Víctor González cobró el sueldo por su trabajo en una construcción y fue a saldar las deudas al almacén de la vecina. Cuando salió, se quedó con los amigos tomando cerveza en la esquina hasta que comenzaron los tiros. Víctor no corrió, estaba seguro de que el despliegue de agentes de la Bonaerense no era por él. Pero una bala le entró en el tórax y lo mató. “No fue un tiroteo, fue un fusilamiento. Después de la gran balacera, todavía escuchaba que los tiros retumbaban en la pared”, contó una vecina de Catanga, un barrio humilde cerca del cementerio de San Martín. Su casa está en la esquina donde el viernes asesinaron al joven.
Dos días después, los vecinos se reúnen en esa casa para contarle a representantes de la Campaña Nacional contra la Violencia Institucional cómo fue ese operativo de la Policía Bonaerense, que con la excusa de perseguir a los autores de otro crimen puso en riesgo la vida de todos los habitantes del barrio.
Quince minutos antes de que le dispararan Víctor había comprado una cerveza en el kiosquito de la vecina. Ella le mostró a los policías los dos cajones que tiene para trabajar. Entre las 0.30 y la 1, frenó un auto gris del que bajó un grupo de hombres con chalecos antibalas. Se escabulleron por el pasillo. Por Coronel Mom los venían persiguiendo dos patrulleros: los agentes se bajaron y se metieron en la villa disparando a mansalva. A Víctor le dieron ahí. Y después lo acusaron sin pruebas de ser un delincuente.
La dueña del kiosco salió del local y un policía le ordenó:
– Señora, váyase adentro.
– No, yo quiero ver cómo está el chico.
– El chico ya está muerto.
– ¿Cómo que está muerto?
– Sí. Ya está. Era el delincuente.
– Nooo. Te equivocás. Ese chico estaba tomando cerveza, acá paradito. Yo no vi nada de lo que pasó, de cuando bajaron los chorros, porque sinceramente hacía frío y yo ya había arrimado la puerta, sin cerrarla del todo. Pero ese chico ya estaba acá porque yo le vendí la cerveza.
La vecina recuerda la escena y habla de Víctor en presente. Todavía no lo velaron: “A las ocho estuve con él. Porque yo a veces le fío, y él los viernes cobra y paga. Estábamos en la cocinita y me dice ‘¿Me hacés la cuenta?’ Se sentó, le hice la cuenta así delante de él, me pagó, pagó el almacén de al lado y después se quedó ahí afuera con los chicos”.
Víctor trabajaba con su papá en la construcción de un edificio. Tiene 37 años, dos hijos y seis hermanos. Después de pagar las cuentas, se quedó en la esquina con los primos y los amigos. Son muchos los vecinos que cuentan que lo vieron cuando fueron a comprar al kiosco, y todos tienen las referencias horarias. Víctor no se movió de esa esquina.
Cuando se empezaron a escuchar las balas dentro del almacén había dos chiquitos del barrio. Uno quería salir porque afuera estaba el hermano. La almacenera se puso en la puerta para no dejarlos pasar. Escuchó la frenada y el ruido de sirenas de policía. No era una persecución, era una balacera. Víctor se agachó contra la pared.
La versión policial da cuenta de un primer auto que frenó en la entrada del barrio y de “chorros” que se habrían escabullido por los pasillos. Los vecinos dicen que no hubo respuesta a las balas policiales. Las pericias que gendarmería tomó por orden de la UFI 5 de San Martín mostrarán si hubo otro tipo de balas en la escena del crimen. También habrá evidencia de la bala que quedó alojada en el tórax de Víctor.
“Gracias a Dios hacía frío y no había ningún chico en el pasillo, porque esto hubiera sido una masacre”, dijo otra vecina. Los patrulleros que venían persiguiendo el auto gris desde un robo en Billinghurst frenaron en Mom, antes de llegar a Libertad, formaron fila y entraron disparando.
Víctor se arrodilló y le dijo a su primo:
– No corrás Pelado, no corrás que no tenemos nada que ver.
Como escuchaban muchos tiros, el primo prefirió buscar refugio. A Víctor la bala le dio estando agachado en la esquina. Se paró y cayó en la puerta de la casa de su prima en el pasillo, a 20 metros. Ella lo había visto a eso de las 12, cuando fue a comprar. Víctor le preguntó por su marido, ella le dijo que ya estaba casi durmiendo, él la felicitó a modo de cargada por lograr que el marido estuviera en casa.
La fiscal se llevó más de 20 casquillos, pero los vecinos tienen muchos más. Quieren que se sepa la verdad. El domingo todavía no habían baldeado las calles por si era necesario hacer más peritajes. “Ellos vinieron a tirar a mansalva. Acá no les importó si moría un chico, una vecina, un vecino. Ya lo comprobamos con lo que pasó con mi amigo Víctor y es lamentable”, dice un testigo, que llega a la reunión un poco más tarde. Los que bajaron corriendo del primer auto tenían chalecos antibalas. ¿Se podrán haber confundido la vestimenta de Víctor con la de alguno de los ladrones? ¿Eso justifica el fusilamiento?
La ambulancia tardó horas en llegar. Su cabeza estaba en un charco de sangre, a pesar de que la bala entró por el tórax y se quedó alojada en su cuerpo. Lo llevaron al Hospital Thompson y de ahí a la morgue de Lomas de Zamora.
“El chabón no estaba en nada. Somos unos giles laburantes que nos rompemos el lomo desde pibes laburando en la construcción con mi viejo para aprender un oficio, ¿entendés?”, dijo su hermano Carlos. “Yo quiero que el que le disparó a él y todos los que entraron así tirándole a la gente del barrio queden detenidos. Ellos saben muy bien que lo que hicieron está mal. Dicen que encontraron dos pistolas y un revólver en el auto. ¿Y por qué no le encontraron nada a mi hermano?”, preguntó. Carlos y los vecinos quieren que se haga Justicia y que se ilumine más la calle porque, dicen, no es el primer joven que muere en estas coordenadas.
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