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Las épocas más brillantes del fútbol colombiano coincidieron con dos tragedias nacionales: la violencia de los años 50 y el narcoterrorismo de los 80. Esta última se revivió por la intención de Millonarios de devolver los dos títulos conseguidos cuando Rodríguez Gacha era uno de sus accionistas.
El domingo 15 de agosto de 1948 las tribunas del hipódromo San Fernando de Itagüí, Antioquia, registraron un lleno sin antecedentes. Había doble programación. A las tres de la tarde se disputaban las tradicionales carreras de caballos, pero antes, a las 11 de la mañana, se ofrecía como prólogo el primer partido del primer campeonato de fútbol profesional en el país.
Municipal, el equipo local, derrotó (2-0) a Universidad, uno de los tres equipos de Bogotá que se habían registrado en el campeonato en el que diez equipos pelearían por la primera estrella del fútbol colombiano, la cual conquistaría el Independiente Santa Fe.
El pitazo inicial del fútbol profesional sonó apenas 20 semanas después de uno de los episodios más determinantes de la historia del país: el asesinato del jefe único del liberalismo, Jorge Eliecer Gaitán. Los goles que desde entonces empezaban a gritarse en los estadios de cinco ciudades del país (Bogotá, Medellín, Cali, Manizales y Barranquilla) coincidieron con el sonido de la violencia que desató el ‘bogotazo’ y que precipitó la confrontación entre liberales y conservadores, que sólo en ese 1948, registró más de tres mil muertos, según reportes de prensa de la época.
La violencia y el fútbol
Mientras el país vivía en estado de sitio permanente, y en medio de la convulsión política, entre 1949 y 1953 el naciente fútbol colombiano vivía una de sus épocas más brillantes, aunque el torneo colombiano fuera considerado una “liga pirata” por la FIFA que no reconoció al fútbol colombiano por esos años.
Eran días en que el peso tenía casi que el mismo poder adquisitivo que el dólar, y aprovechando una huelga de futbolistas profesionales en Argentina, los dirigentes del fútbol colombiano contrataron a las estrellas de ese país.
Los argentinos se marcharon en su mayoría a Bogotá, los brasileños a Barranquilla, los uruguayos a Cucutá, los peruanos a Cali y los ingleses, que también hubo muchos, a Santa Fe. Todo un problema para la FIFA, que reaccionó prohibiendo contratar a estos equipos para partidos amistosos fuera de Colombia.
Alfonso Senior, presidente del Club Deportivo Los Millonarios, apostó por traer a los tres jugadores más famosos del sur del continente. Adolfo Pedernera, Alfredo Di Stéfano, Néstor Raúl Rossi, quienes habían integrado la legendaria ‘Máquina’ del Ríver Plate, conformaron en Colombia el llamado ‘Ballet Azul’, que no sólo ganó cuatro estrellas locales (49, 51, 52 y 53), sino que alcanzó a ser considerado el mejor equipo del mundo, sobre todo después de ganarle al Real Madrid 4-2 en la cancha del estadio Chamartín, hoy conocido como Santiago Bernabeu.
Esa época de fútbol pirata fue llamada ‘El Dorado’ del fútbol colombiano. No importaba la falta de reconocimiento de la FIFA para que el propio Estado se volcara en el fútbol, como antídoto contra la violencia. Se adjudicaban recursos para construir estadios o ampliar su capacidad, como sucedió con El Campín de Bogotá. El torneo colombiano ya contaba con 18 equipos, y ciudades como Pereira, Cúcuta, Bucaramanga, Santa Marta y Armenia se sumaron como nueves sedes del torneo. Era todo furor.
El Dorado terminó en 1953 cuando a instancias de la FIFA se acordó que los futbolistas que piratearon en Colombia regresaban a sus equipos de origen, o en su defecto, como sucedió con Alfredo Di Stefano, fueron trasferidos a Europa.
Ese mismo año el general Gustavo Rojas Pinilla alcanzó el poder y firmó el primer proceso de paz que concluyó con la desmovilización de 3.500 guerrilleros que se alzaron en armas tras la muerte de Gaitán.
