Jorge Larrosa es poeta y fotógrafo. En 2009 publicó “Postales tumberas”, un libro que entre el relato de ficción y la crónica periodística nos adentra en el mundo y los valores de los delincuentes “de otros tiempos”.
¿Cómo era el mundo delincuencial antes? Larrosa, autor de varias letras interpretadas por Andrés Calamaro, posa la mirada sobre los cambios que sufrió en los últimos años la modalidad criminal y como el advenimiento de las drogas duras y el nuevo argot carcelario modificaron los códigos y el ADN del mapa delictivo. Sin embargo, para el autor hay algo que nunca cambia y se mantiene a través de los años: la corrupción de las fuerzas de seguridad.
Hoy compartimos con nuestros lectores, el prólogo que escribió Andrés Calamaro a este libro inquietante publicado por Ediciones Aguilar.
Las verdades del ñeri
Aprendí muchas cosas con Jorge Larrosa, palabras y significados, códigos rotos y de los otros, caseríos y transacciones, valores y humildades; y también compartimos, codo a codo (verso a verso), un pedazo de vida. Tengo grabadas algunas frases de Jorge que son conceptos que guardo registrados para siempre. Nos conocimos por intermedio de Carlos BBC, y nuestros encuentros fueron habituales y periódicos durante mis estancias en Buenos Aires; promediaba el segundo lustro de la última década de un siglo. Con Jorge nos separa un año, un río y una vida que fue diferente hasta que dejó de serlo; a partir de entonces descubrimos que tenemos tanto en común los hombres como diferencias hay en nuestra crianza, en las dos orillas del Río de la Plata.
A veces, las despedidas eran largas; yo me estaba yendo, o volvía, a tierras lejanas, me tocaba cruzar el gran charco; no tardé en notar una frase recurrente que, quizá, sea la llave que abrió el tarro del texto, las canciones y la narrativa, la misma que nos encerró en la jaula dorada de la amistad y la poesía cantada, la que hoy corona con un libro extraordinario, lo que el “Poeta de la Zurda” (también desconocido como “Poeta de Ramallo”) quiere contar, la frase de marras era “Nos volveremos a ver”.
Qué descaro, y qué lirismo, pensaba yo cada vez que se cerraba la puerta detrás de Jorge. Sabrá él que vamos a volver a vernos y también me advierte de un vínculo irrompible que está por definir formas; es que no sabíamos entonces que estábamos en el prólogo de algo más profundo que la amistad, que estábamos frente a la luz anterior a los instantes, que llegarían cosechas de canciones, de recuerdos, de noches interminables y, entre más cosas, un puente tendido entre dos mundos distantes, pero con algo en común: “el enemigo”. Nadie puede presumir de integridad sin conocer a los enemigos que amenazan.
De a poco, pero inmediatamente, empezamos a cruzar el espacio que separa el universo bohemio del rock poético del de los chorros que piensan, los códigos restaurados & la tumba; giras, noches de parrilla y canción, hoteles revolucionados, Cobo y Curapaligüe, las visitas, un amigo. A veces, nosotros, y siempre con Marcelo Cuino, mi hermano en la vida, la tercera pata del “colectivo literario no intelectual” que quisimos llamar “Los Poetas de la Zurda”.
Escribimos juntos decenas, probablemente un centenar de canciones honestas y verdaderas; bajando línea, pintando retratos; pensando en el envase y en el contenido, en la forma y en el fondo de los vasos vacíos, de las noches llenas, de la lealtad como principio para el deseo de escribir y existir. Así es. Sin saberlo, Jorge Larrosa se convirtió en letrista y narrador, y fue imparable la idea de escribir lo que yo nunca había preguntado, acerca de aquello de lo que, de todos modos, hablábamos siempre.
Pero Jorge quiso ir más allá de lo previsto y pensó este libro, que recorre, con verdad intacta, una galería de episodios notables de la vida real argentina, verdaderos retratos contados desde adentro, casi siempre por sus propios protagonistas, motivo por el cual Larrosa compartió, desde antes del primer día, investigaciones, viajes y recuerdos, con un histórico de aquello que nunca se cuenta, con un maestro de la estrategia, del coraje y de la ética; un cerebro. El Bocho de la Zurda.
Así, el Bocho y el Poeta fueron buscando, y encontrando, a los protagonistas de este gran relato de relatos, para reproducir cada diálogo con fidelidad, para que el guión se concretara en su forma textual, el idioma, las palabras, el subtexto moral, la atmósfera, la verdad.
Después de encuentros y desencuentros editoriales, por fin encontramos la voluntad, la dirección y la redacción que este libro necesitaba para existir y convertirse, irremediable, en un texto permanente, en la verdadera historia de la historia, en un episodio auténtico y carnal de la literatura; cuando la verdad desplaza a la ficción, un texto que no es solamente un documento, no es narración autorreferencial, es todo eso y es la realidad y la literatura; fruto, y resultado, de escribir la novela de la vida.
Jorge, me enseñaste el significado profundo de la amistad y de la lealtad; sé que tengo un ñeri que va a poner el pecho por mí; bendito sea el milagro rioplatense que es tu inspiración y tu inteligencia, tu espíritu y tu corazón.