Laura Quiñones Urquiza.-
Juana Barraza Samperio, “La Mataviejitas”
La Dama del Silencio
María de la Luz González Anaya. 68 años. 1.62 de estatura. 25 de noviembre de 2002.
El día 25 de noviembre de 2002 a las 18 horas, Esteban recibe un llamado de su suegra doña María pidiéndole auxilio. Al llegar encuentra la reja de la vivienda abierta, la puerta
cerrada y a su suegra tirada en el suelo. Alcanza a contarle que dejó entrar a la Trabajadora Social y que fue ella quien le robó y trató de estrangularla golpeándola varias veces en el abdomen. Esteban la levanta del suelo y la recuesta descalza sobre el sofá de tres plazas donde finalmente muere.
El cuerpo
La ropa que vestía —una blusa, un suéter de color rosa, falda a cuadros blancos, azules y marrones, fustán negro y medias azul marino— no evidenciaba signos de desgarros, descoseduras o desabotonaduras. Su cuerpo, a simple vista, no reflejaba heridas defensivas.
El riñón derecho se encontraba contundido y desgarrado y el izquierdo pálido como consecuencia de múltiples golpes hechos con un objeto contundente, sólido y romo. Tenía un hematoma retroperineal difuso hematoperineo líquido y coagulado de 2.500
cm3. Su muerte se produjo por múltiples golpes, al parecer de puño, en la zona toráxica y abdominal, que le provocaron una gran mancha verdosa y fracturas de la parrilla costal desde la tercera a la sexta costilla del lado derecho sin lesión pleural. Su hígado estaba contundido, es decir golpeado; su bazo y páncreas, pálidos a los cortes.
El ataque
Doña María tenía una prótesis en su ojo izquierdo y fue víctima de un intento de asfixia por estrangulación. Fuertes golpes de puño la sorprendieron estando de pie frente a su victimario, que indudablemente tenía una aptitud física superior. Su cuello presentaba
el surco característico de forma semicircular por debajo del cartílago tiroides, también estigmas ungueales, es decir, rasguños irregulares en las zonas anterior, derecha e izquierda, lo que indica que el agente constrictor fueron las manos de su agresor. Su rostro, lechos ungueales y pabellones auriculares se encontraban cianóticos (morados).
La escena del crimen
Sobre la mesa del comedor de su vivienda, un nécessaire de color azul presenta huellas de haber sido forzado en su mecanismo de seguridad, al abrirlo, se observan rastros de búsqueda y saqueo. Sobre la cama de la víctima, un alhajero de plástico color café de la marca Twinkl con tres fragmentos de huellas dactilares. Faltan alhajas, relojes y dinero en efectivo. Hay más fragmentos de huellas dactilares en un alhajero de vidrio de forma hexagonal.
En el nivel superior de la vivienda hay tres habitaciones, dos de ellas saqueadas. La hija de doña María halló un arete de color oro con la figura de un pato que no pertenecía ni a ella ni a su madre.
Guillermina León Oropeza. 82 años. 1,65 de estatura. 2 de marzo de 2003.
Doña Guillermina vivía sola, su cuerpo vestido y calzado fue encontrado sobre un sillón al costado de su cama el día 2 de marzo de 2003, su muerte se produjo alrededor de 36 horas antes del hallazgo.
El cuerpo
El cuerpo estaba frío y flácido. Yacía en la posición original y final de su muerte y en el mismo lugar de los hechos. Su brazo derecho estaba flexionado al igual que el izquierdo, los miembros inferiores en extensión, con las piernas hacia abajo del sillón y el pie izquierdo apoyado sobre el piso. Su cabeza estaba sobre una almohada y otra almohada le cubría el rostro, en ambas había manchas de sangre.
