En la desesperación de estar otra vez tras las rejas, la cuchara parecía la única salida. Llevaba siete horas pidiendo un colchón y comida en un calabozo de la comisaría 48 de Villa Lugano. La bala de la espalda, una de las cinco que tiene en todo el cuerpo, lo torturaba con puntadas de dolor. Necesitaba ir al hospital.
– No me dieron bola hasta que me tragué la cuchara. Un pedazo de cuchara en realidad- aclara Alejandro Pitu Salvatierra.
Era la madrugada del 21 de junio de 2016. Ese fin de semana del día del padre, Pitu había vuelto a consumir pasta base después de casi dos años de abstenerse. Dice que no sabe cómo pero de pronto estaba otra vez fumando cigarros de marihuana y pasta base en la terraza de su casa. Débora, su esposa y compañera desde los 13 años, no soportó verlo así. Discutieron. Pitu agarró la droga y se subió al auto. Nueve gramos de marihuana en flores y poco menos de tres de pasta base iban en un frasco de mermelada en el asiento del acompañante. Pitu avanzó dos cuadras y un patrullero le hizo luces. Los policías no tardaron en encontrar el frasco y lo llevaron detenido. Parecía un procedimiento normal hasta que llegó a la dependencia policial.
– Estás hasta las manos, tu causa la tiene el juez Bonadio- le dijo un efectivo.
En una oficina modesta y luminosa del quinto piso de los Tribunales de Comodoro Py, el fiscal federal Federico Delgado dice: “Hay que distinguir las drogas, que son un problema de salud pública, del narcotráfico, que es una cuestión criminal”.
Desde 2011 Delgado recopila información de los turnos policiales en su fiscalía. El último informe, de abril pasado, dice que el 83 por ciento de las causas iniciadas en ese turno fueron por infracciones a la Ley de Estupefacientes de 1989, que prohíbe la tenencia, la comercialización y el consumo de sustancias ilegales. Más de la mitad de las causas son por tenencia para consumo personal. La mayoría de los detenidos son hombres de 25 a 35 años de edad con un promedio de 10 gramos de marihuana y 3 de cocaína cada uno.
– Pero no es un problema de cantidades. El problema es cómo se enfoca y en qué se gasta tiempo y dinero.
Todas esas causas iniciadas por tenencia para consumo son archivadas porque los jueces, generalmente, aplican la jurisprudencia del fallo Arriola, una sentencia de la Corte Suprema de 2009 que declara la inconstitucionalidad de la penalización del consumo personal de drogas. Pero no es vinculante, los tribunales no están obligados a aplicarla. La ley sigue vigente.
Después de 20 días de indefinición, el 11 de julio Claudio Bonadio liberó a Pitu Salvatierra y lo procesó por tenencia simple de estupefacientes, un delito que es penado con uno a seis años de prisión.
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El cielo se alza gris sobre Ciudad Oculta. La villa 15, emplazada en el límite sur de la Ciudad de Buenos Aires, lleva ese nombre porque desde Avenida Eva Perón no se la ve. Sin embargo, una mole de ladrillos y revoque descascarado se hace evidente en el paisaje. Es el Elefante Blanco, una estructura abandonada de los años 30 que prometía ser el hospital más grande de Latinoamérica. A su alrededor, entre pasillos y manzanas, viven casi 17 mil personas.
Pitu entra a Ciudad Oculta en su auto. Esquiva algunos pozos que rebalsan agua. Sigue por el camino sinuoso hasta la entrada del SUM 15, un edificio de dos pisos que hace las veces de salita de primeros auxilios, comedor y salón para cursos de pastelería, albañilería y electricidad. En la entrada hay un mural. Los rostros de Juan Domingo Perón, Evita, Néstor y Cristina Kirchner sonríen hacia el centro. Allí, mira al frente el semblante del padre Carlos Mugica, sacerdote tercermundista, figura venerada en las villas.
Alejandro David Salvatierra, bautizado Pitufo en la infancia por su contextura menuda y su picardía en el fútbol, es hoy un hombre robusto. Nunca se lo ve sin visera. Esta vez tiene una roja camuflada. Ceba en un mate ploteado con la foto del ex presidente Kirchner bajando el cuadro del genocida Rafael Videla de la Casa Rosada.
“Un dirigente villero, ni más ni menos”, dice cuando le preguntan cómo se define. En las siguientes dos horas su teléfono sonará siete veces. Acudirán a él funcionarios del gobierno porteño, encargados de las obras, vecinos y otros dirigentes.
