Imagen: Federico Mercante
Para llegar al verano tenés que tener otro cuerpo. Para ponerte una bikini, ir a la pileta o a la playa, tu cuerpo no sirve. Si ya no llegás a cambiarlo, tenés que buscarte una malla que te favorezca. Palabras más, palabras menos, ese es el mensaje que se multiplica cada verano en algunos medios de comunicación, como la Revista Para ti que hace unos días, y como todos los años, nos ofreció a las mujeres jóvenes blancas cis, una guía para saber qué malla nos conviene usar según “el tipo” de cuerpo que tenemos.
La diversidad corporal que habitamos, observamos, sentimos, tocamos a diario, es perseguida en cualquier época del año, pero sobre todo en verano, por una policía de los cuerpos que nos dice que hay algunos válidos, mostrables, tocables y otros merecedores del señalamiento, el estigma y la discriminación.
A Laura Contrera, feminista activista por la diversidad corporal, le gusta pensar esta insistencia de los medios como un mito fundacional: “Todos los años se necesita apelar al deseo hecho norma, que es algo muy propio del neoliberalismo, y esto se hace mediante la reiteración ritual de estos mitos fundacionales del cuerpo perfecto”.
“Lo cierto es que nadie encarna ese ideal. Pero también es cierto que hay cuerpos que son más válidos que otros y que están más cerca de ese ideal. Esta suerte de reiteración ritual lo que hace es seguir manteniendo en sus coordenadas al mundo que es heterocisnormativo, capacitista, racista, clasista, blanco y magro”, opina.
La pregunta que resuena es cómo siguen calando estos mensajes no sólo en los medios y en la publicidad, sino en la vida cotidiana, aún con los debates y transformaciones que se vienen dando desde los transfeminismos. Para Contrera, “incluso los feminismos, en su diversidad, no dejan de estar atravesados por estas coordenadas”. Y abre el debate: “Con la gordura los feminismos todavía tienen una deuda a saldar”.
Dentro y fuera de los feminismos, la militancia gorda tuvo y tiene que ver con esas transformaciones. “Si hay una victoria tangible del activismo gorde tiene que ver con poder nombrar a la gordofobia, visibilizarla, y que a partir de eso se la pueda denunciar y resistir”, dice Contrera.
“Para cambiar una matriz compleja de opresión, las estrategias tienen que ser múltiples, porque ahí están interviniendo intereses poderosísimos, como los de la industria médica farmacéutica de la dieta o de las industrias del fitness, que son negocios que ayudan a sostener todos estos ideales corporales”, agrega.
El estigma no opera sólo en la variable peso/tamaño. Es interseccional. El cuerpo que escapa a lo heterocisnormativo también es señalado. “Los activismos estamos trabajando no sólo por la inclusión sino por la liberación colectiva de estas opresiones, por la despatologización y la autonomía corporal de una manera más amplia que articule varias luchas. De lo que hablamos acá es de la policía de los cuerpos. Que también es la policía de los géneros, de la blanquitud, de la capacidad. Todas estas policías van de la mano”, cierra Contrera.
“Creo que si los medios hegemónicos siguen reproduciendo este tipo de violencias es porque hay una parte de la sociedad que avala esto: que sigue considerando que hay algo normal y algo anormal”, dice Daiana Travesani. En octubre de 2016, en Rosario, una botella que alguien tiró desde un balcón le pegó en la cabeza. Desde entonces, y tras dos operaciones, prótesis y rehabilitación, camina con bastones.
“Yo no nací renga. Adquirí mi identidad disca a los 24 años. Tuve que trabajar mucho en el tema de la mirada estigmatizante sobre mi cuerpo y mi nueva corporalidad. Y me costó horrores porque justamente nuestra sociedad sigue inculcando ciertos tipos de belleza, de cuerpo o de movimientos como lo normal, lo lindo”, cuenta Travesani.
Desde que empezó a militar su identidad disca, Daiana encontró apoyo en el feminismo: sobre todo en el activismo trans y en el afrodescendiente. “En ciertos puntos de nuestras luchas, peleamos contra estándares que nos imponen, que nos lastiman. Peleamos para que nuestras corporalidades se reconozcan y sean aceptadas como parte de una diversidad. No digo que sean luchas iguales, porque no lo son. Cada cual tiene su particularidad, pero podemos hermanarlas y hacer un frente más potente para romper con estos ideales de belleza, de corporalidades y de lo normativo”, explica.