Entre los dedos de su mano izquierda, doña Guillermina tenía una servilleta igual a las de la mesa de su comedor, al extenderla se observaron restos de pintura labial de color carmín. A la izquierda de su cuerpo, se encontró un corpiño de color blanco. Alrededor de su cuello, una pantimedia con un nudo simple en la parte anterior —que actuó como
agente constrictor— daba tres vueltas completas. En la pared próxima se halló una mancha dinámica de sangre de 25×10 cm. Se denominan así a las manchas de salpicadura que poseen una dirección, velocidad y forma particular, es decir las que no son producidas por goteo estático.
El ataque
El mecanismo de muerte fue asfixia por estrangulación armada a lazo. Solo intervino un sujeto que sometió a la víctima colocándose encima de ella en el sofá frente a frente, ejerció presión y efectuó las maniobras precisas sobre su cuello. Primero, le cubrió la cara con una almohada, tomó una pantimedia y se la pasó tres veces alrededor del cuello, luego realizó un nudo simple en la parte anterior produciendo así la compresión
extrínseca de la zona mientras ejercía la fuerza necesaria para matarla. La lesión que se observó en el cuello era un surco blanco completo y ligeramente excoriativo de 40 cm con una zona excoriativa de 2 cm.
Se deduce que a León Oropeza le efectuaron una “anestesia previa de Brouardelle”, es decir que fue reducida y atontada con un golpe para facilitar el mecanismo de muerte, esto explica la ausencia de heridas defensivas. La autopsia mostró infiltrado hemático
pericraneal y excoriación compatibles a las producidas a causa de golpes con cuerpos de forma roma, cuerpos que no tienen punta ni filo y en los que interviene un mecanismo de acción de percusión, presión, fricción o tracción.
La escena del crimen
El lugar en general no presenta desorden ni violencia, salvo el ropero, que tiene las puertas abiertas y en su interior se ven alhajas y valores numísticos, algunos de los cuales cayeron al suelo. La puerta de entrada a la vivienda no ha sido forzada. Sobre la cama hay ropa y dos bolsos de mujer vacíos, del otro lado, sobre el suelo, dos maletas de tela, una vacía y otra con cajas de perfumes. En un mueble cerca del ropero hay un alhajero con algunas alhajas de fantasía, un pequeño bolsito de tela color marrón con boletos de metro y dos billetes, uno de veinte y otro de cien pesos. En el comedor de la casa, sobre la mesa, una botella y un vaso con Coca Cola con dos fragmentos dactilares útiles para confronta correspondientes a un pulgar izquierdo y dedo medio derecho, una caja abierta con sobres, una revista Tele Guía, un monedero, una cigarrera con una caja de cigarros mentolados. Al costado sobre un mueble de madera, un papel dice: “para pedir padre antes de morir: 52072011”.
La presencia de objetos de valor en el interior de la casa y la ausencia de heridas defensivas indican que no hubo robo ni resistencia por parte de la víctima. La ausencia de violencia en la entrada de la vivienda sugiere que doña Guillermina invitó a pasar a su asesino. Cecilia Gómez Nájera, hija adoptiva de la víctima, indicó que la revista Tele Guía no pertenecía a su madre.
El 07 de febrero de 2006, se confrontan las huellas dactilares del vaso con Coca Cola y resultan positivas con los dactilogramas impresos de Juana Barraza Samperio, quien en ese entonces estaba siendo investigada.
María de los Ángeles Cortéz Reynoso. 84 años. 1.52 de estatura. 19 de julio de 2004.
La puerta de entrada a la vivienda no parece haber sido forzada, sobre un sillón de tres plazas yace una persona cubierta con una cobija color marón y un ramo de flores sobre la zona abdominal. Al descubrirla, se ve que se trata de una anciana vestida y descalza. Ni su ropa ni su cuerpo muestran signos de lucha, defensa o forcejeo. Es el 19 de julio del año 2004.
El cuerpo
El cuerpo presenta dos excoriaciones, la primera de 18×5 ml, localizada en la mejilla derecha, la segunda de 25×8 ml en la cara lateral derecha del cuello, ambas originadas por fricción de algún agente vulnerante. La última— un único surco blando de 32 cm— provocó la fractura del cartílago tiroides y de las astas posteriores del hioides, produciendo la muerte por asfixia debido a la estrangulación con un agente constrictor flexible. Sus pulmones presentan equimosis subpericárdicas y su corazón, sangre líquida.
