Por Alfonso Marrugo.-
A los 5 años lloraba mientras el azote del cinturón de cuero negro y hebilla plateada de mi padre marcaba mis piernas y adbomen. Mi llanto era aplastado por esa frase que dice “los varones no lloran”. Durante 8 años sufrí esa sensación de miedo y pánico. Pensé que lo había olvidado pero hoy, a mis 30 años, todos esos recuerdos resucitan.
Nací en un colorido pueblo del Caribe colombiano, una sabana hermosa llena de árboles y animales por doquier, un pueblo musical que me despertaba los domingos con salsa del Joe Arroyo y los vallenatos de Carlos Vives, un lugar romántico, pero con un trasfondo de cánones conservadores y machistas.
La violencia doméstica es más común de lo que se piensa, a partir de que se cierra la puerta en cada casa, se viven dinámicas cargadas de prejuicios y violencia.
Crecí en esa atmósfera que corregía mi forma de hablar, mi forma de caminar, mi gusto por el baile y mis ademanes, paradójicamente esos 8 años que recuerdo con tristeza, se convirtieron en el motor principal de mi lucha como activista por el reconocimiento de los derechos de las personas Lesbianas, Gays, Bisexuales, Transgéneros, Intersex y Queer del Caribe.
Desde que comencé a escribir considero que las letras también son una forma de activismo que ayudan a visibilizar los altos niveles de atropellos a los derechos humanos de las personas sexo diversas.
Verbalizar mi historia llena de violencia me ayuda a entender mi pasado y es fundamental para visionar mi futuro, el reconocer tantos hechos violentos en una sociedad como la colombiana con más de 50 años de conflicto armado es un aporte a La Paz de mi país. Queriendo borrar un pasado violento con reparación y buscando la no repetición de esos hechos de violencia que fueron naturalizados en los hogares Colombianos.
La Fiscalía General de la Nación y Medicina Legal, confirman que del 1 de enero al 1 de mayo de 2019, fueron reportados 29,117 casos de violencia doméstica en Colombia. Igualmente, el Instituto Nacional de Medicina Legal y Ciencias Forenses, confirma que durante el año 2015 se registraron 26.985 casos de violencia doméstica en Colombia, de los cuales 10.435 casos correspondieron a violencia contra niños, niñas y adolescentes.
Es urgente replantear los modelos sociales y las masculinidades, la estructura machista ha dejado incontables víctimas las cuales no han sido reparadas. Una búsqueda por dignificar los derechos humanos, pero sobre todo propender por reconocer las afectaciones que ocasionó el daño y la reconciliación de nuestras sociedades.
Si bien el pasado nos obliga a conciliar con errores y equivocaciones, creo que el componente de la reparación sigue siendo una asignatura pendiente, las fracturas en mi corazón y en mi alma producto de tantos años de violencias afloran en mí un sentimiento de inconformidad y rechazo que han impulsado mi carrera como defensor de los derechos humanos en contra de ese monstruo que durante tantos años me gritaba “marica corrígete” y el cual “nunca más tendrá la comodidad de mi silencio”.
No me tenías que pegar. Hoy le quisiera decir a mi papá estas palabras y repetirlas a cada madre y padre del mundo: no es necesaria esa violencia. La fragilidad de un niño o niña debe ser respetada y protegida. Se debe luchar por construir un mundo sin violencia doméstica.
Soy un sobreviviente del machismo y la homofobia. Desde éste rincón del planeta me he convertido en un luchador, gracias al cariño de mi madre y a mi padre que me enseñó a perdonar, he aprendido a reinventarme consciente de mi entorno y de sus problemáticas. Busco construir nuevas masculinidades que apunten a defender los derechos humanos de las personas LGBTIQ y eso vuelve al activismo mi segunda piel.
Esta columna se escribió en el marco de la Beca Cosecha Roja.-