Y aunque en las décadas posteriores por las canchas colombianas desfilaban grandes jugadores del continente, el fútbol colombiano vivió una segunda etapa de un furor similar al generado en la época del Dorado.
El segundo dorado
Fue en los años 80, cuando los equipos colombianos volvieron a tener la capacidad de competir con el mercado europeo por los futbolistas de talla mundial que emergían en el sur del continente.
Por esos años en Colombia jugaron campeones mundiales como los argentinos José Daniel Vantuyne, Marcelo Trobiani (Millonarios), José Luis Brown (Nacional), y destacados jugadores suramericanos como los peruanos César Cueto (Nacional), Eugenio La Rosa (Medellín), Julio César Uribe Medellín); uruguayos como Fernando Álvez (Santa Fe), Carlos ‘el pato’ Aguilera (Medellín), Sergio ‘Bocha’ Santín (Medellín), Wilmar Cabrera; paraguayos como Roberto ‘el gato’ Fernández (Cali), Jorge Amado Nunes (Cali), Roberto Cabañas (América), Gerardo González Aquino (América), Juan Manuel Battaglia (América), y argentinos de la talla de Carlos Ischia (América), Edgardo Bauza (Junior), Ricardo Gareca (América), Julio César Falcioni (América), Juan Gilberto Funes (Millonarios), Pedro Vivalda (Millonarios), Esteban Barberón (Millonarios), Sergio Goicoechea (Millonarios). La mayoría de ellos, integrantes de la selección de su respectivo país.
Una auténtica constelación de estrellas que en buena medida pudieron jugar en Colombia gracias al dinero del narcotráfico y que protagonizaron emocionantes disputas por el título.
Pero en buena parte la calidad de ese nuevo ‘dorado’ del fútbol colombiano estuvo determinada por la presencia de los dineros calientes del narcotráfico. En 1983, Gonzalo Rodríguez Gacha apareció en la televisión colombiana en la única entrevista que concedió como ganadero y empresario de esmeraldas. Admitió ser el tercer socio en el paquete accionario de Millonarios. Posteriormente, la fachada de ganadero de alias El Mexicano se derrumbó cuando se comprobó que era miembro del cartel de Medellín.
Pero fue el ministro de Justicia de entonces, Rodrigo Lara Bonilla, quien se atrevió a denunciar lo que venía siendo ‘vox póuli’: la presencia de dineros del narcotráfico en equipos del fútbol colombiano.
Lara, sin mayores pruebas, y en una famosa conferencias de prensa, acusó a los equipos Atlético Nacional, Millonarios, Santa Fe, Deportivo Independiente Medellín, América y Deportivo Pereira de tener dineros provenientes del narcotráfico (ver artículo ‘Dineros Off Side’).
Posteriormente, decisiones judiciales las sustentaron. Hernán Botero, uno de los principales accionistas de Nacional, fue extraditado a Estados Unidos por lavado de dinero. Los hermanos Gilberto y Miguel Rodríguez Orejuela, fundadores del cartel de Cali, figuraron como accionistas principales del América de Cali y fueron capturados en los años 90.
El narcotráfico, y su poder de corrupción, también determinaron la suerte de los campeonatos colombianos.
Aunque la justicia colombiana nunca encontró pruebas de compra de árbitros o partidos, en esta época se presentaron varios episodios cuestionables dentro de la cancha.
Un gol fantasma favoreció a Santa Fe frente al Pereira. En un octogonal final, y en pleno clásico con Santa Fe, Millonarios le pitaron un penalti a su favor sin importar que la falta contra Rubén Darío Hernández se produjo varios metros afuera del área. En un partido en El Campín, un árbitro anuló un gol que Ricardo Gareca del América le convirtió a Millonarios desde más de 30 metros, por fuera de lugar. El árbitro chileno Hernán Silva dejó de sancionarle a Millonarios tres infracciones en el área de Nacional, en los cuartos de final de la Copa Libertadores del 89.