La víctima tiene escurrimientos hemáticos en ambos lados de su cavidad oral que recorren la cara hasta llegar a las orejas, posee livideces fijadas en zonas declives de su cuerpo y rigidez cadavérica. La posición en la que se observó el cuerpo no corresponde a la original y final al momento de acontecerle la muerte. La data de muerte no fue mayor a las seis horas ni menor a las cuatro contadas desde las 22:40. Presenta también diversas equimosis por contusión de 7 x 3 y de 3 x 2 cm en ambos pómulos, excoriación de 1 cm de lado izquierdo de nariz, equimosis por contusiones bipalpebral superior originadas por el impacto en las regiones anatómicas con agentes vulnerantes de los clasificados como contundentes que se caracterizan por tener superficies de consistencia dura, pudiendo tratarse de golpes de puño. Su rostro está cianótico y presenta un surco poco profundo a nivel del cartílago tiroides de 1 cm de diámetro, apergaminado en un área de 6 cm de lado izquierdo.
Sobre la ropa y en la mano izquierda de doña María se observan filamentos pilosos. En el apoyabrazos del sofá donde yace el cuerpo hay manchas secas de sangre, sobre el asiento de una mecedora de madera, a la izquierda del sofá, un almohadón estampado floreado y por debajo de este una pantimedia enrollada a nivel de las piernas con manchas de color rojo, al parecer hemáticas, en su parte superior, media e inferior.
La escena del crimen
Sobre el piso de parquet y frente a una cómoda hay joyería de fantasía desparramada y la parte de la dentadura postiza de la víctima. Hacia el centro, una mesa y sobre esta un llavero con un juego de cinco llaves, un monedero de mano, una virgen de cerámica, dos velas encendidas, dos portatarjetas de color azul y un papel blanco, de fecha 16 de julio de 2004, en el que se lee: “Reporte de visita Domiciliaria del Gobierno Federal”, allí se indica la presentación de documentos para obtener el derecho a la pensión alimentaria para adultos mayores de 70 años a nombre de María Ángeles Cortéz. En un portatarjetero, una tarjeta de elector y otra del programa de apoyo alimentario, en otro, una tarjeta de elector antigua y una tarjeta de crédito de la tienda de departamentos Sears.
En el centro de una habitación amoblada hay una cama matrimonial con cabecera donde se observan cajas de joyas vacías, una caja de plástico color rojo para tarjetas de presentación con la leyenda “Sociales Lozano” con un fragmento dactilar del dedo meñique izquierdo útil para confronta. Hay varios objetos desparramados y un mueble tocador de madera con cajones abiertos. En otra habitación, sobre el piso se observa una media que presenta manchas de color rojo. En todos y cada uno de estos ambientes se observaron huellas de búsqueda y saqueo. Solo en el cuarto de baño los muebles y los objetos están en orden.
El ataque
El ataque comenzó al encontrarse el victimario con su víctima en el área de la sala, probablemente ambos estaban sentados sobre el sofá. El agresor sorprendió a la dueña de casa golpeándola en repetidas ocasiones en la cabeza, inmediatamente después colocó alrededor de su cuello las pantimedias dándole varias vueltas, ejerció presión sobre ambos extremos y produjo la constricción. En relación a su víctima, estaba colocado a un ángulo antero lateral izquierdo, luego de dejar a la víctima sin vida, se retiró del lugar del hecho con los objetos que le sustrajo.
María Dolores Martínez Benavides. 1. 68 de estatura. 70 años. 24 de octubre de 2004.
Una pluma para detener vehículos intercepta la entrada del edificio. La caseta de vigilancia está en orden. La puerta de entrada a la vivienda de la víctima no tiene huellas de haber sido forzada.
