Por Matías Muñoz*
Si bien desde los ’90 hasta hoy las muertes relacionadas al sida han disminuido considerablemente, no podemos decir que ya nadie muere de sida.
Según los datos presentados por la Secretaría de Gobierno de Salud, aún 5 personas fallecen cada día por complicaciones derivadas de la infección por VIH.
Lamentablemente la respuesta está en que durante todos estos años, los esfuerzos de la comunidad científica y de los Estados estuvieron solamente en priorizar el presupuesto de la agenda farmacéutica y gastar exorbitantes sumas dinero en más y mejores tratamientos. Pero ¿esto está mal? En principio no. No está mal en sí mismo conseguir mejores tratamientos para las personas, con menos tomas, con menos efectos secundarios, lo que está mal es olvidarse de otra gran enfermedad, que mata mucho más que el virus que algunas personas tenemos en la sangre: la discriminación.
Se avanzó en la reducción de las muertes, se avanzó en mejores tratamientos, pero no avanzamos tanto en la reducción del estigma y la discriminación. Hoy en día, las muertes relacionadas al sida tienen que ver sobre todo con dos indicadores: o son personas arrojadas a la pobreza, que no pueden atender su salud porque tienen vulnerados otros derechos fundamentales y no solo no llegan a fin de mes, sino que tampoco comen, o personas que, por miedo o vergüenza no quieren acceder a un test o al seguimiento de su salud porque no están dispuestas a vivir la discriminación que se sufre socialmente por vivir con VIH. Pasa en los pueblos chicos, pero también en las ciudades grandes.
Los estados (todos los estados, la Nación, las Provincias y los Municipios) tienen una gran deuda en la falta de inversión para reducir el estigma y la discriminación. Si tuviéramos que evaluar su desempeño en dicha tarea tendrían cero.
Difundir entre otras cosas el mensaje que indetectable es igual a intransmisible (I=I) es una oportunidad única que nos estamos perdiendo. El hecho de poder saber que una persona, por tomar su tratamiento, no le puede transmitir el virus a otra persona, no solo hace sentir bien, libre, sano, a quien es positivo porque tiene efectos maravillosos en nuestra calidad de vida y nuestro bienestar, sino también que genera una mejor aceptabilidad y respeto hacia quienes vivimos con el VIH, reduce los niveles de estigma y de discriminación.
Aún queda mucho trabajo por hacer en este sentido y muchas de las herramientas ya existen, solo falta voluntad política (y social) de querer usarlas. Lejos estamos de cumplir los compromisos asumidos por la Argentina para alcanzar las metas 90-90-90, pero si hay un objetivo del cual realmente estamos a años luz, es lograr la cero discriminación. ¿Qué hiciste vos hoy para terminar con la discriminación?
*Abogado. Cursa un posgrado en Gestión Pública en la UNTREF y coordina la Asociación Ciclo Positivo (@ACicloPositivo). Vive con VIH desde 2013.