Ante la pregunta de por qué los medios reproducen estos estereotipos, Victoria Stéfano, periodista trans de Santa Fe, dice que es algo que viene desde hace muchos años: “Tanto la sociedad como los medios están atravesados por el paradigma médico criminalizante que prioriza ciertos cuerpos y descarta otros. Desde la medicina hay una asunción de que tanto el cuerpo gordo como el cuerpo travesti es un cuerpo enfermo, al que hay que solucionar y que todo proceso de salud va a ser mucho más fácil si ese cuerpo se normaliza”.
Pero en los últimos años ve una diferencia. Cree que siguen reproduciendo las mismas estructuras pero que ahora se trata de una reacción. “Después de siglos de ser las sujetas abyectas, los cuerpos a castigar y a normalizar, hoy estamos poniendo en peligro un régimen por nuestra visibilidad, por nuestras militancias, por nuestras conquistas políticas, por lo que el feminismo ha significado como movimiento de liberación que logró sacudir los esquemas del deseo, los esquemas corporales y de la visibilidad, y donde hoy las travestis, las trans, las gordas, las negras, las putas empezamos a disputar el espacio público, el discurso comunicacional y la visibilidad”.
Para acceder a “ciertos derechos y privilegios”, Victoria se “normalizó”. “Yo tomé el camino de los cobardes”, dice. “En algún punto la mella que produce el sistema logra impregnarte de cierto desprecio que tiene que ver con que tu cuerpo debe sufrir determinadas modificaciones para poder acceder a derechos y privilegios”, cuenta. “Pero no debería ser la salida: la salida es la de seguir resistiendo a esa normalización”, afirma.
Gabriela Bruno tiene 44 años y es psicóloga social. Es de Santa Fe y nació sin una pierna. La mirada de les otres siempre la tuvo muy presente. Pero también logró neutralizarla. “Cuando era más chica, iba con mis amigas a la playa. Llegaba hasta el borde del agua, me sacaba la prótesis y sabía que tenía mil ojos encima. Pero nunca dejé de hacerlo. El tema es que esa mirada no es sólo para mí, pesa también en las personas que te acompañan”, explica.
Gabriela tiene mil anécdotas sobre las miradas y su cuerpo. Anécdotas que empiezan con su propia visión: el mirarse al espejo sólo de la cintura para arriba, porque lo que no se ve o no se muestra, no existe. Y, por supuesto, la mirada ajena: como cuando estaba en la AFIP esperando para hacer el monotributo y pasó una persona, la miró y le dio unas monedas.
Para ella, la insistencia de los medios con los cuerpos perfectos viene de “la vieja ola”, donde el ideal de belleza estaba ligado a las mujeres “flaquísimas, rubias”. Cree que esto se modificó y que las nuevas generaciones lo toman de una manera más natural y relajada. Pero también considera que la indumentaria “sigue dejando afuera a un montón de mujeres”. “Mujeres con discapacidad, mujeres que nos encontramos en cuerpos que no están estandarizadas o no están pensados desde los estándares normativos de la estética de la indumentaria”, detalla.
La ESI y más allá
“Si pensamos en las nuevas generaciones, la ESI es una apuesta indispensable. Pero también tenemos que pensar en otras políticas públicas: instrumentos de medición de las discriminaciones y de las necesidades de la población, índices de salud que no sean gordofóbicos, ni capacitistas, ni racistas, ni clasistas ni heterocisnormativos”, dice Contrera. “No alcanza con hablar de positividad corporal, de quererse a uno mismo ni con incluir más diversidad, como hacen algunas publicidades. Hay que salir de estos marcos del neoliberalismo y pensarlo en términos de derechos humanos, de justicia social y de articulación de luchas por la diversidad corporal”.
Para Stéfano, la ESI fue “una enorme punta de lanza, pero nos quedamos en el camino”. “Necesitamos una reforma integral de los contenidos educativos, para que el sistema deje de escupir pibites que van a replicar un montón de violencias sociales hacia determinadas corporalidades”.
“No podemos seguir viendo pibes que se van a convertir en adultes rotes por un sistema que los atraviesa con un montón de violencias hacia sus cuerpos y sus existencias. Y claramente ese trabajo tiene que ver con un paradigma de diversidad corporal que atraviesa transversalmente a la educación, pero no podemos hablar de ese paradigma sin abordar los contenidos educativos donde están borrados les negres, los cuerpos travas, trans, los cuerpos gordos”, agrega.