Por Noe Gall*
No es mi propósito dar una definición de lo que el poliamor es o no es. No me es posible hacerlo en tanto es una categoría que se habita y se construye con otras y otros en cada contexto socio-temporal. Hay personas que se dedican académica y no académicamente a reflexionar y teorizar sobre estos temas, entre las cuales recomiendo los textos de Emma Song y Brigitte Vasallo.
Me interesa reflexionar sobre las operaciones que critican al poliamor como forma de vida y terminan, consciente o inconscientemente, resguardando la monogamia. La monogamia es un concepto normativo sobre el cual se edificó nuestra educación sentimental y que, como toda norma, se nos impuso, tal como la heterosexualidad obligatoria. Quisiera entonces develar estas operaciones normativas como un desafío político para muchos activistas del poliamor y también para las activistas prosexo.
El error en las relaciones poliamorosas es algo que aparece como un fantasma todo el tiempo: nadie sabe bien cómo se vive en esas formas de relaciones, pero muchxs parecen saber cómo no se vive y siempre están dispuestxs a vociferarlo. Tal como quedó en evidencia la semana pasada con la relación de Florencia Peña. A partir de que reveló a la gran audiencia que vivía de esta manera se desataron una serie de comentarios en los que no sólo se juzgaba moralmente su forma de vincularse sexo-afectivamente, sino que se puso sobre el banquillo de los opinólogos al poliamor como estilo de vida, y varias personas afirmaron que éste era “una locura”. ¿Podría haberse tratado el tema de otra manera? Si lo pensamos bien, no hay marcos de aparición “amables” para el poliamor.
Para muchas personas vivir en poliamor es una manera de “blanquear los cuernos”. Es decir, aceptar que ambas personas quieren relacionarse con otras personas y que eso se puede hacer sin mentiras. Para otras, el relacionarse sexo afectivamente con varias personas es una forma de vida que, a la vez, viene acompañada de responsabilidad afectiva.
Vivir en poliamor “públicamente”, con las formas de lo público que la sociedad propone es complejo. Las relaciones sexo afectivas están representadas de a dos personas no sólo en el imaginario socio-emocional sino también en el capitalismo: en la constitución de una familia, en los derechos civiles, en poder compartir tu obra social sólo con una persona, en no poder manifestar señales de cariño en la vía pública a más de dos personas a la vez sin que genere censura, en no poder presentar a tu familia a todas tus relaciones (si así lo quisieras), en no poder llevar a la cena de fin de año a todas tus parejas… y puedo seguir. El mundo está diseñado por y para pares. De ahí que podemos afirmar que la monogamia es una forma de representación social que otorga privilegios a quienes la habitan.
Desde estos marcos normativos el poliamor se presenta siempre como algo conflictivo. En las narraciones monogámicas el poliamor se suele pensar de la siguiente manera: está “la pareja” original que “agrega” a unx tercerx, que es visto como externo a la pareja original y en donde se suelen depositar los problemas. Entonces ¿cómo hacer aparecer el poliamor de una manera más habitable para todxs? ¿Cómo volverlo una opción de vida? No lo sé, pero creo que una manera puede ser cuestionando los paradigmas que sostienen la monogamia compulsiva. Con esto no me refiero a que todxs tengamos que vivir en poliamor, me refiero a poder reflexionar sobre esos nudos que se ataron en la monogamia, que nos convierten a todxs en vigilantes de nuestros propios deseos y de los deseos de nuestro entorno, como si tuviéramos que sostener un estatus quo monogámico en el que todxs vivimos tranquilxs porque nos resulta conocido.
De todos los paradigmas que sostienen la monogamia voy a detenerme en uno: colocar a la mentira como una forma de violencia. Creo que todxs más o menos estamos de acuerdo que en el imaginario social “los cuernos”, el engaño, o incluso la sospecha de los mismos, son una de las ofensas “más” grandes que una persona le puede hacer a su pareja. Suelen ser motivo de divorcios, separaciones, litigios, o excusas para ejercer violencias de todo tipo, incluso el asesinato. ¿Por qué la infidelidad es una ofensa tan grande? ¿Por qué tener otra relación, desear e incluso amar a otra persona más es tan censurado en nuestra sociedad? ¿Qué fue lo que anudó la mentira como una forma de violencia?
Se nos educó para sentirnos mal cuando alguien que tiene nuestra atención empieza a depositar parte de su atención en otra persona y lo oculta. Creo que podemos hacernos preguntas personales, políticas y teóricas al respecto: ¿Por qué nos sentimos mal? ¿Qué pasiones desata en nosotrxs ese sentirse mal? ¿En qué momento ese “sentirse mal” pasa a ser violencia ejercida por la otra persona? ¿Es la infidelidad una forma de violencia?
No tengo muchas repuestas, sino más bien preguntas que creo deberíamos empezar a hacernos, en una época en la que se incrementaron los mecanismos de vigilancia sexual, en donde el punitivismo caló el corazón de toda buena conciencia y en donde las formas de vidas alternativas a la norma están siempre siendo vigiladas y estigmatizadas.