¿Qué podemos decir de Pity Álvarez que no esté siendo insinuado o dicho en el espectáculo continuado que nos brindan los impulsores de la criminología mediática? “Por más Spinetta y menos Pity Alvarez”, titula su nota un periodista de rock. “Cuando el rock se vuelve el tema central de la cobertura de Policiales y Pity Álvarez pasa a ser el oscuro guionista de una crónica con final anunciado, trato de pensar en otros momentos en que el género fue hermoso y libre de verdad”, nos dice.
¿Trata? ¿No lee el diario, las señales y los sitios del lugar en que escribe? Por supuesto que reivindicar al Flaco puede ubicarte en un buen lugar. Pero cuando esos medios eligieron una y mil veces relegar a un segundo plano lo que su arte expresa para cubrir como diversión y con morbo cada uno de los episodios de la maratón de dislates del Pity (como de Charly, Chano o cualquier otro rockero), esas líneas suenan a hipocresía. Porque tampoco les interesaba demasiado el arte que había vuelto notorio al cantante, esas canciones tan pegadizas que hablaban de transitar lo difícil con despreocupación y vitalidad. ¿Por qué ponen a Gabo Ferro cantando el texto de Spinetta como contracara del Pity? Porque eligen exprimir los cuatro disparos del Pity hasta la última gota de morbo que les puedan sacar.
Es cierto que quizá casi nadie nos reproche sumar un poco más de ruido a la sistemática explotación que desde años vienen haciendo del deterioro de un hombre que, con estos cuatro disparos de madrugada, parece haberles obsequiado su tragedia cumbre. Pero, ¿y si damos vuelta la ecuación? ¿Qué tal si en vez de dedicarnos a opinar en el barullo que nos propone la patria zocalera, intentamos comprender lo que surge de los hechos?
Durante la madrugada y luego de una discusión, un hombre mata a otro de cuatro disparos de arma de fuego en Villa Lugano, Ciudad Autónoma de Buenos Aires. El presunto autor del homicidio, aunque tiene hábitos transhumantes, es del barrio, vive allí. La víctima, aunque vivía en el conurbano, había habitado en el lugar y solía ir hasta allí para visitar a su hija.
Cuando en el Instituto de Investigaciones del Consejo de la Magistratura analicen los expedientes judiciales de homicidios dolosos correspondientes a 2018, el homicidio de Cristian Díaz será una de las causas a revisar.
Ellos tratan de establecer por qué razones, en cuáles zonas y en qué circunstancias se cometen los homicidios dolosos en Buenos Aires. Si analizamos el informe sobre homicidios correspondiente a 2016, quizá podamos poner en contexto lo sucedido más allá del peso que la fama del Pity y la explotación de su figura dan al hecho.
El octavo año que hacen esa investigación será 2017 y la experiencia de analizar uno a uno los homicidios dolosos les ha servido para identificar dos zonas en la ciudad. La que agrupa las Comunas 1,4, 7 y 8, es la de mayor concentración de homicidios. Allí viven 28,8% de los habitantes y se cometieron 73% de los homicidios. Es lo que se denomina el sur de la ciudad, los barrios más humildes, los de las villas y asentamientos, relegados por la lógica de negocios y mercadeo mediático que predomina cada vez más en las políticas públicas.
En el barrio donde el Pity hizo sus cuatro disparos, los homicidios dolosos crecieron en 2016: de 11 en 2015, pasamos a 14 en 2016. Quizá, en el fragor de la saturación mediática, a alguna persona 14 muertes puedan resultarle pocas. Pero una muerte o más por mes es la punta de un iceberg de violencia.
Discusión, riña y venganza es el móvil identificado de casi 40% de esas muertes. Si a eso sumamos el 10% que representan los homicidios por conflictos interfamiliares, ya tendremos una primera explicación para la mitad de las muertes.“Los pobres no salen a matar a ricos o a gente de clase media, sino que se matan entre ellos”. Esa fue la frase con la que Raúl Zaffaroni describió crudamente en 2013 esta realidad.
Algunos datos más: 88% de las víctimas y 85% de los victimarios en CABA son varones. De noche o de madrugada se cometen 58% de las muertes. Se cometen en la vía pública en 74% de los casos y con armas de fuego en 48% de los homicidios.
Un hombre que a raíz de una discusión mató a otro de madrugada en la vía pública de Villa Lugano con cuatro disparos de arma de fuego: el homicidio de Cristian Díaz se ajusta a las características en el análisis de estas muertes. La afirmación de Pity Álvarez le pone la rúbrica: “Yo disparé, lo maté, era entre él o yo, cualquier animal hubiera hecho lo mismo”.
Explotaron su figura todo lo que pudieron. El estereotipo del genio loco funciona muy bien para el negocio mediático. Cada hecho, cada suceso, cada disparate es exprimido hasta el cansancio y, aunque más de una vez hayan preguntado en letras catástrofe: “Qué le pasa a Pity Álvarez”, eso es lo que menos les importa. No tienen el menor interés en averiguar qué le pasa al tipo, sólo quieren usarlo.
Les sirvió que drogara a un mono. También que hiciera gala de su violencia y su machismo golpeando y encerrando a dos mujeres que trabajaban con él. O que apareciera quemado y sin cejas.
“A mí, el éxito y el dinero me hicieron drogadicto mal, por eso me quedó un poco de rencor contra el dinero y el éxito. No los quiero. Me provocaron una adicción muy grande al crack, una droga que no es barata acá y que cuando no tenés plata para comprarla te querés matar, porque la verdad es que me gastaba todo en drogas“.
Les decía lo que le pasaba. Pero les interesaba que le siguiera pasando.
“Estaría lindo que la Tierra nos trague a todos. Que se haga reversible. Que quede la corteza tirando fuego, enfriándose de nuevo. En realidad me gustaría que fuera hoy a la noche. Estoy preparado para que sea mi último día en cualquier momento. A veces tengo ganas de saber qué va a pasar después (de la muerte)… Yo estoy esperando ese momento. No te digo que no quiero estar más en este mundo. Pero estoy esperando con tantas ganas esa fusión… quiero ver de qué materias está compuesto el estado que viene, ¿entendés? Me quiero morir. Quiero pasar de grado”.
Eso decía en un reportaje de Rolling Stone en 2004. Y aunque para muchos el final previsible hubiera sido que apareciera muerto, eso no sucedió. El hombre que andaba para aquí y para allá por Lugano con un revólver en el bolsillo prefirió disparar y hacerle reversible la Tierra a otro. Cada vez hay más armas y él con la suya hizo lo que se suele hacer con las armas: matar.
“Aunque ande en valle de sombra de muerte, no temeré mal alguno, porque tu estarás conmigo”, dice el fragmento del salmo que en una imagen de Facebook Cristian Díaz mostraba tatuado en su espalda. Fue a ver a su hija. A cada instante, en medio del dolor, a ella le toca comprobar que lo que menos interesa en estos días es la vida y la muerte de su padre.