“Tomamos el nombre de Pío XII “por su simbolismo de pureza y santidad de costumbre”. Seremos inmisericordiosos en el castigo a las prostitutas, con látigos de tiento, cadenas, garrotes de goma y cartuchos cargados con sal ahuyentamos la presencia indecorosa de las mujeres públicas, como así también, con un perro doberman, especialmente adiestrado para desnudar personas, que responde al nombre de Savonarola. Res non verba.”
Comunicado enviado a la redacción del diario Mendoza por el Comando Moralizador Pio XII (Mendoza, 26/07/75).
Por Adolfo Berro*
En los primeros días de enero de 1976 recién llegado a la ciudad de Mendoza y mientras recorro la ciudad en busca de alojamiento, observo que la mayoría de las veredas de la ciudad están enceradas y lustradas con esmero, una antigua práctica ésta que les permitía a las vecinas jactarse de la “extremada higiene” de la ciudad.
Ya de noche y ubicado en un hospedaje barato, pregunté por un lugar para comer y me mandaron a una fonda a dos cuadras. En el mismo momento en que me acercaban a la mesa mi plato, pasó por la vereda una mujer corriendo y pidiendo ayuda.
– ¿Qué pasa? pregunté mirando hacia la ventana.
– Nada, deben ser los del Pio XII- respondió el mozo casi sin interés- Son unos tipos que están rajando a las putas de la ciudad…
– ¿Eh?
– Si, las cagan a palos para que se vayan de la provincia- dijo, como si estuviera anunciando que mañana iba a estar nublado.
Abrigado por la absoluta indiferencia que me rodeaba me ocupé de mi comida y a la mañana siguiente seguí hacia mi destino final: Chile.
Días después, ya de regreso en Mendoza, pude enterarme de que lo que estaba pasando distaba mucho de ser algo banal o anecdótico, no se trataba meramente de un grupo de loquitos moralistas. Lo que estaba sucediendo en ese verano de 1976 era algo así como la Obertura de una Sinfonía del terror que tardaría no más de dos meses en llegar.
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Durante los años del Gobierno de La Unión Popular en Chile ( 1970-1973 ) la derecha chilena utilizó Mendoza como base operativa para urdir todo tipo de conspiraciones contra el gobierno de Allende. Ya con Pinochet en el poder, los vectores se invirtieron y muchos de los hombres y mujeres de la izquierda chilena se refugiaron en Mendoza.
En septiembre de 1975 Antonio Cafiero fue nombrado interventor de la Provincia y designó como jefe de Policía al Brigadier Julio César Santuccione. Curiosamente -y luego de producido el golpe militar de 1976- el Brigadier Santuccione continuó como jefe de Policía, formando parte de la elite de funcionarios que ejercieron sus cargos con la Dictadura.
Pero fue durante la fase “democrática” de la gestión de Santuccione que aparecieron dos inconfesables instituciones: el CAM (comando anticomunista Mendoza) y el “COMANDO MORALIZADOR PIO XII”.
Como en toda película de bajo presupuesto los roles se duplicaron. Es difícil pensar que los integrantes de ambos comandos no fueran los mismos.
El CAM no era más que una versión tributaria de la Triple A. Sus atentados incluyeron mutuales Israelitas, periodistas ligados al ámbito sindical y agrupaciones de teatro.
El Comando PIO XII, en cambio, tuvo una impronta mucho más local. Funcionó como el alter ego de una sociedad conservadora. Emparentado con la Iglesia Católica, construyó un ideal de enemigo imaginario de alta vulnerabilidad. Las mujeres solas prostituyéndose en la calle eran objetos “fáciles” y constituyeron un grupo de escasa empatía en la población por lo que no era de esperar una reacción social que dificultara el viejo juego de predadores y presas.
Como era presumible, la prostitución VIP en hoteles no fue en absoluto perseguida, las whiskerías y bares de incierta reputación siguieron trabajando luego de acordar con el Comando el pago de una “colaboración”. Es decir, ya se vislumbraba la quinta esencia de la “filosofía del Proceso”: mezclar negocios con convicciones ideológicas.
Al Brigadier Santuccione lo único que le importaba era mandar un mensaje a la población general, a la vez que reconfortar los entonces intranquilos espíritus de las vecinas lustradoras de Mendoza que desde hacía cinco años no ganaban para sustos: primero se les instaló un gobierno comunista detrás de la Cordillera y, luego de su cruento final, tuvieron que convivir con los refugiados del gobierno de Salvador Allende.
El Pio XII, además de su ensañamiento con mujeres indefensas y en situación de vulnerabilidad, y algún ajuste de cuentas disfrazado de cruzada moral ya sea con un vecino molesto o un acreedor insistente, dejó unos 11 cadáveres. “En plena democracia”, como suele decirse.
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Los miembros del Comando Pío XII hicieron su aparición en las zonas rojas de la ciudad tirando panfletos en los que exhortaban a las prostitutas a emigrar inmediatamente de la provincia, a la vez que publicaban su “manifiesto” en el diario Los Andes.
Pasado el plazo estipulado, fueron salvajemente asesinadas Claridad González de Ángel y Ramona Suárez de Martínez. Sus cuerpos fueron hallados en una suerte de pozos al pie de la montaña. Estas oquedades que se fueron llenando luego con más cuerpos tenían una profundidad que limitaba su visión desde la superficie. Se conocieron como los pozos de Santuccione, según contó el cronista policial mendocino Alberto Atienza.
Más allá de las supuestas motivaciones “morales”, estos crímenes contienen características del femicidio: desnudez, golpes, humillación y disposición final del cuerpo en un basurero o espacio público crepuscular.
Hubo denuncias, pero se realizaron dentro de la misma institución en que nació el Comando. En los meses que siguieron el juego estaba claro: las prostitutas mendocinas no les importaban demasiado a nadie.
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Buscando sus nombres, que parecen definitivamente olvidados, encontré un testimonio de una ex prostituta quien declaró en la Mega Causa Mendoza bajo identidad reservada: “Había una chica a la que le decían La monito, se la llevaron a la pobre y le dieron tanta paliza que al otro día se fue y nunca más la volvimos a ver”.
La monito. ¿Quién sabe por qué le dirían así? ¿Estará viva? ¿Se acordará alguien más de ella? Ni siquiera sabemos su nombre, no figura – al igual que todas sus compañeras de martirologio – en el Nunca Más.
Sin embargo no puedo evitar pensar en ella aunque más no sea para sacarla por un momento efímero de su olvido. Vaya entonces este pequeño intento de mantenerla viva, al menos en el recuerdo.