Cosecha Roja.-
Una caja de hormigón o ladrillo ahuecado de dos por dos sin ventanas ni piso y con un agujero en el que cabe una mano que entra con plata y otra que sale con droga. Con eso alcanza. Así son los búnkers en Rosario en donde pibes y pibas laburan todos los días. En un lugar así, vendiendo para los transas del barrio, estaba un adolescente de 14 años cuando los vecinos prendieron fuego el lugar. En esas condiciones trabajan jóvenes todos los días, con precariedad laboral, riesgo por represalia social y constante alerta por disputas internas. Y, cuando hay un procedimiento, son ellos los que van presos: hay 150 adolescentes detenidos por trabajar en búnkers, según un informe de la Defensoría Pública de la Justicia Federal en Rosario.
“No puede ser que la política criminal esté dirigida a estos chicos: se los está revictimizando”, dijo a Cosecha Roja Matilde Bruera, oficial de los Tribunales Federales de Rosario que califica lo que hacen estos pibes como trata de personas. Según la ley 26.364, a las víctimas de trata no se las puede culpar por ningún delito que hayan cometido bajo esa circunstancia.
Las organizaciones funcionan como empresas: tienen dueños, gerentes, personal jerárquico y empleados. “No puede ser que metamos preso al cadete”, dijo. Si el diagnóstico es el narcotráfico, “hay que apuntar a las cabezas del problema”, consideró. Para Bruera, hay que investigar el lavado de dinero y, desde ahí, ir hacia abajo. No al revés.“A los búnkers hay que desactivarlos porque generan intranquilidad en el barrio”, dijo Bruera. Pero eso no resuelve el problema. Antes, los puntos de venta de droga eran casas familiares. Ahora, en esas cajas de cemento ahuecado sin baño no vive nadie. Se construyen y se destruyen con la misma facilidad. Ni bien cae uno, rápidamente florece otro en algún punto de la ciudad. “Están hechos para entregar”, explicó. Por eso, y por posibles robos de otras bandas, tienen poca mercadería.
Mario “Carpincho” Sevillán laburaba de soldadito desde los 17. En noviembre del año pasado estaba en una de las cuevas en La Florida vendiendo. Escuchó un grito de afuera y se asomó por el agujero. Alcanzó a ver que alguien le tiraba una botella de nafta y lo prendía fuego. Circularon dos versiones: ajuste de cuentas y vecinos enfurecidos.
Con Mario se encendió un colchón, que era lo único que había adentro. Carpincho no estaba encerrado de afuera pero había cerrado él mismo desde adentro para que nadie pudiera entrar. Quería protegerse. Cuando lo prendieron fuego, ahogado en medio del humo y con el cuerpo ardiendo, no pudo abrir su propio candado. Murió en el Hospital Clemente Alvarez con un 80 por ciento del cuerpo quemado.
– Si me pagan bien, ¿por qué no voy a laburar acá?
Los pibes siguen en los búnkers, pese a los múltiples riesgos, porque con la plata que ganan acceden al consumo: se compran la moto, las zapatillas, la ropa. Les pagan por día, porque mañana no se sabe.
Cuando caen “son sometidos a un proceso penal pero luego vuelven al mismo circuito: no hay posibilidad de reinserción laboral, son hijos de padres que estuvieron desocupados en los ´90”, contó Bruera.
Foto: Leonadro Vincenti – Infojus Noticias
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