Por Fernando Fernández Herrero
Impulsor de la Fundación San José Obrero y ex docente de Rahael Nahuel
Los pibes como Rafa vieron que la generación anterior, la que los ayudó a crecer y a formarse, se olvidó de sus orígenes para poder convivir mejor dentro de la sociedad argentina. Los Mapuche que tienen entre 50 y 60 vivieron la dictadura y abandonaron sus ritos, su idioma y sus vestimentas para no sufrir discriminación. Se los señalaba como vagos, borrachos o desclasados. El estigma era fuerte y muchos decidieron borrar sus propias huellas. “Mi viejo no habla del tema, es algo que tiene guardado. Sólo habla en castellano”. Son las cosas que te cuentan.
Los jóvenes ahora van en busca de sus abuelos para que les enseñen sus costumbres, para aprender Mapudungun y para hablar del regreso a la tierra. Para esos chicos descubrir lo que sucedió con ellos y empezar un camino de autoconocimiento es continuar una ruta que se interrumpió en los padres. Muchos de los chicos mapuche que vienen a nuestros talleres de oficios te cuentan que sus viejos no participan de los ritos.
Creo que en ese camino estaba Rafa cuando lo mataron. Era algo más interno, comparable con lo que cuentan los nietos recuperados, que dicen que sentían algo raro, como que no pertenecían al lugar que habitaban y que no se reconocían en determinadas situaciones. El tenía algo de eso adentro y en la búsqueda que recién había empezado encontraba cosas que le resultaban muy familiares aunque no las había vivido.
Cuando algunos empezaron a reconstruir su identidad los procesos no fueron fáciles. Hubo tensiones y reclamos. Los que decidían vincularse con su pasado le reclamaban a quienes acompañaban y a algunos los trataban de traidores. Así se dibujó otra grieta que endureció las dos posiciones. Esa diferencia generacional marca lo que les sucede hoy a los Mapuche que viven en distintos lugares de la Patagonia.
Un ejemplo es lo que sucedió en el velorio de Rafa. Su madre se enojó con la tía paterna porque fue quien lo acercó a Rafa a la comunidad del Mascardi. Ella había decidido que el responso fuera católico y que lo hiciera el obispo Juan José Chaparro. Pero luego el cortejo fúnebre fue según las costumbres Mapuche. En las camionetas que iban hasta el cementerio la mayoría eran chicos, jóvenes y viejos. Los padres y sus amigos más grandes acompañaron en silencio. Los más jóvenes iban cantando y tocando el kultrún, un instrumento tradicional Mapuche .