La escena del crimen
Al ingresar se observa un sillón de madera y sobre él dos almohadas, en el piso se ven papeles apilados y bolsas de plástico con huellas de hurgamiento. Hacia el oriente, hay una ventana de aluminio con hoja corrediza, junto a esta un sillón de tres plazas y en el piso una bolsa de plástico que contiene medicamentos. Al lado dos cajas, una de Complejo B y otra con la leyenda “Naproxeno”, en el tacho de basura hay también una de Eritromicina. En la pared hay un enchufe ubicado a 21 cm del piso hacia arriba. En otra silla plástica una bolsa color marrón de cuero contiene la credencial expedida por la oficialía mayor de la Secretaría de Educación Pública que acredita a la víctima como directora de escuela primaria y una tarjeta de descuento del grupo Gigante “para gente grande”.
En una de las habitaciones hay un ropero con puertas y cajones abiertos. Hacia el lado norte, bolsas de plástico y frascos; al sur, un escritorio con puerta abierta y sobre él, un juego de geometría hecho en madera. Al este se halló una canasta en orden, al norte bolsas de plástico y dos costales que en su interior contenían latas. En otra habitación, con huellas de hurgamiento y sobre la cama, ropa y carteras femeninas. Debajo de todo esto, una cámara de video handycam Sony sin casette, un par de fotografías de niños, una denuncia por robo en grado de consumado simple, una factura de pago, una hoja verde de un aviso de cambio de situación de personal al director general de administración de Recursos Humanos de la SEP a favor de la víctima de fecha 1 de septiembre de 1980, un diskette de 3 1/2, bolsa de plástico junto a un talón de nómina a nombre de María Dolores Martínez Benavides.
En el piso hay cobijas, papeles, ropa, monedas antiguas y dos zapatos para dama, uno de color café y el otro negro, muy usados y en mal estado, ambos correspondientes al pie derecho. En el closet del dormitorio —que tiene huellas de haber sido hurgado y puertas abiertas—, papelería y una maleta en orden. La puerta de una de las habitaciones ha sido forzada, la cerradura arrancada y se observa material— pintura, madera, etc.— desprendido.
Hay ropa interior femenina de color rosa desparramada por el piso, sobre ella un cuchillo de mesa, pinzas metálicas del tipo cuadrado con huellas de forzadura, un abrelatas, dos llaveros y dos llaves sueltas. Dentro de la habitación se encontró la cerradura marca Yale que fue extraída de la puerta. En la parte posterior del departamento, por debajo de la ventana del cuarto de lavado, una huella de escalamiento no reciente que correspondía a una denuncia previa de la víctima por un robo a su domicilio.
El cuerpo
En un sillón de tres plazas se encuentra el cuerpo de una mujer sentada, con la cabeza inclinada hacia la derecha y vestida con un pantalón marrón café, un suéter beige con manchas hemáticas por escurrimiento en su parte derecha y superior y en ambas mangas, todo sin signos de desgarradura. Aún conserva su reloj de marca Timeco, la ropa interior intacta pero un solo zapato puesto.
Su brazo izquierdo está flexionado sobre la ingle izquierda, el derecho en extensión siguiendo el eje del cuerpo y debajo, una bolsa de plástico con medicamentos. A su cuello lo rodea dos veces un cable blanco tipo dúplex que en uno de los extremos tiene hecho un nudo simple de una extensión de 3.5 x 2.8 cm. Un extremo del cable está cortado y en el otro aún conserva el enchufe. También sobre el sillón se encuentran dos medias rellenas con lentejas y un filamento en cada una de sus superficies.
En el cuerpo de María Dolores no hay heridas defensivas, los signos cadavéricos que presenta consisten en livideces establecidas sin rigor mortis y una mancha verde en tórax, un surco de color amarillento de forma horizontal de 38 cm de longitud continuo localizado en el cuello por debajo del cartílago hioides con un ancho en cara anterior de 13 cm en su mayor anchura, 2 cm en la menor y hundimiento de 2 mm, red venosa póstuma de Brouardelle y desprendimiento de epidermis en varias zonas de la región corporal. Es destacable el aumento de volumen y la equimosis violácea en los párpados superior e inferior derechos como marca del impacto recibido con un agente contundente duro y romo que podría corresponder a golpes de puño.