Incluso el árbitro antioqueño Armando Pérez, quien llegó a ser juez de línea en la final del mundial de Italia 90, fue secuestrado en plenas finales de 1988. El réferi apareció días después portando un mensaje “si los árbitros siguen parcializados, serán borrados”.
El campeonato de 1989 inició solo hasta marzo, luego que el Gobierno exigiera de la Superintendencia de Sociedades un informe sobre el manejo financiero de los equipos. Informe que reveló irregularidades, pero que no fue obstáculo para que la pelota no se detuviera.
Esa época de furor terminaría en diciembre del 89 cuando el árbitro Álvaro Ortega fue asesinado de nueve disparos en el pecho luego de oficiar como juez de línea en un partido en el que Independiente Medellín y América empataron en el Atanasio Girardot.
La pelota no se detuvo, y mientras el país lloraba la toma del Palacio de Justicia (en la que tuvo que ver Pablo Escobar), los crímenes del propio Lara Bonilla, el director de El Espectador Guillermo Cano, de Luis Carlos Galán, del procurador Carlos Mauro Hoyos, y los atentados contra el edificio del DAS en Bogotá, el Centro 93, el avión de Avianca que estalló en pleno vuelo, América de Cali obtuvo los títulos del 82 al 86 y tres subtítulos de Libertadores; Nacional la Copa Libertadores de América en 1989, y Millonarios las estrellas del 87 y 88, las cuales evalúa devolver 25 años después, según lo informó su actual presidente, Felipe Gaitán, desde España, donde se encuentra el equipo embajador para disputar el trofeo Santiago Bernabéu con el Real Madrid, que esta vez será como homenaje a Alfredo Di Stéfano.
La polémica
Todos estos episodios han vuelto a la memoria gracias al debate que abrió Felipe Gaitán por sus declaraciones.
La primera reacción fue de los propios jugadores de Millonarios que conquistaron las estrellas 12 y 13, quienes reivindicaron que lo conseguido en la cancha; los directivos de los equipos más salpicados, América y Nacional, también rechazaron la propuesta; el gobierno colombiano, al calificarlo como un hecho simbólico más que jurídico, aplaudió el gesto como un acto de reparación y dignidad, según palabras del ministro del Interior Fernando Carrillo; y hasta el poder judicial controvirtió sobre si hay o no consecuencias judiciales por el hecho de que un directivo del fútbol admitiera públicamente los vínculos del narcotráfico.
Es poco probable que se produzcan. En Colombia, salvo los delitos de lesa humanidad, todos prescriben su acción penal a los 20 años. También parece difícil que la justicia colombiana anule los campeonatos en cuestión o sancione a los equipos ganadores, como pasó en Italia donde la Juventus fue despojada de dos ‘scudettos’ por arreglo de partidos a manos de las mafias de las apuestas.
Probablemente las declaraciones de Gaitán solo conduzcan al debate nacional sobre el impacto del narcotráfico en la sociedad colombiana, del cual el fútbol no escapó. Solo 20 años después el gobierno expidió una ley (la Ley del deporte del 2011) en la que se reglamentan los controles para que dineros calientes no vuelvan a permear el fútbol colombiano.
Es la primera de las determinaciones del Estado colombiano para algunos hechos no se repitan, como aquel que protagonizó ‘el pitufo’ Anthony de Ávila, quien tras marcar un gol que sirvió para que Colombia clasificara al mundial del 98, se lo dedicó a dos personas que en ese entonces estaban privadas de la libertad: “A Gilberto y a Miguel”, refiriéndose a los hermanos Rodríguez Orejuela, quienes como otros capos de la droga, alcanzaron a convertirse en los mecenas del futbol nacional en los años 80.
Esa época, la del narcotráfico es la que el presidente de Millonarios pretende borrar del escudo del equipo. Pero paradójicamente, la histopria que más enorgullece a Los Millonarios, la del Dorado de Di Stéfano, fue declarada ilegal por la FIFA. La del narcotráfico no hubo quién la censurara.
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