Gran parte de la sociedad argentina se encuentra conmocionada y “redescubre” los abusos sexuales contra niñas y niños, en este caso jóvenes jugadores de fútbol.
El impacto es muy grande y encontramos periodistas que no vacilan en dañar a las víctimas. Con tal de lograr rating producen notas que en nada ayudan a esclarecer a la opinión pública. Como en otras tantas veces se prioriza la voz de los acusados y la de oportunistas mediáticos, una reedición de lo sucedido con el pedófilo cura Grassi a quien le otorgaban espacio en TV a pesar de saber que él ejercía así su poder y revictimizaba a los niños.
Prioricemos a esos niños futbolistas que deben estar soportando el peso de las erróneas creencias machistas, aquellas que aseguran que por ser víctimas tendrán otra orientación sexual o se convertirán en abusadores. Niños a los que si no se les cree deberán convivir con el estrés postraumático o la depresión.
El obispo Puiggari de Entre Ríos dictó un protocolo para prevenir abusos en la iglesia y el diputado católico Scioli propuso una ley para prevenirlos en el deporte. Ambos, al igual que la mayoría de las fuerzas políticas con capacidad de decisión y ejecución, vienen dejando de lado por presión religiosa lo único que puede darles herramientas a niños, niñas y adolescentes para prevenir los abusos sexuales: la Educación Sexual Integral (ESI).
Es entonces muy válida la pregunta al Estado Argentino: ¿qué tal si se dejan de “romper las pelotas” y aplican la ESI?