El Archivo Provincial de la Memoria recibió 140 mil negativos de fotografías tomadas por la Policía de Córdoba entre 1964 y 1992. Entre esos negativos está el “Registro de Extremistas”, una serie de retratos de detenidos que estaban bajo tortura.
Textos: Waldo Cebrero – Fotos: Leo Vaca
Luego de un día de interrogatorios y golpizas en el Departamento de Informaciones de la Policía de Córdoba (D2), alguien le quitó la venda de los ojos y por fin Carlos “Palo” Ortiz pudo ver la luz. Fue una claridad incandescente que duró lo que se demora en tomar dos fotos. Una de frente y otra de perfil.
–Dos flashazos, chac, chac. No sé ni dónde me la sacaron ni quienes fueron porque quedé mareado– dice Ortiz.
Después volvieron a vendarlo.
Los retratos fueron tomados el 17 de marzo de 1975. En el cuadro del fotógrafo se cuela la mano de un hombre –uno de sus captores– sosteniendo una varilla de metal con la fecha y el número de prontuario del detenido.
Ortiz vio las imágenes casi cuarenta años más tarde, cuando el Archivo Provincial de la Memoria recibió 140 mil negativos de fotografías tomadas por la Policía de Córdoba entre 1964 y 1992. Entre los retratados, había personas secuestradas y detenidas por razones políticas, cuyos datos fueron asentados en un listado diferencial bajo el título “Registro de Extremistas”, que contiene información de 5561 detenidos. Muchos de los retratados en ese archivo fueron desaparecidos.
El Fondo Fotográfico y el “Registro de Extremistas” conforman el mayor documento fotográfico sobre la dictadura cívico-militar, encontrados hasta el momento. “Tiene un valor de verdad en un sentido estricto, porque todo lo que fue negado quedó plasmado en esos negativos”, explicó la antropóloga Ludmila Catela Da Silva, ex directora del Archivo Provincial de la Memoria, cuya sede funciona en el edificio histórico del D2.
Como se trata de negativos –y no de fotos positivadas– al revelarlos, los investigadores descubrieron mucho más que los típicos retratos policiales.
Había disparos al vacío, tomas de prueba y fotos descartadas, en las que –sin quererlo– mostraban lo que sucedía alrededor del fotografiado. El campo de concentración en su cotidiano.
Se ve a un policía sosteniendo una venda que acaba de quitarle al detenido; a otro, con un peine que usaban para “prepararlos”; los guardias de fondo, alguien tomando una taza de café o mate en el mismo lugar donde otros detenidos, vendados y esposados, esperan para ser retratados.
[pullquote-left]”Las fotos muestran la banalidad del mal, la conveniencia entre lo clandestino y la vida cotidiana en la comisaría”[/pullquote-left] “El valor no es sólo el centro de la foto, si no también esos márgenes. Muestran la banalidad del mal, la conveniencia entre lo clandestino y la vida cotidiana en la comisaría. Son instantes de verdad”, dijo Catela Da Silva. Justamente así –Instantes de verdad– se llama la muestra permanente expuesta en diferentes espacios del ex centro clandestino D2 –principal nexo operativo del Tercer Cuerpo de Ejército– que funcionó hasta 1977 en Pasaje Catalina, a metros de la Catedral y de la plaza céntrica de la ciudad.
Lo que revelan los negativos
El Fondo Fotográfico y el “Registro de Extremistas” no fueron destruidos por la estructura represiva, sino que estuvieron ocultos hasta 2005. El 27 de julio de ese año la fiscal Federal Graciela López de Filoñuk allanó la Dirección General de Investigaciones Criminales de la Policía, en la calle Mariano Moreno, sede[pullquote-left]Las fotos cobraron sentido cuando apareció el Registro de Extremistas, dos libros que alguien dejó en la peruta de Hijos y Abueloas[/pullquote-left]del D2 desde 1978. “Era un lugar inmundo donde había hasta ratas muertas”. Entre muebles húmedos y carpetas sucias había 84 cajas de color naranja con la inscripción AGFA –una marca de papel fotográfico– que contenían, cada una, dos mil negativos de acetato de celulosa de 35 milímetros. Fotos de frente y perfil, tomadas en lugares diferentes, sin más datos que la fecha y una codificación policial. Lo que terminó de dar sentido a esas imágenes fue el hallazgo de dos libros del Registro de Extremistas, que fueron dejados por personas anónimas en la puerta de Hijos y Abuelas de Plaza de Mayo Córdoba
Miguel Robles, por entonces integrante de Homicidios de la Policía,fue quien logró llegar al lugar donde estaban los negativos fotográficos. Su padre, ex comisario, fue fusilado en 1977 por miembros del D2, en un operativo que se intentó hacer pasar como de Montoneros. “Con esas fotos la desaparición de personas queda vinculada directamente con la actuación estatal. Se ven personas golpeadas y está la fecha de su detención. Eso se puede contrastar con los habeas corpus presentados por sus familiares, que luego dan negativos. Es decir que no estuvieron detenidos en ninguna entidad oficial, si no en un centro clandestino”, contó Robles.
En 2010 la Justicia Federal cedió la custodia del Fondo Fotográfico al Archivo Provincial de la Memoria. Diego Carro, archivero de profesión, tiene el trabajo de digitalizar el registro y juntar caras con nombres. “Yo soy el primero que ve lo que tiene esos negativos. A veces me revelan cosas inesperadas”, dijo Carro.
Analizando las fotos, descubrió, por ejemplo, que Claudio Zorrilla, militante del Política Obrera, fue fichado cuatro veces en el Registro de Extremistas.
