Es de noche y el baldío está a oscuras. Las luces blancas, rosas y violetas apuntan contra las paredes iluminando apenas unas imágenes que se esconden entre pastos crecidos. Él tiene una pala en la mano y camina. Ella escapa, agitada, en la oscuridad. Se escucha la voz de él: que primero ella no era nada, insignificante, pero se volvió lo más importante. Una música misteriosa como augurio llena el espacio. Ella avanza lento, pega una foto de manos negras de cristo, lo esquiva a él y sigue caminando. Vuelve la voz ronca que repite: era insignificante, una chica que vino del interior siendo nadie, pero ahora era lo central. Y lo despreció. Ella corre agitada, él la alcanza y ahora se escucha un golpe. Gritos.
Un varón está cavando un pozo. Una mujer acaba de ser asesinada.
Su cuerpo será desmembrado y repartido en paquetes por cuarenta y seis kilómetros de la zona sur de la ciudad a lo largo de tres días. Su cabeza aparecerá dentro de un paquete flotando en el Riachuelo a pocos metros del baldío donde la noche del martes la performance “Con toda la muerte al aire” hizo sentir a más de 100 personas el miedo, la angustia e impotencia de ver a Alcira Methyger morir.
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El cuerpo de Alicia apareció durante el carnaval de 1955 en Argentina. Tenía 28 años. Era salteña y había viajado a Buenos Aires donde trabajó como empleada doméstica. Durante un año mantuvo una relación con Jorge Burgos, el hijo de los patrones. Él le propuso matrimonio y ella lo rechazó. Él la mató. “Las fotos de Alcira estaban expuestas en una sala del museo de la policía y eran insoportables de ver”, dice la fotógrafa María Eugenia Cerutti frente a diecisiete periodistas de Latinoamérica que viajaron a Buenos Aires en el marco de la Beca Cosecha Roja en una charla moderada por el periodista y autor Cristian Alarcón. Como en las ediciones fotográficas antiguas, María Eugenia pintó de blanco cada fragmento del cuerpo de Alcira. “Fue una manera de taparlas para poder ver”, dice.
La muestra la había impactado y empezó a investigar junto al periodista gráfico Alejandro Marinelli. Él revisó archivos, expedientes, diarios de época y encontró un libro que escribió el femicida alentado por su abogado. “Yo no maté a Alcira” era el título. Burgos explica que la mató sin querer después de que ella lo había traicionado. Los medios del momento reprodujeron la versión y llegaron cientos de cartas de lectores que lo defendían. Él era un hombre engañado. Ella, la mala víctima. Burgos fue condenado a 20 años de cárcel, pero salió a la mitad por buena conducta. Vivió hasta 2006 en la casa donde la había asesinado.
María Eugenia y Alejandro querían contar el caso. Los conmovía en su singularidad, pero también veían una línea que lo unía con femicidios que todavía suceden 64 años después. Los mismos sentimientos, la misma crueldad. ¿Cómo transmitir esa sensación de impunidad? ¿Una crónica larga? ¿Un libro? Cuando Revista Anfibia lanzó una convocatoria para periodistas que quisieran mixturar su trabajo con el mundo artístico no lo dudaron.
La investigación se volvería una perfomance.
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“Está la rigurosidad de los hechos, pero con un periodismo que se renueva”, dice Sheyla Urdanetta. Ella es venezolana, redactora de El Pitazo, becaria de Cosecha Roja. Junto a sus compañeros vio la perfomance y dice que no salió igual. “Se muestra un hecho que es conocido, que fue manoseado, pero que se sale de todo lo que ya se dijo. Entonces llega para generar sensaciones”. Katerin Chumil también es redactora. Llegó desde Guatemala, donde escribe para elPeriodico. Ella cree que la experiencia logra conectar y transporta a la época. “La sensación de ver la persecusión y no poder intervenir te deja la incertidumbre de por qué no hubo más justicia”, dice.
“La perfomance me ha tocado”, suma Fernando Romero. Él es editor de Revista Factum, un medio pequeño de El Salvador. Mientras viajaba a Buenos Aires, publicó una investigación que reveló el pago de sobornos a diputados por parte del ex presidente Mauricio Funes y la que abrió una investigación judicial. “Vivo en un país donde la muerte es abultada y se llega a una insensibilidad con respecto a los homicidios. Ver cómo se dimensiona una muerte, volver a la humanidad, es una bofetada”, dice.
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“El proceso de producción de la perfomance fue en crisis todo el tiempo”, dice Alejandro. “Mirábamos el material que teníamos, nos preguntamos a dónde íbamos a llegar, si mejor volvíamos para atrás”. Ensayaron en su mente una muestra fotográfica, pensar en ser los propios actores. Después decidieron agrandar el equipo, sumar actores, iluminadores, diseñadores de imágenes y gráficos. Trabajaron durante un año.
“Todo valió la pena cuando encontramos el lugar”, dice María Eugenia. Allí fueron montando el resto de los elementos, incorporaron acciones y lograron crear una experiencia. “La suma de todas estas disciplinas nos dio la posibilidad de que exploten las sensibilidades”, dice ella. Pensaron el trabajo como un gran rompecabezas. La investigación dejó de ser en un primer plano. Se volvió 3D.
María Eugenia y Alejandro vienen de una formación clásica del periodismo, con una obsesión por buscar las grandes historias. Pero en su trabajo se dieron cuenta de la importancia que tienen los cuerpos para contar en esta época: el cuerpo de Alcira, el de quienes se involucran en experiencia, el de los actores, el cuerpo social. Espacialidad y cuerpos son claves de la perfomance.
“He investigado, cubierto y sentido muchos femicidios. Pero esta es la primera vez que pude sentir la angustia en el cuerpo”, cuenta Soledad Gago, de El País, de Uruguay.
“La sensibilidad y la creatividad se cultiva. El periodismo hoy está limitado por lo testimonial y por la idea de verdad”, dice Alarcón. “La transgresión hoy es desafiar a nuestras audiencias”, agrega.
Para los autores, el desafío de armar una experiencia así es lograr un equilibrio entre la investigación periodística y la parte artística. Manejar esa delgada línea entre lo que se debe entender y lo que se vuelve plena experiencia. Si el objetivo es sensibilizar a las nuevas audiencias, es un riesgo que vale la pena correr.