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Las condenas contra los asesinos de los dirigentes Osvaldo Cambiaso y Eduardo Pereyra Rossi dejaron sabor a poco. Fue un largo camino para que esas muertes encontraran justicia, ya que la investigación estuvo paralizada por más de dos décadas, a partir del dudoso sobreseimiento de Luis Abelardo Patti. Pero en 2005 la investigación fue reactivada por los querellantes y el fiscal federal Juan Murray y finalmente la causa llegó a juicio. Pese a que se esperaba diez perpetuas, además de Patti sólo fueron condenados Juan Amadeo Spataro; el jefe del Destacamento de Inteligencia 121 de Rosario, Pascual Oscar Guerrieri; y el teniente coronel y 2º jefe del Destacamento de Inteligencia 121 de Rosario, Luis Américo Muñoz.

El tribunal absolivó al expresidente de facto Reynaldo Benito Bignone; al coronel de Artillería como jefe de Departamento III de Operaciones del Comando del II Cuerpo del Ejército de Rosario, Rodolfo Jorge Rodríguez; y al personal civil (PCI) del destacamento de Inteligencia 121 de Rosario: Carlos Antonio Sfulcini, Walter Salvador Pagano, Juan Andrés Cabrera y Ariel Antonio López. El fallo no fue unánime y estas absoluciones serán apeladas, aunque las querrellas como la Fiscalía esperan los fundamentos.

A Osvaldo Cambiaso le decían El Viejo. El apodo se debía a que en la década del setenta los militantes apenas cruzaban la adolescencia y él pasaba los 30. En el 83, cuando el país se preparaba para la democracia, dirigía el movimiento Intransigencia y Movilización Peronista. El 14 de mayo de ese año, su destino se cruzó con el de Daniel Pereyra Rossi, que era referente de Montoneros en Buenos Aires, en el bar Magnum de Córdoba al 2787, en el macrocentro de Rosario. El encuentro tenía un objetivo: organizarse políticamente para la democracia, que ya era casi un hecho. Cinco hombres de civil armados se los llevaron secuestrados. Eran los últimos coletazos de la dictadura. Dos semanas antes había sido asesinado otro referente político en Córdoba, Raúl “Roque” Yager. Los tres dirigentes se preparaban para llegar a las urnas con fuerza política, a quienes los aparatos de la dictadura que estaban activos los aniquilaron.

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Quizás porque eran dos las víctimas y porque muchos de sus compañeros estaban vivos, durante el juicio se pudo reconstruir la vida de estos hombres, pero también el pensamiento de los dirigentes que peleaban por modificar una realidad injusta que había sido cambiada a fuerza de balas y muerte. También se supo que había civiles que colaboraban con la dictadura: los testigos contaron que a Carlón y al Viejo los llevaron a un galpón de zona sur, cedido por su dueño, donde también los torturaron antes de dejar los cuerpos en la localidad de Lima. Allí, fingieron un enfrentamiento.

Los dirigentes se juntaron para armar una alternativa que los llevara con todos sus compañeros a las urnas, apenas asomaba la democracia, pero un grupo parapolicial o paramilitar terminó con sus vidas. Uno a uno, los testigos fueron narrando los días de los dirigentes asesinados, pero también los perfiles de los hombres que no creían en las armas y buscaban en la política una alternativa para seguir. Eran también los amigos, los jefes políticos a los que se respetaban, los amigos y los hermanos. Todos creados a partir del relato de aquellos que hace 32 años que esperan justicia.

El Viejo, que pasó nueve años de su vida preso en las dictaduras de Lanusse primero y en la última después, estaba muy deteriorado. Tenía un soplo en el corazón y problemas de presión que no le permitieron hacer el servicio militar. Y tomaba medicación, que era suspendida sistemáticamente cuando era detenido.

“Cuando salió, él empezó a hacer una vida política, a reclutar compañeros. Puso su taller de fotomecánica con el que se ganaba la vida. Venía a Rosario (vivía en Pérez)  todos los días en el Fiat 1500 de mi padre. Y cuando viajaba a Santa Fe, veía que lo seguían por el espejo”, dijo Ethel, la hermana de Cambiaso, en el juicio.

Francisco Claric conoció a Osvaldo Cambiasso en la década del 70. Y contó en su declaración que en la dictadura de Alejandro Lanusse, Cambiasso fue torturado. “Hasta le dio un paro en la ‘parrilla’ donde lo picanearon”. Lo detuvieron otra vez en un hospital de Reconquista donde llegó con la pierna y las costillas quebradas por un accidente. De allí se lo llevaron a la cárcel de Coronda, donde le negaron la atención médica para que muriera. Pero sólo curó sus quebraduras que le dejaron una renguera de por vida. “Yo caí preso en el 73 y algunos de los guardias nos dejaban hablar con él. En una de esas charlas me contó que lo había visitado un militar y le dijo que él tenía un problema serio y era que generaba mucho consenso en nosotros, que tenía más consenso que (Mario) Firmenich. Estando como estaba, nos alentaba a seguir, con una sonrisa que en el encierro es una caricia al alma”.