Abiertas las grandes cavidades, se observa infiltración hemática pericraneana en la región parieto-temporal izquierda con tinte hemorrágico en la cara basal, es decir una gran contusión en esa zona sin signos de fractura. Asimismo, se encuentra infiltración hemática, es decir vitalidad en los músculos supra e infrahioides del lado izquierdo y fractura del asta mayor izquierdo del hueso hioides.
El ataque
La cianosis en sus lechos ungueales, manos y pies, la protusión lingual y la salida de líquido hemático por ambas narinas reflejaron que el arma homicida fue el cable dúplex que actuó como agente constrictor generando en la víctima asfixia por estrangulación armada y un traumatismo cráneo- encefálico con un agente de consistencia dura, mecanismos que juntos o separados fueron clasificados de mortales. La data de muerte fue de un lapso no mayor a 30 horas y no menor a 24. La posición en que María Dolores fue encontrada no correspondía a la posición última y final de su muerte.
Emma Armenta Aguayo. 80 años. 1.60 de estatura. 21 de julio de 2005.
El cuerpo
Entre una pared y la cama de un dormitorio, se ve el cuerpo inerte de una mujer. Está descalza y viste un camisón de bata rosa con estampados de flores blancas, pantalón verde turquesa, dos anillos metálicos amarillos en el dedo anular izquierdo y dos metálicos blancos en el derecho, aretes amarillos metálicos en las orejas.
Yace con la cabeza hacia su izquierda, descansando sobre región occipital, su brazo derecho está en extensión y al costado del cuerpo, el izquierdo está flexionado y sobre el tórax anterior, sus piernas se encuentran flexionadas en sus rodillas por debajo del cuerpo. No se observa ningún tipo de desgarraduras o descoseduras en sus ropas.
La escena del crimen
Hay rastros de búsqueda en los cajones y estuches de la máquina de coser Liberty que está en una de las habitaciones. También en estuches, cajas metálicas que contienen objetos personales, billetes y monedas antiguas, y en documentos que se encuentran sobre la cama matrimonial de la habitación principal. Al levantar el cadáver, se localizan dos banquitos de madera con bolsas de plástico.
El cuerpo
El cuerpo de la señora Armenta Aguayo tiene una temperatura inferior a la mano que la exploró, con livideces en formación en regiones posteriores y rigidez cadavérica de fácil reducción. Alrededor del cuello presenta surco equimótico apergaminado incompleto de 42 cm con cinta ancha de tela de toalla color blanco con rayas azules de 1.50 x 3 cm deshilachada de un extremo y apretando el cuello con dos vueltas cruzadas, una del lado izquierdo y la otra del derecho.
Se obtuvieron muestras de los elementos filamentosos que se encontraron y el análisis químico arrojó que solo se trataba del cabello de la víctima. La ahorcadura ocasionó la fractura del cartílago hioides en su cara anterior con infiltración de músculos peritraqueales, lo que provocó la asfixia por estrangulación.
Se observaron equimosis de forma irregular ubicadas en la cara anterior del muslo derecho y en la posterior del muslo izquierdo. Esta vez, el lugar y la posición en que se encontró a la víctima sí corresponde a la original y final al momento de su muerte. Raspando sus uñas se encontró material amorfo transparente que corresponde a queratina propia del borde libre de las uñas, partículas de polvo, tierra, fibras de algodón incoloras y de color azul claro, fibras vegetales.
