En 2013 Paula trabajaba en un centro de salud de la Ciudad de Buenos Aires. Un día llegaron preservativos vaginales para utilizarlos como prueba. Ella se llevó uno a su casa para probar. “La experiencia no fue buena”, cuenta a Cosecha Roja. Y la define como incómoda. “No tenía la misma lubricación de un preservativo peneal, entonces es una sensación muy seca”, detalla. Cuando se lo colocó, el preservativo vaginal se rompió, así que terminó descartándolo y usando uno peneano. “Ahora pienso que quizás debería utilizarse en un vínculo con más confianza también”, dice.
Nueve años después una investigación sobre aceptabilidad del preservativo vaginal en el Área Metropolitana de Buenos Aires (AMBA) dice que el 80 por ciento de las personas que lo probaron lo volvería a usar.
El testimonio de Paula es una anécdota de una experiencia fallida, pero también refiere a una época en la que nadie hablaba de preservativos vaginales, no circulaba información. Y lo que es peor: nadie hablaba demasiado de salud sexual y (no) reproductiva, de métodos anticonceptivos y de cuáles son las opciones que tenemos las personas con vagina y vulva para mantener relaciones sexuales seguras.
En Argentina el preservativo vaginal no forma parte de una política pública y ni siquiera está en el mercado, por lo que es casi imposible conseguirlo. En países como Uruguay y Chile se distribuye de forma gratuita, como un método más de anticoncepción.
De la investigación impulsada por la Coordinación Salud Sexual, VIH e ITS del Ministerio de Salud de la Ciudad de Buenos Aires en asociación con la Fundación para Estudio e Investigación de la Mujer (FEIM), la Red Nacional de Jóvenes y Adolescentes para la Salud Sexual y Reproductiva (RedNac) y otras organizaciones de la sociedad civil, también se desprendieron estos datos: el 96 por ciento lo recomendaría, el 97 por ciento dijo que su pareja sexual aceptó su uso. Y, si bien el 68 por ciento reportó dificultades en la primera práctica de colocación, cuando lo usaron en relaciones sexuales esa cifra se redujo al 36 por ciento. Es decir: la aceptabilidad mejora con la práctica y también con la información adecuada sobre su utilización.
“Conocer el alto nivel de aceptabilidad con el que cuenta el método permite pensar en su incorporación en la política pública como un método de distribución gratuita y accesible que previene tanto embarazos no planificados como Infecciones de Transmisión Sexual y VIH”, dice a Cosecha Roja Daiana Vainstein, psicóloga y coordinadora de la Red Nacional de Jóvenes y Adolescentes para la Salud Sexual y Reproductiva (RedNac).
Pensar en políticas públicas que incluyan este método anticonceptivo habla de pensar en políticas de género. Vainstein lo explica así: “Contar con el preservativo vaginal como un método accesible y gratuito promueve la experiencia de una sexualidad plena, segura y placentera ya que potencia el poder de decisión y autonomía por parte de mujeres y disidencias sobre su salud sexual y salud (no) reproductiva”.
Además, es una respuesta ante situaciones violentas y naturalizadas. “Un ejemplo es la negociación del uso del preservativo peneano e incluso la vivencia de stealthing, que es la retirada del preservativo peneano sin consentimiento”, completa.
En palabras de Mabel Bianco, presidenta de FEIM: “El preservativo vaginal es un método que cubre un antiguo reclamo de mujeres a tener acceso a métodos que controlamos las propias mujeres”.
El preservativo vaginal puede reemplazar perfectamente al condón que usan los varones y el poder cambiaría de manos (bah, de genitales). Pero como la heteronorma nos enseñó, cuando pensamos en métodos anticonceptivos, siempre se piensa en relaciones sexuales con penetración peneana. ¿Y qué pasa con esas otras prácticas que no incluyen al pene? ¿Qué pasa con el sexo oral, el dedeo, la frotación? Prácticas sexuales que incluyen a las diversidades, pero también a las personas con vulva heterosexuales.