Una de las ocho fotos que figuran en el libro fue publicada en los diarios cordobeses el 19 de junio del 1976. Zorrilla, por entonces preso en la Unidad Penitenciaria 1 (UP1), había sido fusilado junto a otros tres detenidos políticos. Los diarios hablan de un intento de fuga.
“Hay fotos tomadas en distintos lugares. A veces las personas están paradas, otras sentadas. Hay mujeres que fueron fotografiadas con sus niños”, contó Carro. A veces, las imágenes le revelan caras conocidas, como le sucedió cuando dio con el retrato perdido de su compañera de trabajo, Virginia Rozza.
Aquel día me puse una camisa rayada
–Yo siempre supe que me habían tomado una foto, pero esa foto no aparecía. La busqué en todo el año 1975 y no estaba. Llegué a pensar que había soñado ese momento –contó Virginia Rozza, responsable de área de Pedagogía de la Memoria del Archivo.
Un día recibió un llamado de sus compañeros. Habían encontrado su retrato. Era del 4 de marzo de 1976. “Por favor, decime que tenía puesto una remera rayada”, contestó “Viky” del otro lado de la línea.
No lo había soñado. Ese día se había puesto una remera nueva, de marca, con rayas turquesas, porque[pullquote-right]”Verme abrió un abanico de memorias. El momento de la foto fue el único rato que no estuve con capucha.”[/pullquote-right]tenía que rendir un final. En la imagen se la ve perturbada, los hombros caídos, el pelo corto revuelto y la mirada temerosa. Un hombre de robusto de civil la sostiene del brazo con fuerza. Viky también recuerda eso: la presión en su brazo. Tenía 22 años.
–Para poder trabajar en este lugar tuve que negar muchas cosas. Verme en esa foto abrió un abanico de memorias de casi cuarenta años. Hasta donde uno puede, porque el momento de la foto fue el único rato que no estuve con capucha.
Capucha, tabique, venda. La vida sin ver ni oír. Es parte del lenguaje de los sobrevivientes en los juicios por lesa humanidad, cuando relatan el proceso de aislamiento al que son sometidos en un centro de detención. Los negativos del Registro de Extremistas revelan a los represores con la capucha en la mano.
“Estas fotos fueron sacadas entre la tortura y la definitiva desaparición, esto es, entre la aniquilación de lo humano y la aniquilación del cuerpo físico. Pretenden traernos un jirón de esa situación intermedia. Nos traen imágenes de personas aún desaparecidas, tomadas en el momento mismo de su desaparición”, escribió el filósofo Luis Ignacio García, cuando analizó las imágenes de víctimas sacadas de la ESMA por Víctor Basterra.
El lugar del horror en el album familiar
“¿Qué representa una foto en la vida de una persona? ¿Que puede provocar mirar una foto vieja? – pregunta Ludmila Catela da Silva, y se responde: – dispara nuevas memorias, restituye derechos de identidad a quienes fueron registrados por esa máquina”.
A diario, al Archivo de la Memoria acuden ex detenidos y sus familiares para ver y consultar los retratos de Registro de Extremista. Con un trámite simple, se pueden llevar su foto. El momento de la recepción es muy delicado y por eso los especialistas del Archivo ponen especial cuidado y contención. “Hay muchas personas que no se reconocen. O que fueron fotografiadas dos veces y solamente recuerdan el momento más duro. Y es que la dictadura concretó las memorias: alguien que fue fotografiado en 1971 no se reconoce, porque solo recuerda el secuestro más duro”, dijo la antropóloga.
[pullquote-left]”Verme abrió un abanico de memorias. El momento de la foto fue el único rato que no estuve con capucha.”[/pullquote-left]En el caso de los hijos o hermanos, explicó, la imagen es la posibilidad de mirar los rostros de sus familiares instantes antes de la muerte. “Cuando la gente se enfrenta a esas fotos es un momento de duelo, de catarsis. La ultima foto. La última mirada”, dijo Catela da Silva. ¿Qué lugar ocupa esa foto en el álbum familiar?
Miraba a cámara para que podamos mirar el futuro
La foto familiar que más le gusta a Ernesto Argañaraz es la que colgó en la portada de su cuenta de Facebook. Está con sus dos hijos, todos felices. “Toto”, el mayor, levanta un brazo con el puño cerrado y abre una sonrisa de niño sin dientes. En la otra mano sostiene el retrato de su abuelo, Justino César Argañaraz “Chechi”, militante del PRT- ERP muerto durante la toma de la Fábrica Militar de Villa María. “Chechi” pasó por el D2 en 1972. Ernesto no lo sabía. Se enteró en julio, cuando lo llamaron del Archivo de la Memoria. Ahí estaba fichado su padre, camisa clara, manos atrás, seguramente esposado, bigotazo y mirada indómita, rebelde.
[pullquote-right]”Está mirando la cámara, pero está mirando otra cosa. Siento que me está mirando a mí y me dice: loco, cuidate que viene dura la mano y hay que bancársela”[/pullquote-right]–Él está mirando la cámara, pero está mirando otra cosa. Siento que me está mirando a mí y me dice: ‘loco, cuidate que viene dura la mano y hay que bancársela’. Tenía ojos azules abismales–, dijo Ernesto.
Ernesto le dijo a su hijo que el abuelo “Chechi” murió luchando contra los tigres. Pero de a poco, comenzó a contarle la historia. “Para que no crezca con la cosa siniestra que crecimos nosotros”, aclaró.
De todas las fotos mentales que Ernesto guarda de esos años, justo esa, la que le tomaron a su padre en el D2, un día de 1972, es para él la más sana.
–En esa foto puedo perseguir los últimos minutos de su vida. Le miro los ojos y me acuerdo de cómo me miró cuando se fue, cómo se despidió.
Contacto APM: 0351 434-2449
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