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Claric entendió rápidamente que la altura de Cambiasso como dirigente era un problema. “Me quedó claro que lo iban a terminar matando porque no soportaban el nivel de dirigencia que tenía. Buscaban una eliminación psíquica y física de los militantes. Lo llevaron a Rawson, a Caseros. Lo liberaron antes, no sé por qué. Él era capaz de juntarnos a todos, incluso a los que estábamos presos. El 20 de noviembre del 82 salió en libertad”.

Carlos Hugo Basso recuerda que Carlón y El Viejo eran sus jefes en la organización Montoneros. “A Carlón lo conocí en el 80, estuvimos en México en el 81 y en San Pablo en el 82. Cuando volvimos lo conocí a Osvaldo, enseguida alquilamos el local del Intransigencia y Movilización Peronista y otro donde pusimos el taller de fotomontaje”.

Todos estaban vigilados y Carlón seguía en la clandestinidad. “Para los compañeros con más experiencia ser los referentes era muy riesgoso. Montoneros sumaba su fuerza al IMP y se habían reunido varias veces con Raúl “Roque” Yager (asesinado dos semanas antes en Córdoba). Nosotros discutíamos cómo sumarnos a la vida política. Yo fui a despedir a Osvaldo como lo que era, un jefe Montonero”.

Los 14 de mayo conmemoran el aniversario de la muerte de Cambiaso y Pereyra Rossi frente al bar Magnum. El año pasado, antes de que empezara el juicio, Alfredo Di Pato -que militaba en Intransigencia y Movilización Peronista- recordó a su compañero. “A Osvaldo lo conocí cuando empecé a militar, él era nuestro referente. Conocí la casa de (la localidad de) Pérez en la que vivía con sus padres. Él planteaba la necesidad de una construcción política, tenía una comprensión mucho más integral de lo que era el dilema político argentino. Él decía: ‘Muchachos, no se equivoquen, el problema ya no son los militares’. Para él el enemigo era la oligarquía, los grupos económicos internacionales y creía en la construcción política. Los militares ya se estaban yendo y había que construir”, contó Di Pato.

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A Pereyra Rossi lo conocían como Carlón, porque se hacía llamar Carlos de Merlo. Nació en La Plata y no vivió en Rosario. En esa localidad del oeste bonaerense desarrollo gran parte de su militancia. En Montoneros llegó a ser parte de la conducción nacional. Fue estudiante de Filosofía, y después de pasar años preso logró en 1977 salir del país y seguir la lucha desde México, coordinando prensa y difusión. Volvió al país con la “contraofensiva” de 1980 con el grado de oficial superior y el cargo de Segundo Comandante Montonero. También se le atribuye la creación de Intransigencia y Movilización Peronista que determinó el encuentro con Cambiaso en el bar Magnun.

Uno de los momentos más emotivos del juicio tuvo como protagonista a su última mujer.

Stella Ceresetto conoció a Carlón en Cuba, en el exilio, en el 80, cuando ella trabajaba en una guardería de niños argentinos. Fue amor a primera vista. “Era muy seductor y generaba mucho afecto, incluso en los niños. Yo tenía la fantasía de que era un comandante. Pero a él le gustaba el rock, escribir poesía, era muy alegre, pese a que le habían matado dos mujeres”. Eran jóvenes en los 70 pero la vida se vivía con apuro. “Yo me había casado con un compañero en el 75, a los seis meses nos detuvieron y la separación fue por carta y duró años. Era una situación compleja”.

Primero volvió Carlóm a la Argentina y después Stella. “Vivimos un tiempo en Capital Federal y nos vinimos a Rosario 20 días antes de que lo mataran”. Stella recuerda que cuando lo asesinaron a Yager, Carlón le dijo: “Si quieren en una semana nos matan a todos”. “Yo llegué con una idea de seguridad, pero había un clima de distención que para mí era un descuido, no se tomaban las mismas precauciones”, relató.

Y agregó: “Desde que supe que tenía que declarar no me para la cabeza, tantos años y el sentimiento intacto, es como si él me diera energía para hablar. Él se jugó para tener lo que tenemos ahora”.

El tribunal estuvo integrado por los jueces Beatriz Barabani, Jorge Venegas Echague -que emitieron un mismo voto- y Omar Di Geronimo, que lo hizo en disidencia. Los fiscales fueron Federico Reynales Solari y Adolfo Villate. Las querellas constituidas en el juicio fueron de la Secretaría de Derechos Humanos de la Nación, representada por Santiago Bereciartua; la Secretaría de Derechos Humanos de la provincia de Buenos Aires, representada por Eliana Masegosa; y Gladys y Ethel Cambiaso (hermanas de la víctima) representadas por Nadia Schujman.

Fotos: Gentileza Laura Elena Tasada