Huellas
En el departamento se encontró un desorden generalizado de tal magnitud, que hubo que solicitar ayuda a los familiares de doña Emma para poder retirar el cuerpo, ya que los objetos impedían el paso. Vecinos del lugar prestaron testimonio y se pudo confeccionar un identikit del probable agresor. Se trataría de una mujer, por el nombre que figuraba en su credencial, se haría llamar Rebeca, para algunos daba la impresión de usar una peluca, traía una cartera color café y se destacaban sus cejas delineadas y su contextura robusta.
En la superficie externa de la puerta de acceso al departamento, a 5 cm por encima de la manija, había dos fragmentos dactilares que al ser confrontados correspondieron a huellas digitales coincidentes con las aparecidas en el lugar de los homicidios de Guillermina León Oropeza, María Imelda Estrada Pérez y María Dolores Martínez Benavidez.
Tres fragmentos dactilares se localizaron sobre la superficie interna de la puerta de acceso al departamento y sobre la superficie externa de un envase de plástico cónico con la leyenda “Noche Buena Jocoque” que se encontraba en el piso de la habitación al costado derecho de la cabecera de la cama donde fue encontrada Armenta Aguayo. Dichos fragmentos coinciden con los encontrados en el homicidio de León Oropeza.
Dos fragmentos dactilares útiles localizados en la superficie externa de la puerta de la segunda habitación fueron relacionados con el homicidio de Martínez Benavides.
Tres fragmentos dactilares localizados sobre la superficie externa de un alhajero de plástico color blanco encontrado sobre la cama de la habitación principal coinciden con los hallados en el homicidio de María Dolores Martínez Benavides.
Las huellas en un vaso que se encontraba sobre la mesa del comedor están relacionadas con las improntas dactilares de la investigación de los homicidios de León Oropeza, Estrada Pérez y Martínez Benavides, es decir, corresponden a la misma persona.
Todos estos fragmentos útiles localizados fueron revelados, fijados fotográficamente y levantados por peritos de la especialidad para ser confrontados con las averiguaciones previas relacionadas con los homicidios a mujeres de la tercera edad. Los estudios realizados fueron la búsqueda automatizada con el sistema AFIS (sistema informático de identificación de huellas dactilares de personas con antecedentes policiales) y el estudio en base al sistema dactiloscópico de Juan Vucetich con lupas rectangular y profesional que ubican los puntos en forma, situación y relación hasta confirmar la identificación, lo que indicaba que esa huella por esas características únicas de sus líneas, correspondían a Juana Barraza Samperio. Se marcaron y señalaron los puntos característicos que demuestran correspondencia del fragmento dactilar y los registros decadactilares, es decir de los diez dedos de la mano de Juana Barraza Samperio, de 48 años, quien en ese momento estaba siendo investigada.
Análisis
Juana Barraza Samperio mide 1.80 de estatura, su rostro tiene facciones andróginas y reptilianas, es madre y era una estrella de lucha libre conocida como “la Dama del Silencio”. Juana tenía ojos soñadores porque alimentaba su alma matando viejitas, luego de ser detenida, su mirada quedó vacía. A medida que va matando, va consolidando sus rituales criminales, a algunas mujeres las acuesta sobre el sofá y las descalza, a otras las sienta como para deshacer la escena y simular que duermen, descansan o que están realizando cualquier otro tipo de acción imaginaria. Probablemente, algo en alguna de ellas haya activado un remordimiento inconsciente por haberla matado, como le ocurrió con su segunda víctima, Guillermina León Oropeza, cuyo rostro prefirió mantener tapado para no volver a distraerse, detenerse a observar su cara cianótica, y poder así revisar tranquilamente su casa y robar algunas de sus pertenencias.
Distinto fue con María de la Luz González Anaya, a ella intentó estrangularla y la golpeó en el abdomen con la fuerza y la violencia que le permitieron su cuerpo robusto, su altura y sus conocimientos de lucha, pero en este caso al cruzar la puerta, María de la Luz, la primera anciana a la que asesina, todavía respiraba.
