneo, dos brazos y parte del muslo. Allí estaba Alcira, o una parte de lo que fue y ya no sería.
Hace unos días, en el espacio PROA 21 en La Boca, Buenos Aires, tuvo lugar la performance Con toda la muerte al aire, ganadora del concurso de Periodismo Performático organizado por Revista Anfibia y Casa Sofía. Allí, como si se hubiese querido seguir la lógica de su muerte, se relató la historia del femicidio de Alcira, inmerso en su contexto (que coincide con el fin del peronismo), a través de una puesta que contó con un actor y una actriz, proyecciones, textos, audios, videos y, sobre todo, un gran trabajo de investigación por parte de María Eugenia Cerutti y Alejandro Marinelli, los creadores del proyecto.
Ella es fotógrafa y artista y él es periodista. Ambos trabajaron durante más de 20 años en el diario Clarín y, cuando se encontraron con la historia de Alcira, sintieron la necesidad de hacer algo con aquel femicidio sobre el que tanto se había hablado, sobre el que, 64 años después, quedaba poco por decir y mucho menos por develar. Pero había (hay) algo que hacía que el caso de Alcira fuera tan actual como cualquier otro femicidio y que los llevó a recontextualizarlo y a mirarlo desde la actualidad.
¿Qué cambió desde entonces respecto a los femicidios? ¿Cuántas Alciras sigue habiendo? ¿Se sigue pensando que hay “malas víctimas”? ¿Cómo se cuenta la verdad sobre una mujer asesinada por un hombre? Tras ganar el concurso de periodismo performático, comenzaron a trabajar en cómo plantear el caso. Ya había un libro, que escribió el propio Burgos desde la cárcel y agotó varias ediciones, así que había que darle otra vuelta.
Así que empezaron a preguntarse cómo superar los límites del periodismo tradicional, en el que la palabra y la noticia tienen el poder y el texto, la imagen y el video marcan los márgenes de la creación. Pero, ¿para qué? ¿en qué consiste el periodismo perfórmatico y cuál es su objetivo? ¿cuáles son los límites entre el arte y el periodismo? ¿cómo uno alimenta al otro y viceversa? Dar una respuesta es difícil. Para entenderlo hay que vivirlo. Y entonces sí, todas las preguntas van a acercarse a alguna verdad. Pero para aproximarse a una explicación, sus creadores dijeron, en una charla con 15 periodistas de Latinoamérica en el marco de la Beca Cosecha Roja, en Buenos Aires, que representar el femicidio de Alcira sirve, hoy, para entender “de dónde venimos y por qué ahora siguen ocurriendo estos casos” y que el periodismo performático busca cruzar a la palabra con la acción para encontrar nuevos dispositivos de contar una historia.
Muriendo.
12 de febrero de 2019. Son las nueve de la noche y hace frío en Buenos Aires. Yo ahora tengo miedo. En el patio de PROA 21 hay al menos 100 personas; entre ellas, María Eugenia, Alejandro y Cristian Alarcón, periodista, escritor y director general de la performance, de Cosecha Roja y de Anfibia. El sonido viene de todas partes, retumba en la tierra un poco húmeda y hace que los cuerpos vibren. No hay alguien que guíe al público, que al principio mira hacia todos lados sin saber exactamente para dónde hay que mirar.
Un hombre cava violento un pozo, remueve la tierra, la pone en una carretilla, toma whisky y camina rápido, tiene la respiración profunda; mientras, una mujer pega desesperada fotografías en los muros del lugar. Las imágenes se mezclan. Hay algo que se devela con ellas, hay un grito que no se dice, hay una verdad que busca ser mostrada. Por ahora nadie entiende demasiado el sentido de todo esto pero, ¿qué importa entender cuando algo más profundo nos atraviesa? Después me voy a dar cuenta de que no hay un orden demasiado lógico para todo lo que ocurre a mí alrededor, que lo único que tiene lógica es lo que se sucede en el tiempo, pero que cuando se repite, una y otra vez, deja de tener un único sentido. Porque, como todo en el arte, la historia cobra sentido en cada una de las personas que observamos, que escuchamos, que sentimos y que vivimos la performance. Pero esto no es solamente arte. También es periodismo y sus creadores trabajan, por esencia, con la verdad. Y allí hay una verdad que dice que Alcira llegó de Salta a Buenos Aires para trabajar como empleada doméstica en la casa en la que Burgos (30 años) vivía con sus padres; que dice que Burgos la asesinó tras encontrarle la carta de un amante y luego cortó su cuerpo en ocho pedazos y recorrió 60 kilómetros y tres destinos desparramando a Alcira por toda la ciudad.
Para llegar a construir la verdad de Alcira, hay que sentirla, de eso se trata esta nueva forma de concebir al periodismo. Y para sentirla hay que someterse a escuchar otras verdades, como la de Burgos, que a través de su imagen y a través de un audio nos dice que él no mató a Alcira; o como la de los medios de la época, que reproducen la idea de que Alcira merecía la muerte por puta. Para sentirla, hay que ver a Alcira escapar desesperadamente de su asesino, que frente a los ojos de 100 personas está a punto de matarla, como en 1955, una vez más.
El actor que interpreta al femicida corre con una linterna entre el público y roza con su mano a una niña que está con su mamá. La niña se enrosca en las piernas de su madre y deja de mirar. Tiene miedo. Quizás aún no sepa que todas podemos ser Alcira pero igual se asusta. Mientras, yo tiemblo, por el frío, por la angustia, por la impotencia, por el miedo. Si mi mamá estuviese acá conmigo, yo también la abrazaría fuerte y escondería la cabeza en sus brazos.
* Esta nota fue escrita en el marco de la Beca Cosecha Roja y publicada en el diario El País, de Uruguay.