Por Martín Recanatti*
La familia de Tehuel de la Torre tiene claro que está buscando un cuerpo. Saben que la investigación judicial apunta a rastrillajes antes que a encontrarlo vivo. Es que el paso del tiempo determina las posibilidades de encontrar a una persona desaparecida con vida. La urgencia de las familias que buscan a un ser querido no siempre se traduce en la celeridad de intervención de funcionarios e instituciones estatales ni en la articulación de mecanismos que permitan dar con la persona desaparecida.
Tehuel tenía 21 años cuando el 11 de marzo viajó desde Alejandro Korn hasta San Vicente para encontrarse con Luis Alberto Ramos, alguien a quien la familia reconocía como su amigo y que le había dicho que fuera a su casa por una oferta laboral. Desde ese día no se supo nada más de él. En una serie de allanamientos en la casa de Ramos encontraron restos del teléfono celular y algunas prendas de Tehuel. Ramos, junto a Oscar Alberto Montes (a quien se acusa de encubrimiento y falso testimonio), están detenidos.
En la desaparición de Tehuel el tiempo es un factor clave. Pasaron cinco días para que la denuncia fuera aceptada y elevada. Las investigaciones se aceleran cuando los casos tienen trascendencia pública y mediática. Tehuel ganó visibilidad después de 15 días. Las primeras horas son fundamentales para sostener la esperanza de encontrar con vida a cualquier persona desaparecida. El caso mostró las deficiencias del Estado para intervenir: la desaparición no pareciera ser en sí misma un hecho que movilice instituciones y despabile a la opinión pública.
El Sistema Federal de Búsqueda de Personas Desaparecidas y Extraviadas (SIFEBU), ente estatal destinado a “coordinar la cooperación con todo organismo que intervenga en la búsqueda de personas y en el hallazgo de personas NN”, no hace una distinción clara entre las nociones de desaparición y extravío. Quienes integran la lista de personas que están registradas por el SIFEBU no aparecen clasificadas según categorías que permitan dar cuenta del carácter forzado o no voluntario de una u otras ausencias. Dilucidar esta cuestión pareciera reducirse a los tiempos y las posibilidades de éxito de las investigaciones judiciales.
A diferencia de lo que sucede con las muertes violentas, cuando se produce una desaparición no se conocen las circunstancias para ensayar alguna hipótesis causal que permita explicarla. En el caso de Tehuel (como en muchos otros) sus afectos más cercanos no saben lo que sucedió con él, por lo tanto, los únicos elementos con los que cuentan para iniciar su búsqueda se orientan más a describir aspectos de la persona buscada que a presentar escenarios, circunstancias y actores que pudieron propiciar su ausencia.
Una vez iniciada la búsqueda, las características de la persona desaparecida y, en muchos casos, las de su entorno más íntimo ofrecen el marco principal de interpretación del que se sirven diferentes agentes (institucionales o no) para darle sentido a la no presencia de una persona que está siendo buscada. E incluso, de no encontrar indicios que expliquen el carácter no voluntario de la ausencia, para desestimar las hipótesis de búsqueda.
La desaparición no pareciera constituirse como un problema conmocionante en sí mismo. Sin embargo, el caso de un desesaparecido/a/e puede serlo si la denuncia se articula con agendas de demandas definidas previamente.
Presentar a Tehuel como varón trans instala una hipótesis causal. Expone las condiciones que pudieron ocasionar su desaparición. La inscripción de su caso dentro de las múltiples formas de violencias contra las personas transgénero hace posible que Tehuel sea reconocido como una víctima de esas violencias. Su desaparición, entonces, aparece como una forma extrema, la expresión última de esa serie que logra condensar la discriminación, estigmatización y violencia que sufren quienes integran la comunidad trans.
Estas personas son violentadas de diversas formas de manera cotidiana y, en la mayoría de los casos, lo hacen en forma anónima. Esto, claro está, se agrava cuando se trata de quienes viven en condiciones de pobreza y marginalidad. La posibilidad de acceder a un trabajo registrado, por ejemplo, algo de por sí complicado para la mayoría de los jóvenes, se restringe aún más para las personas transgénero. Tehuel se fue de su casa buscando trabajo.
Con el paso de los días, la desaparición de Tehuel ha contribuido a visibilizar diversas formas de violencia de las que tanto él como la mayoría de las personas trans sufren de manera sistemática. El reconocimiento social e institucional de la condición de desaparecido, contribuye también a redefinir el repertorio y los recursos de quienes sostienen las demandas por su aparición. Como señala Holstein y Miller (1), el proceso de victimización no se reduce a la mera descripción del mundo social, sino que contribuye a construirlo.
Tehuel, su rostro, su nombre y su ausencia, están presentes en la voz de familiares y personas cercanas que, pese al dolor y la idea de que ya no van a encontrarlo con vida, siguen buscando. Pero también se ha convertido en el emblema de colectivos activistas que denuncian las múltiples formas de violencia condensadas en la noción de desaparición. Este colectivo de personas es el que sigue buscando, el que se sigue preguntando, el que sigue golpeando puertas. El resto de la sociedad mira(mos) cada vez con menos sorpresa como la llama de la presencia de Tehuel en los medios de comunicación se va apagando.
Nos encontramos frente al desafío de construir una categoría que logre dar cuenta de la especificidad de nuevas formas de desaparición sin que la particularidad se diluya en agendas parciales. El peso simbólico, político y analítico que tiene la figura del desaparecido/a/e en Argentina hace que sólo las ausencias con búsquedas que responden a parámetros establecidos por trayectorias de lucha, por la apelación correcta a discursos disponibles y por el reconocimiento de actores con la capacidad de otorgarlo (judiciales, mediáticos, políticos, etc.), están habilitadas para recibir el reconocimiento de esa condición.
Se corre un doble riesgo. Primero: que las búsquedas de personas ausentes cobren relevancia solo en la medida de que las familias obtengan cierto prestigio como portavoces de una demanda colectiva, algo que sólo logran quienes desarrollan de forma exitosa su búsqueda privada en plano público. Y segundo: que la desaparición de una persona no logre interpelar a amplios sectores de la sociedad y sea concebida como una forma de violencia extrema que afecta a minorías estigmatizadas, criminalizadas y excluidas.
Han pasado seis meses y Tehuel sigue sin aparecer. Su desaparición, como tantas otras, ponen en evidencia la desidia generalizada frente a los mecanismos burocráticos que, intencionalmente o no, contribuyen a garantizar resortes de impunidad. Y si algo hemos aprendido en estas décadas, es que Nunca Más deberíamos permitirlo.
(1)Holstein, J. and Miller, G. (1990) “Rethinking Victimization: An Interactional Approach to Victimology”, en Symbolic Interaction, Vol. 13, No. 1 (Spring 1990)
*Martín Recanatti es sociólogo, docente e investigador de la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) y becario doctoral (CONICET).