– Querido, ¿cómo andás? ¿Viste la boca de agua que estamos haciendo al costado del Elefante Blanco? Faltan 85 metros de caño. Dale, abrazo- Corta-. Todo es burocracia. Pero en este mundo hay que saber enojarse en el momento justo. Lo correcto fuera de lugar, dijo alguien, es incorrecto.
El teléfono suena otra vez. “Un segundo que resuelvo esto. Perdón, mi vida es así, vivo a 150 kilómetros por hora”. Pitu es padre de tres hijos y abuelo de un nieto de pañales. Es el referente social de Ciudad Oculta. Su consolidación mediática como militante fue en 2010 cuando los vecinos lo eligieron como su vocero en el conflicto con el gobierno por la toma del Parque Indoamericano y dio una conferencia de prensa en Casa de Gobierno. “Mi esposa me pone mucho en mi lugar, a veces me cuesta entender que para un compañero en la villa es importante que vaya a tomar mate con él por más de que no tenga una solución para llevarle”.
De sus 36 años, ocho estuvo preso por robo. Entró con 21 y salió con 29 en 2008, perdió “la parte más hermosa de la vida de un hombre”. En la cárcel terminó el secundario y se hizo evangelista. Pero más que nada leyó sobre peronismo, que lo tenía presente desde que su abuelo le cantaba la marcha peronista en sus cumpleaños.
Pitu no nació en Ciudad Oculta; se crió en una familia humilde en un departamento en Mataderos. Es el mayor de siete hermanos. El único concebido fuera de la cárcel. De su papá tiene recuerdos fugaces e intermitentes. Salía de prisión y a los pocos meses volvía a pasar cinco, diez, quince años dentro de un penal. Pitu cuenta esos momentos de libertad en días del padre: sólo pasaron tres juntos.
Su vida transcurrió sin mayores sobresaltos hasta sus 12 años, cuando su abuelo falleció y el departamento en el que vivían fue reclamado por otra parte de la familia. Una amiga de su madre les prestó el patio de su casa en Ciudad Oculta para construirse una pieza que fueron armando con ladrillos reciclados del Elefante Blanco.
– Era un mundo salvaje para mi concepción de la vida. Me acuerdo que cuando llegué tenía una cadenita de plata con mis iniciales, vino un pibe y me dijo “a ver” y se la llevó. Yo no sabía cómo reaccionar. Después me fui haciendo al barrio. Terminé siendo un tipo muy salvaje.
La cocaína y la delincuencia llegaron juntas a los 15. No se drogaba para robar sino para “sobrellevar la vida”. “Entre robo y robo se viven momentos de mucha tensión porque tenés tres posibilidades y dos son malas: te llevan a la cárcel o terminás en el cementerio”. Más tarde probó la marihuana y comprimidos de Aseptobrón.
– Llegó un punto en que no podía pensar ningún momento de mi vida sin que las drogas estuvieran presentes. Cada cumpleaños, cada navidad era planificar qué iba a tomar ese día. Me desesperaba comprando las cosas. En eso se convierte la droga, en una compañera inseparable en tu vida.
“El proceso adictivo es un aprendizaje”, dice el psiquiatra y conductor de dispositivos de adicciones, Federico Pavlovsky. “Una cosa es la experimentación de sustancias, y otra es la compulsión alienada, cuando no podés parar, cuando tu vida empieza a girar en torno al consumo”. Para Pavlovsky los resultados de la ley de estupefacientes son “tragicómicos y ridículos”.
– La tenencia de sustancias no puede ser nunca una figura penal, es una cuestión de los tratados de medicina porque el paciente adicto siempre va a tener consigo sustancias para consumir. Además, se ha demostrado que el castigo es una estrategia muy mala. La pena en términos terapéuticos no tiene ningún valor.
En prisión también consumía. Hasta que dentro del penal lo vincularon con la iglesia evangélica. Desde ese entonces tuvo una relación espiritual con Dios; pasó cuatro años sin tomar droga. Pavlovsky explica que los pacientes quieren dejar pero no pueden y que, para salir de esa paradoja, la idea de un Dios Todopoderoso que perdona es muy tentadora.
– Las familias humildes siempre están cerca de Dios. Tengo una fe muy fuerte en la existencia de un Dios grande y poderoso. Pero no espero a que el Señor resuelva todo, hay cosas que tiene que hacer uno. Me cuesta dejarlo en manos de Dios solamente- dice Pitu.
