Once rubgiers contra Fernando Báez Sosa. Hijo único, 19 años. Patadas en el piso, un cuerpo que alguien intenta arrastrar. Gente que filma entre el morbo y el festejo.
Los asesinos no tienen más de veinte años. Hace un rato los sacaron del boliche en el que estaban. Al más rubiecito lo llevan entre dos patovicas: uno del cuello, el otro del brazo.
Fernando había ido con varios amigos a Villa Gesell por el fin de semana.
Adentro, dicen, hubo una pelea.
Afuera lo volvieron a encontrar.
“Le pegaron entre varios hasta que lo agarraron en el piso a patadas. Le patearon hasta la cabeza”, contó una de las testigas.
Hay dos videos: en uno se escucha el grito que arenga la pelea.
Ahí están: son once. Se alientan entre ellos, se ceban. Se prueban lo macho que son.
En el suelo, un pibe paraguayo.
En algún momento alguien empieza a patearle la cabeza.
Ya casi no respira.
Después, se vuelven caminando. Son once y están de vacaciones en un chalet de dos plantas. Tienen las manos lastimadas, la ropa llena de sangre. Sangre del hijo de un portero. De alguien que quería ser abogado y que ya no más.
¿Festejan la hazaña en el camino? ¿Dicen ‘viste cómo le dimos’? El que le dio la patada final en la cara, ¿infla el pecho o está preocupado?
No lo sabemos. Las cámaras de seguridad no tienen audio.
Son Matías Franco Benicelli, Ayrto Michael Villaz, Maximiliano Pablo Thomsen, Luciano Pertossi, Lucas Fidel Pertossi, Alejo Milanesi, Tomas Enzo Comelli, Juan Pedro Guarino, Ciro Pertossi y Blas Sinalli. Todos tienen entre 18 y 20 años, todos juegan al rugby en el mismo club.
La justicia todavía no sabe quién de ellos dio el golpe final. Como si eso cambiara algo.
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El 21 de enero, la fiscal que investiga el crimen, Verónica Zamboni, imputó a los rugbiers Maximiliano Thomsen y Ciro Pertossi como coautores del homicidio. Los otros ocho quedaron imputados como partícipes necesarios. El detenido número 11, el remero Pablo Ventura, fue liberado.