El Tribuno.-
A casi dos semanas del triple homicidio de Acambuco, que tuvo como víctimas a 3 jóvenes, no hay detenidos, demorados ni avances en la investigación por el caso que puso en vilo a las localidades de frontera. Los argentinos Tomás Horacio López y Juan Carlos Callejas, además del boliviano Andrés Plata, fueron ejecutados el pasado 10 del corriente en el paraje Campo Largo, muy cerca de la línea de frontera que une Argentina con Bolivia.
Todo hace suponer que se trató de un ajuste de cuentas, consecuencia de “mejicaneadas” entre bandas que operan en la zona de frontera, pero también de una venganza por un doble crimen anterior en territorio boliviano que se cobró la vida de un exconvicto argentino y de su concubina, quienes habrían sido asesinados por una banda vinculada a las tres víctimas de Acambuco. Los homicidios en Bolivia son moneda corriente desde hace años, pero el homicidio de un carnicero y su empleado, ambos de Salvador Mazza, sucedido hace algunos meses, y el triple crimen de Acambuco, hacen temer el avance de las bandas hacia el territorio argentino con sus modalidades de terror. Las torturas seguidas de muerte son moneda corriente.
El avance de las bandas
El triple crimen de Acambuco ha marcado un antes y un después, no sólo en la población civil de la zona sino también en las fuerzas de seguridad que ven cómo las bandas delictivas avanzan con violencia.
En las fuerzas de seguridad impera el off de record, pero a diferencia de lo que la jerarquía imagina son los propios uniformados quienes hablan mucho más de lo que sucede en la región. “Hay temor en los compañeros porque hasta ahora, cada vez que se encontraba un cargamento, había detenidos o los traficantes dejaban la carga en el monte y escapaban. Generalmente no se hacía ni un tiro, pero ahora la situación es diferente”, confió a El Tribuno un oficial de una fuerza de seguridad con presencia en la zona.
“Nuestro temor es que los cargamentos ingresen con custodia. Eso nos obligará a un enfrentamiento armando cuyo resultado puede ser terrible; las bandas se niegan cada vez más a perder la droga y creemos que pueden apelar a los sicarios para que los custodien; ahí vamos a morir los buenos porque el tipo de armamento que manejan los hace muy peligrosos”, confió el oficial.
Esos cargamentos suelen moverse con el apoyo de dos vehículos; el que circula adelante barre el camino detectando posibles peligros, y el que circula atrás hace la custodia y defiende la carga de otras bandas.
Sin recursos
Los agentes antinarcóticos reconocen que la superioridad de las bandas está dada, principalmente, por la falta de medios de las fuerzas de seguridad. La brigada de Drogas Peligrosas N§ 4, cuya jurisdicción se extiende desde Salvador Mazza hasta Embarcación al sur y que abarca el departamento Santa Victoria desde el río Bermejo hasta la frontera con Bolivia, no tiene ni un solo móvil. El puñado de efectivos se mueve en sus propios ciclomotores o bicicletas para hacer inteligencia o vigilancia.
Un delito que mella la conducta
“Una gran inconducta y falta de compromiso”. Con esa frase un alto oficial de Gendarmería sintetizó el modo en el que cada vez más uniformados se pliegan al delito, aunque no sea traficando sustancias prohibidas pero sí “mirando hacia otro lado” al investigar o reprimir un delito que mueve millones.
Para este oficial el traslado del Escuadrón 54 desde Salvador Mazza hasta Aguaray “no suma ni resta” en la lucha contra el tráfico de drogas. “El triple homicidio se produjo en jurisdicción de Aguaray, no de Salvador Mazza, las distancias entre ambas se confunden en una geografía idéntica y el accionar de la fuerza no se mide por dónde esté la oficina del jefe o la administración”, aseguró.
Dijo que “un gendarme puede manejar cifras alarmantes. Por ejemplo la que se da “por mirar para otro lado’ sin entrar en el transporte de drogas: los narcos pagan hasta $40.000 a cada uniformado. Para los narcos es un vuelto y para un gendarme, que debe jugarse la vida, en una zona difícil, lejos de su familia y que gana $7.000, es una tentación difícil de resistir. Pero eso no termina allí porque después vienen otras exigencias de las bandas”, añadió.
Un ajuste vinculado a un doble homicidio en Bolivia
Una versión muy fuerte que se maneja en la zona norte es que el triple homicidio de Acambuco se relaciona con otro doble homicidio ocurrido en el sur boliviano y que les costó la vida a un peligroso exconvicto argentino que estaba con libertad condicional y a su concubina.
Estos dos argentinos tenían una fuerte amistad con Mario Mansilla, el mismo sujeto que en marzo pasado se fugó de la granja del penal de Tartagal, por un beneficio otorgado por la jueza Sandra Bonari.
Mansilla -autor de tres homicidios, el primero de un distribuidor de bebidas de Tartagal y de otros dos reclusos del penal-, trabajaba en la granja con un régimen extramuros a pesar de que el Servicio Penitenciario había recomendado no otorgarle este beneficio dada la peligrosidad del sujeto, considerado un sociópata, frío y totalmente desalmado.
Una de las hipótesis es que al fugarse Mansilla, junto a otro hermano exconvicto que hace pocos meses recobró su libertad, se instalaron en la frontera con Bolivia y se integraron a bandas delictivas. A los Mansilla se sumó otro sujeto que comenzó a gozar de libertad condicional, muy compinche de los hermanos dentro del penal. El y su concubina -madre de otro interno- residían en la zona de frontera pero un mes antes del crimen de Acambuco esta pareja fue asesinada por una banda que les birló un cargamento de drogas. El triple crimen de Acambuco sería consecuencia de este doble homicidio y de esa manera se relaciona a los Mansilla, en especial a Mario, con este último hecho. Lo extraño es que estos sujetos de gran peligrosidad estén cumpliendo condena en la unidad de Tartagal, que no cuenta con pabellones de máxima seguridad.
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