Pitu no se reconocía como un pibe con problemas de adicciones. Se veía como un consumidor de drogas. Tanto es así que cuando salió de la cárcel y comenzó a trabajar con Madres de Plaza de Mayo escribió “El valor agregado de la vida”, un proyecto que les dio trabajo y asistencia psicológica a 500 chicos adictos al paco del barrio.
– Yo la teoría la tenía muy bien pero luchaba con mis adicciones todo el tiempo. El problema de las drogas es que no caés; te vas deslizando. Es muy duro para uno reconocer que es un adicto. Yo veo a mi hijo grande con su hijo y casi no lo reconozco, hace siete años que estoy con él pero hace poco que estoy lúcido. Yo me imagino lo que habrá sentido mi viejo cuando salió la última vez y yo ya era un hombre y tenía dos hijos. ¿Qué pasó con su bebé? Yo me pregunto lo mismo.
Hace dos años, Pitu reconoció su problema de adicción y comenzó un tratamiento con “Lili”, su psicóloga ricotera como él. Llevaba poco más de año y medio de abstinencia cuando llegó el fin de semana del día del padre y se encontró otra vez en el penal de Ezeiza. “Fue mucho más difícil porque no me lo esperaba, antes estaba en las posibilidades. Además, esta vez sabía lo que podía pasar ahí adentro”.
Para Pavlovsky no hay peor sitio para un adicto que la cárcel. “Encarcelar a una persona que viene recayendo empeora todos sus síntomas. Ir a prisión es volver a la marginalidad y a la alienación institucional. Hacemos con los adictos casi todo lo opuesto de lo que habría que hacer”.
El procesamiento está apelado y a la espera de la resolución de la Cámara. En el fuero penal, un grupo de legisladores del Frente para la Victoria denunciaron a Elizabeth Mariel Camaño, subsecretaria del Ministerio de Seguridad y a dos comisarios por “maniobras persecutorias contra Alejandro Salvatierra”.
Mientras tanto, en Ciudad Oculta el celular de Pitu suena de nuevo. “Querido, sí. ¿Qué necesitás?”.
Un debate de larga data
El 29 de agosto se cumplieron 30 años del fallo Bazterrica de la Corte, el primero en declarar la inconstitucionalidad de la criminalización de la tenencia de droga para consumo personal.
“Hace falta un cambio legislativo para que la inconstitucionalidad de la penalización al consumidor mediante el delito de tenencia se aplique al universo de los casos”, dice Mariano Fusero, abogado integrante de la Asociación Pensamiento Penal y redactor de la Declaración por una Política de drogas respetuosa de los Derechos Humanos, que fue firmada por más de 265 jueces.
En todo delito penal la persona es inocente hasta que se demuestre lo contrario. “Con las drogas se invirtió la carga de la prueba. Es el consumidor quien, al final de cuentas, debe demostrar que la tenencia de sustancias es para su propio consumo y no para el comercio”, dice Fusero.
Para el abogado uno de los mayores problemas es que el usuario es detenido por las fuerzas de seguridad en base a criterios típicos del sistema punitivo como actitud sospechosa, la llamada “cara de expediente”.
Si bien “Argentina conserva uno de los regímenes más punitivos y atrasados de la región y del mundo”, 20 proyectos de reforma de la Ley de Estupefacientes 23.737 fueron presentados desde el fallo Arriola en 2009, la más reciente jurisprudencia en materia de descriminalización de usuarios.
El trabajo comparativo de proyectos que realizó Fusero indicó que 17 despenalizaban la figura de la tenencia para el consumo personal del artículo 14 de la Ley, es decir el 85 por ciento de los presentados en los últimos siete años.
Esta mayoría está integrada por legisladores de un amplio espectro político: Coalición Cívica, Frente para la Victoria, Generación para un Encuentro Nacional, Partido Socialista, Unión Cívica Radical y Unión Pro, entre otros. Los únicos tres proyectos que mantienen la penalización son del Frente Renovador.
Para Fusero, el debate sobre la despenalización aún no se dio porque “en las campañas políticas se utiliza la retórica punitivista que asocia las drogas al reclamo legítimo de seguridad, entonces el discurso se transforma en quién es más duro respecto de ese supuesto flagelo”.
Foto: Iván Varela
* La crónica ganó el concurso anual de TEA, en la categoría 3°año.
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