El docente Federico Mendoza es profesor de Política y Ciudadanía en la Escuela Técnica N°4 de Florencio Varela. En sus clases habló de la desaparición de Santiago Maldonado. Una alumna le pidió retirarse porque su madre no quería que escuchara esa clase. Más tarde lo llamaron de dirección. “Unos policías quieren hablar con vos”, le dijeron. Eran tres, venían con la madre de la chica. “Usted no tiene autoridad para hablar de política en la clase: No puede hablar de Santiago Maldonado”, le dijeron y comenzaron a darle argumentos del tipo ‘no está ni vivo ni muerto’. El docente terminó escondido en la escuela. Más tarde hizo la denuncia por intimidación. Pero su caso no es el único. La paranoia, los aprietes y las circunstancias tragicómicas se repiten en muchísimas escuelas.
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En una escuela secundaria de Lanús, luego de una clase en la que hablaron de Santiago Maldonado y la desaparición forzada de personas, los alumnos dibujaron algunos carteles y los pegaron en los pasillos. La reacción de las autoridades fue arrancar los trabajos ante la vista de sus propios creadores, cosa por demás violenta. Una profesora de la escuela recibió un llamado de atención con un acta escrita y firmada por uno de los directivos donde se le advierte que “ no está autorizada la intromisión política en las escuelas”.
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En la misma semana, otra docente del mismo distrito fue denunciada por la directora y citada por Inspección. El motivo: hablar de Santiago Maldonado en una de las clases. “En 17 años de trabajar en educación, nunca estuvo prohibido hablar de derechos humanos en las aulas, incluso antes de que reglamentariamente se incluyeran esos contenidos dentro de la currícula”, dijo un de sus compañeras.
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En otra escuela, se convó a una auxiliar para que limpie una mesa donde decía “¿Dónde está Santiago Maldonado?”. Mientras los chicos preguntaban por qué, la directora justificaba que no debía haber expresiones políticas en el aula. A lo cual, la auxiliar responde: “entonces… ¿esto también lo borro?” en referencia a otra escritura aledaña. Respuesta: silencio. La escritura que parecía no molestar tanto como esa pregunta era una esvástica, dibujada ahí desde hace años, al igual que la clásica íconografía de penes, insultos varios y demás expresiones naturalizadas.
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En la misma escuela un alumna descubrió infraganti a la directora tapando un cartel sobre Santiago con una lámina que estaba expuesta en otro sector del pasillo, removida y reubicada para ocultar. El cuestionamiento de la alumna fue aplacado con el clásico “me estás faltando el respeto”.
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En las escuelas de la ciudad, desde algunos gremios docentes se plantearon diferentes propuestas para trabajar el tema. Una docente compartió un archivo con esas propuestas en el grupo de Wasap de los docentes. Nadie respondió. A las pocas horas la llamaron de dirección. “Está circulando información para tratar el tema de este chico, Maldonado. En la escuela no se hace política. Aparte si hablamos de Maldonado también tendríamos que hablar de Julio López o de Nisman. Están llamando muchos padres preocupados porque no quieren que hablemos del tema con los chicos, así que no se habla”.
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En la misma escuela, para zanjar todo debate, interrogaron a los docentes delante de los alumnos sobre los contenidos correspondientes a sus grados, como evaluando qué sabían y qué no. Acto seguido y frente a los chicos dijeron que debían dar ciertos temas “no peligrosos”. Al día siguiente parte del personal de conducción comenzó a bajar línea, en un ámbito solamente de docentes, diciendo que los mapuches eran chilenos, que no podían reclamar nada y que si querían tener algo debían comprarlo y obtener su escritura.
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Después de recorrer varias escuelas en las que trabaja y recibir todo tipo de advertencias, una docente de Ciencias Sociales entró al aula quejándose. “Parece que está prohibido hacer cierta pregunta y hablar de cierta persona”, dijo. Los pibes contestaron: “Si, profe, de Santiago Maldonado. Se piensan que somos estúpidos, que no sabemos nada. A Santiago de lo llevó la gendarmería”.