No es sencillo llegar hasta Pomona. Máxime si quienes tienen que ir hasta allí viven en Necochea, a más de 600 kilómetros de distancia. Pero la búsqueda de racionalidades en el sistema penitenciario, de superar un intolerable estado de cosas, nos lleva a transitar esa distancia, con el deseo de encontrar una esperanza. Hemos leído un par de notas periodísticas de la cárcel de Pomona y escuchado algunos comentarios que despiertan nuestra curiosidad y allá vamos junto a Josefina Ignacio, candidata electa por la Asociación Pensamiento Penal para cubrir uno de los cargos reservados a las ONG en el flamante Mecanismo Nacional de Prevención de la Tortura.
Cruzamos el temido tramo de Río Colorado a Choele Choel por la ruta 22 (140 kilómetros de interminable recta por la estepa rionegrina). De ahí pasamos a Lamarque y luego Pomona, que en rigor es una pequeña localidad cuyo centro penitenciario lleva el mismo nombre. En ese punto nos encontramos con Juan Pablo Chirinos, juez de Ejecución Penal con asiento en General Roca. Es nuestro anfitrión. Con JP nos conocemos desde hace muchos años (desde la fundación de Pensamiento Penal) y siempre es un gusto reencontrarnos.
Vamos rumbo a nuestro objetivo. Nos introducimos en un camino de ripio, bordeando las chacras del Valle Medio, y a unos 10 kilómetros, luego de una curva del camino, divisamos un techo verde que hemos visto en fotografías: llegamos.
Bajamos del auto y nos sorprenden dos cosas. Un muchachito que se encuentra tranquilamente sentado en una garita, hablando por celular con auriculares, nos saluda alegremente (luego sabríamos que es uno de los privados de la libertad). También una fuerte fragancia frutal que invade el aire y se desprende de una planta que tiene blancas flores y que, lamentablemente, nadie nos supo decir de qué especie se trataba.
Sale a nuestro encuentro un hombre joven, delgado, que viste un pantalón de jogging y remera azul. Amaga a cuadrarse y nos damos cuenta por ese gesto que es uno de los penitenciarios. Cambiamos los saludos de rigor y entramos en el establecimiento, un edificio donde hace unos quince años funcionó una escuela agrícola pero que ahora se encuentra afectado al Establecimiento de Régimen Abierto Pomona, según rezan los carteles.
Y vaya si es un régimen abierto. Allí no se divisan rejas ni candados. Lo único que vemos son plantas y alambrados rurales. Un espacio completamente libre y despojado de medidas de seguridad.
Ingresamos en la planta principal, donde está el comedor. Allí, penitenciarios y privados de la libertad comparten la comida y las actividades. Salen otras personas a nuestro encuentro. No podemos distinguir quiénes son los presos y quiénes los custodios. Todos se desenvuelven con la misma naturalidad en un clima de tranquilidad que, a los que estamos acostumbrados a la ciudad, no llama la atención.
Nos asomamos a un recinto donde hay unas personas con cuadernos. Escuchan a una docente. Chirinos nos explica que hasta hace poco los vecinos de Pomona iban a la cárcel para recibir instrucción escolar.
Pasamos a un galpón que hace las veces de taller. Dos personas arreglan un Renault 21 que llevó un vecino, otro prepara unas parrillas y planchuelas que luego comercializa por Facebook. Los privados de la libertad fijan el precio de su trabajo y perciben la remuneración que, por lo general, destinan para las necesidades de sus familias. Lo propio ocurre con dos carpinterías que funcionan en el establecimiento. El penitenciario que nos acompaña (no recuerdo su nombre) nos dice con orgullo que él mismo les presta varias de las herramientas para los trabajos del taller: en los días francos también se desempeña como mecánico.
¿Qué tipo de presos residen allí? De todo tipo. Desde condenados por abusos sexuales hasta condenados con penas de prisión perpetua. ¿Se registran incidentes en la población? Muy raramente, disputas menores que se arreglan conversando. ¿Y los presos no se fugan? En los quince años de historia del establecimiento solamente se fue un preso que todos sabían que se iba a escapar, pero fue recuperado a las pocas semanas. El otro incidente más inmediato fue la vez que dos internos se retiraron del establecimiento sin aviso y fueron recapturados cuando regresaban con un cordero bajo el brazo: se lo habían acercado sus familiares hasta la ruta.
Seguimos caminando en la calurosa tarde de Pomona. A nuestra izquierda vemos una edificación destinada al alojamiento de los familiares que vienen de más distancia (Viedma, Cipolletti, Bariloche). Están autorizados a alojarse durante unos días junto con su ser querido.
Cruzamos un puentecito y por detrás nuestro se acerca un preso con una motosierra. Pero no trata de cortarnos la cabeza. Se dirige a podar unos frutales. Ahora divisamos unas cuantas casitas muy humildes, como la mayoría de las que se ven en la zona. Son viviendas que levantan los presos con sus propias manos para vivir allí. Generalmente constan de un solo ambiente con baño privado. Allí pueden dormir, tener su televisor y hacerse algo para comer.
Nos acercamos a una de las carpinterías en la que trabaja un chileno. Le pide a Chirinos por el trámite del extrañamiento, extraña mucho y quiere volver con su familia. Nos muestra con emoción la foto de su nietita. En la otra carpintería un muchacho nos recibe alegremente, como lo hacen todos aquí. Conversamos un poco sobre la forma de vida. Nos dice que el día del partido de Argentina y Ecuador compartieron un asadito mientras hinchaban por la escuadra nacional. Que por lo general están durmiendo antes de las once de la noche ya que trabajan todo el día y terminan muy cansados. Discutimos acerca de si los privados de la libertad deberían tener la posibilidad de acceder, cada tanto, a una bebida alcohólica con moderación: un vaso de vino o un porrón de cerveza durante las comidas. Paradojalmente él se opone y nosotros nos mostramos de acuerdo.
Nos muestra su teléfono celular, que como el resto de la población pueden utilizar durante todo el día. También puede conectarse a internet. Como hemos visto en otras unidades, la lente de la cámara telefónica se encuentra cubierta por pintura. ¿La razón? No es una cuestión de seguridad: es para que los internos no publiquen escenas de la vida cotidiana en las redes sociales y puedan despertar la furia de algunos sectores de la sociedad que desean que los presos sufran las veinticuatro horas del día. Cuestión curiosa que merecería un poco más de reflexión.
Seguimos por el sector de cría de animales. Aves, conejos y cerdos destinados al consumo común. Luego un templo multireligioso, que puede ser utilizado por personas con diferentes creencias. Este pequeño pueblito, en algún punto, nos trae recuerdos de la legendaria Punta de Rieles.
Confirmamos, una vez más, que todas las personas privadas de la libertad que, por lo general, han transitado por otros establecimientos comunes, están muy conformes de vivir en Pomona, cuidan y preservan ese espacio de libertad. Ninguno de ellos quiere aquí, desean regresar junto a sus familias del modo más inmediato posible. Aún pudiendo hacerlo no se van.
¿Las personas que han transitado por este régimen volverán a delinquir? No lo sabemos ya que, afortunadamente, todos somos distintos, no somos máquinas. Pero presumimos que, si algún intento podemos hacer para evitar la reincidencia, seguramente que debe estar orientado a Pomona.
Cierro con palabras que Josefina puso en las redes sociales: “El techo es el cielo, en vez de muros hay frutales, el aire huele a flores de primavera, no suenan los candados sino los pájaros y las gallinas, el campo es el horizonte, la mirada se expande hacia el futuro”.