Pasaron 20 años del estallido de aquella definición lapidaria: la maldita policía. Veinte, a su vez, se cumplirán en enero próximo del homicidio del reportero gráfico José Luis Cabezas, en un crimen que dejó al desnudo las connivencias, complicidades, negociados que involucraban a esa tríada fatal: poder político-poder policial-poder empresarial. Hace quince años, Asuntos Internos relevaba a un subcomisario local tras todos los revuelos que dejaban expuestos pactos que comportaban zonas liberadas. Y en octubre se cumplirán 33 años de las elecciones que dieron paso al primer gobierno democrático tras la dictadura más sangrienta del país. Pero la Bonaerense sigue intacta.
Otras tantas también y para muestra, la rionegrina es un dechado de crueldad. Pero la fuerza provincial con casi 100.000 integrantes, que ya casi duplica numéricamente la de dos décadas atrás, arrastra sin que nadie le ponga el cascabel, los desvíos más perversos. Ni a la fuerza ni a su jefe máximo, Pablo Bressi. Quien carga con denuncias que –cuanto menos- debieran obligar al poder político a correrlo del centro de escena porque son de enorme gravedad. Algunas, relacionándolo con la mafia del narcotráfico. Otras, apuntando de lleno a él como hombre y que surgen de dos de sus ex parejas. En tiempos en que la violencia de género ha ganado conciencias y miles y miles marcharon bajo el eslogan niunamenos, que la mayor autoridad policial de toda la provincia –manejada por primera vez por una mujer- sea denunciado como golpeador suena contradictorio. Lo otro, en cambio, las denuncias por sus vínculos con el narcotráfico, tienen relación íntima con una temática que ha atravesado a la Bonaerense de punta a punta.
Uno de los grandes caballitos de batalla de María Eugenia Vidal y Cambiemos fue, en tiempos electorales, la lucha contra el narcotráfico y contra la corrupción. Se anunciaron a viva voz cambios que no deberían haberse hecho públicos antes de actuar y se valieron de la estructura mafioso-policial anterior con alguno que otro intento de maquillaje pasajero. “Se necesita un cambio profundo”, sigue repitiendo Vidal. Sin embargo, puso al frente de la fuerza a quienes le legaron en herencia fatal.
En los casi nueve meses de gobierno de Vidal, hubo demasiados episodios de connotaciones mafiosas que sólo pueden provenir de estructuras de poder estatal. En los primeros días de junio, dos policías recorrieron libremente el despacho de la gobernadora, revisaron cajones y muebles. Hace unos días, se encontró el cartucho de una escopeta en el garaje de la casa que Vidal compartía con su ex marido. La misma casa que dejó para trasladarse a una base aérea por cuestiones de seguridad. Y ahora, los llamados intimidatorios al 911 de acabar con el gobierno de Vidal.
Entre medio, aumentos de sueldo ante amenazas de paros policiales. Hallazgo de nichos de corrupción con secuestro de sobres con decenas de miles de pesos en jefaturas policiales y presiones de todo tipo y color.
Ritondo y Vidal anunciaron purgas policiales y se les cayó el mundo encima: la triple fuga del penal de Alvear, los pescados podridos que les vendieron y los dejaron expuestos en un nivel de vulnerabilidad cercano a la ridiculez. Y Cristian Ritondo, hombre cercano a barrabravas más que a manejos estructurales de las fuerzas de seguridad, sigue diciendo: “No me tiembla el pulso para iniciar los sumarios y sacar de la Policía a quien sea. Nadie tiene paraguas, nadie está cubierto”. Y luego: “Dijimos desde el inicio que el que mancha el uniforme se va, y eso es una realidad”.
Sumarios y preliminares
La historia de las purgas policiales son largas en la provincia. Miles de uniformados fueron suspendidos, cambiados de zona, exonerados, de la fuerza. Desde Olavarría aportaron lo suyo Ricardo Tévez o Carlos Faure, Jorge Heim y unos cuantos más por causas ligadas a corrupción, abuso de autoridad o participación en alguna fiesta dentro de una comisaría.
En lo que va del 2016 se abrieron desde Asuntos Internos un total 4.133 sumarios y 474 investigaciones preliminares y se apartó de la fuerza a unos 1600 policías. Lo que no significa mínimamente transformaciones de fondo. A lo largo de las últimas décadas, con reformas y contrarreformas, los personajes apartados fueron miles. Pero el huevo de la serpiente siguió actuando porque no se trata de correr actores del centro de la escena. Se trata más bien de una transformación de fondo que cuando hubo alguno dispuesto a avanzar –aunque más no sea un poco- fue aleccionado.
En diciembre del próximo año se cumplirán 30 años de la cena que tuvo Luis Brunati -entonces ministro de Gobierno de Antonio Cafiero- con un grupo de comisarios. Fueron claros: “Tenemos unos obsequios para usted, una Itaka, un ovejero alemán adiestrado, porque usted va a necesitar seguridad. Y le ofrecemos un aporte mensual, porque usted sabe que los recursos en política son necesarios”. Le entregaron un sobre que Brunati no aceptó y –según él mismo confesó- “terminó la etapa del acercamiento y comenzó la confrontación”. Al año de haber asumido debió presentar la renuncia. Había quedado en la más absoluta y profunda soledad.
En la larga lista de intentos, más o menos osados, están las reformas de León Arslanian. Atacó de lleno uno de los negocios más suculentos, en su época, para los patrones de uniforme azul: los desarmaderos. Exonerados, investigados, subidos a la calesita para cambiar de zona… hubo de todo. Pero como escribió Tejada Gómez: “hay que dar vuelta el viento como la taba, el que no cambia todo no cambia nada”. Hubo modificaciones. Cambios de nombres. Corrimiento del tipo de negociados. En ocasiones el juego clandestino; otras, la piratería del asfalto, el abigeato o los desarmaderos; la liberación de zonas para la comercialización de drogas. ¿Qué importa? No era el negocio en sí ni el tipo de personaje estructural. Sino más bien la institución. Que ha seguido regida por ciertos códigos que son los que les permiten echar mano a presiones de todo tipo y color, a mostrar que se es capaz de revisar los cajones del despacho mismo de la gobernadora o depositar un cartucho en el garaje de su vivienda.
Y nada va a cambiar mientras los Ritondo sigan diciendo que el policía que haga las cosas mal, se va. La transformación real debe ser necesariamente poner patas arriba la institución.
Artículo publicado en El Popular de Olavarría
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