El Proyecto Preservativo Para Vulvas es una organización horizontal, apartidaria, interseccional y transfeminista que nació hace tres años y que desde entonces impulsa la creación de un producto acorde a todas esas otras prácticas sexuales. “No somos todas lesbianas”, aclara Jésica Hernández, una de sus integrantes, tal vez porque, como consecuencia de la falta de información sobre sexualidad, ese es uno de los mitos: que los preservativos para vulvas son para lesbianas.
Pues sí, pero no de manera excluyente. “Nos dimos cuenta de que las personas que mantenemos prácticas distintas a la penetración vaginal, tenemos vulnerado el derecho a la salud sexual, ya sea por la falta de información, por la atención sistemática médica defectuosa, y por la falta de preservativos diseñados para la mayoría de las prácticas sexuales”, dice a Cosecha Roja.
Ese sentimiento fue lo que hizo que abrieran un Instagram y tiraran la consigna al universo: “Necesitamos un preservativo creado específicamente para relaciones sexuales entre personas con vulva”. La repercusión fue grande: “Muchas personas empezaron a decirnos que nunca lo habían pensado, nunca lo habían cuestionado, nunca habían pensado porqué se cuidan en la penetración pero no en el sexo oral”, cuenta Hernández.
“Lo primero que hay que decir es algo que parece obvio, pero no lo es: la vagina no es lo mismo que la vulva”, dice, y detalla: “La vagina forma parte de los genitales internos. Es la cavidad por donde en caso de menstruar sale la menstruación, donde se puede colocar una copa menstrual, un tampón, y en caso de embarazo el canal de parto donde salen los bebes, es elástica y se expande durante la excitación sexual. Y también forma parte de los genitales internos”. En cambio, la vulva es “el conjunto de genitales externos que está formado por el monte de pubis, los labios internos y externos, el orificio uretral, la glándula eyaculadora parauvetral de anarcha, las glandulas lubricadoras, la apertura vaginal y el clítoris. Durante la excitación la vulva se dilata y se agranda”, completa.
A diferencia del preservativo vaginal, que sí se comercializa y distribuye de manera gratuita en otros lugares del mundo, del preservativo para vulvas no hay antecedentes. Es decir: todos los preservativos que existen son para prácticas sexuales con penetración.
¿Cómo se protegen las personas con vulva que no eligen la penetración? De manera artesanal y precaria. Para el sexo oral hacia una vulva, las opciones disponibles son: armar un preservativo campo, que es cortar con una tijera esterilizada un preservativo diseñado para una persona con pene y colocarlo sobre la vulva. O lo mismo con un guante de látex o nitrilo. O se puede utilizar un dique de goma, que en realidad es un material odontológico que se utiliza para hacer cirugías.
“Necesitamos que el producto se venda en una farmacia, que venga esterilizado, que esté empaquetado, que tenga fecha de vencimiento, con instrucciones de uso. Exactamente igual que un preservativo peneal”, dice Hernández.
Por eso el Proyecto Preservativo Para Vulvas trabaja en cuatro ejes: diseñar y promover la distribución gratuita de preservativos para vulvas; exigir la distribución gratuita de otros métodos profilácticos como los campos profilácticos, los dedales y los preservativos vaginales; la elaboración e implementación de protocolos de salud sexual, donde se garanticen consultas informadas y respetuosas hacia todas las sexualidades e identidades, y fomentar la investigación sobre transmisión de infecciones y prevención en la diversidad de prácticas sexuales así como su divulgación en el ámbito de salud y en la ley de Educación Sexual Integral.
Desde febrero, la organización trabaja con científiques del CONICET en un proyecto de investigación y el posterior desarrollo de preservativos para vulvas. Este proyecto fue seleccionado por el Programa Impac.tar Ciencias, impulsado por el ministerio de Mujeres, Géneros y Diversidad.
Y también están en un proyecto de diseño de estos profilácticos, junto al ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación y con la cooperativa Farma Coop. Están elaborando un prototipo de lo que sería el primer preservativo para vulvas en el mundo.
“Nuestra principal demanda es hacia el Estado, porque es necesario que haya una política pública que cree y distribuya no sólo este método sino todos los que circulan actualmente. Y no es una necesidad de lesbianas, es una necesidad de todas las personas que tienen otras prácticas sexuales y que, actualmente, estamos desprotegidas y expuestas a enfermedades e infecciones de transmisión sexual”, cierra Hernández.