Estos dos primeros crímenes relatan un antes y un después en la conducta criminal de Juana Barraza porque reflejan su inexperiencia y son el principio de un camino hacia la serialidad cuya eficacia y sofisticación fue en aumento. Sin embargo, cada uno de ellos tiene su firma, pueden rastrearse allí, casi como si fueran huellas, la arrogancia y el sarcasmo, dos marcas personales que la llevan a cometer un error fatal para su escalada de crímenes: dejar sus improntas dactilares que luego servirán para identificarla como la protagonista común en distintas escenas de homicidios.
A María de los Ángeles Cortéz Reynoso la escenifica, la cubre con una manta color café y coloca sobre su abdomen un ramo de flores que probablemente estarían destinados a la Virgen de Guadalupe y a su imagen ornamental, que se encontraba en la mesita junto a dos velas que Juana elige dejar encendidas. Ahí decide hacer posar el cuerpo de la víctima para su satisfacción y para desconcertar a quien encuentre el cuerpo sin vida.
De los hechos analizados aquí, solo uno de los cuerpos estaba calzado. Las demás víctimas quizás se recostaban en el sofá a pedido de Juana, quien les decía que se pusieran cómodas para auscultarles los latidos del corazón, algo que probablemente haya puesto en práctica para que ellas entraran en confianza y se relajaran. En esa situación, el golpe las sorprendía y no atinaban si quiera a defenderse. Esto explica la ausencia de heridas defensivas (rasguños, desabotonaduras, etc.) en el cuerpo o la ropa de las víctimas. Sin dudas, Juana las prefiere prolijas y ordenadas.
Parte de la indumentaria que utilizaba, y que fue descrita por testigos, tenía que ver con su modus operandi: una imagen seria y socialmente aceptada haría que las víctimas le abrieran sin sospechas la puerta de sus casas. Para esto vestía un guardapolvo blanco característico de los médicos o asistentes sociales, un bolso y un estetoscopio.
Posteriormente, es con un estetoscopio que decide ahorcar a Ana María de los Reyes Alfaro, de 82 años de edad, el miércoles 25 de enero de 2006 con una violencia y voracidad inmanejable. Tal es así que no contempló que doña Ana, a quien dejó tirada en el suelo y con el rostro lleno de sangre, tenía un inquilino que al momento de hacer su ingreso a la vivienda vio huir a la asesina de su casera y colaboró con la realización de un identikit relatando que la sospechosa iba vestida de color rojo.
Puede que al principio una de las motivaciones principales haya sido obtener los bienes de las dos primeras víctimas, pero Juana Barraza cruza un umbral donde se encuentran ella y el desorden generalizado que hay en su cabeza luego de matarlas, y este ir más allá se traduce en un comportamiento ritualizado en casi todas las escenas de sus homicidios.
El desorden generalizado en la mayoría de las habitaciones y el hecho de forzar alguna que otra cerradura de puerta o alhajero implica demasiado tiempo una vez consumado el delito. ¿Por qué Juana se queda?, ¿no desea irse todavía?, ¿no se da cuenta del riesgo que corre permaneciendo allí todo el tiempo que le lleva desordenar desmedidamente las escenas para no llevarse nada de valor incluso cuando los encuentra?
No es el dinero, los bonos, los documentos, lo teléfonos celulares, las joyas ni la cámara filmadora Sony lo que Juana busca cuando se queda un arriesgado tiempo extra en el lugar del hecho al revolver de un modo compulsivo, a veces hasta organizado, las pertenencias de las ancianas. Barraza necesita pasar un tiempo lúdico, a modo de descarga, cumpliendo el ritual de acomodar en forma de montaña casi todos los objetos, como eviscerando los cajones, roperos, etc., luego de quedar emocionalmente exhausta y sentir, al ahorcar a sus víctimas, una y otra vez la misma sensación orgásmica que no se compara a las relaciones sexuales, sino más bien con la lujuria homicida. Es en este ritual en el que queda atrapada.
Ocurrieron 11 homicidios en total, aunque Juana Barraza Samperio fue la principal sospechosa en otros 13. Además, fue identificada en casi 12 robos a ancianas.
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