Foto: Eugenia Neme
Este año no hay postal de montañas blancas alrededor de la ciudad de Bariloche. La imagen, gastada por agencias de viajes, publicidades y álbumes de fotos, contrasta con un invierno seco de temperaturas primaverales. A fines de julio la Autoridad Interjurisdiccional de Cuencas (AIC), un ente integrado por el Estado nacional y los gobiernos de las provincias de Río Negro, Neuquén y Buenos Aires, declaró la emergencia hídrica en las cuencas de los ríos Limay y Neuquén, una herramienta con la que cuenta el organismo para administrar el agua a través de los embalses de los ríos, anticipándose al inicio de la temporada de riego en todo el alto valle de la provincia.
En todo julio, apenas dos nevadas cosméticas contentaron a los turistas. Pero del otro lado de la ciudad, en los barrios del Alto, los vecinos no están preocupados por la falta de nieve y el cierre de pistas en el cerro Catedral sino por la sequía del arroyo Ñireco, que alimenta de agua potable a los que viven hacia arriba del centro barilochense, en los barrios que se extienden al pie del cerro Ventana.
Con un cielo despejado Bárbara, vecina del barrio El Frutillar, se abriga apenas con un saco para salir del invernadero hacia la parte descubierta de la huerta. “Si seguimos así qué nos queda para el verano”, dice y su frase adopta distintos significados: la amenaza por los incendios se suma al miedo por la falta de agua y la sequía de la tierra para la cosecha.
Bárbara Sgro llegó al barrio del Frutillar hace quince años, cuando su hijo menor tenía tres. Su familia había vendido una casa en Buenos Aires y con su parte decidió comprar un terreno. Ella no conocía el sur, pero eligió Bariloche porque tenía un amigo que vivía ahí.
El Frutillar es uno de los barrios del Alto, el sector que se extiende hacia los costados de la ruta nacional 298 hasta encontrarse con la ruta 40. Toda esa zona, ubicada al pie del Cerro Ventana, depende del agua de la planta potabilizadora del arroyo Ñireco, que baja atravesando el centro de la ciudad hasta el lago Nahuel Huapi. En febrero el arroyo estaba tan bajo que el agua dejó de llegar a las casas. Las familias se organizaron y salieron a reclamar.
“El agua es un derecho básico para la vida cotidiana. No sólo para la cosecha, sino para la salud, la higiene, la alimentación”, dice Bárbara, sentada en una silla que apenas entra entre las maderas de las huertas del invernadero. Afuera, los cultivos siguen a lo largo del jardín. Tiene plantas de acelga, cebollas, lechugas, zanahorias y romero. También hay frutillas y una planta de cedrón que casi llega al techo.
“En el verano fue una situación de hartazgo. Enero, febrero, marzo, todo el tiempo había que estar chequeando si ese día íbamos a tener o no agua. A veces pasabas tres, cuatro o cinco días sin una gota. O venía a las dos o tres de la mañana y esperábamos hasta esa hora para bañarnos”, cuenta Bárbara. Por la falta de riego, muchos de los cultivos se le arruinaron: “Es desgastante tanto trabajo en la huerta, hacer el compost, sembrar el bancal, prepararla todo el año para que se te arruine. Yo perdí un montón de plantas por no tener agua”.
Los problemas en el acceso al agua en el Frutillar son históricos, pero cada año se profundizan. Lo mismo pasa con Nahuel Hue, 2 de Abril, Malvinas y otros barrios que se formaron a partir de asentamientos.
Daniel Fuentes vive en el Alto desde 1992 y es referente del barrio El Pilar, el más cercano a la planta de agua. Recuerda que hace cuatro años tenían que regular el medidor para evitar que se desbordaran los tanques. “No tiene que ver solamente con el cambio climático sino con que se generan nuevos proyectos inmobiliarios sin tener en cuenta la planificación de la ciudad”, explica. También es profesor de Historia y remarca que “no hay una regulación justa entre el caudal que baja a los barrios privados y el que llega a los barrios populares”.
En febrero, tras el reclamo de los vecinos, el Departamento Provincial del Agua (DPA) de Río Negro empezó dos obras para mejorar el acceso al agua en los barrios. La más importante, prevista para finalizarse en 2023, consiste en utilizar como fuente de agua el lago Gutiérrez.
Los vecinos cranean soluciones más urgentes. “Estamos pensando con un vecino en construir unos tachos con filtros para poder aprovechar el agua cuando llueva. La idea es que tengan un sistema de recirculación para poder sacar de ahí agua potable”, cuenta Bárbara, que está convencida de la importancia de las pequeñas acciones, como el sembrado del suelo: “No vamos a frenar el calentamiento global, pero al menos podemos hacer algo para cuidar los recursos”.
¿Qué significa la emergencia hídrica?
En la práctica, la disposición de la emergencia hídrica es una medida de prevención: a fines de agosto empieza la época de riego en todo el Alto Valle, la zona agrícola de Río Negro, donde se concentra la actividad que genera el mayor porcentaje de ingresos económicos a la provincia.
“La emergencia se declara ahora para poder afrontar la próxima temporada. Es una herramienta que le da facultades a la AIC para regular los caudales salientes de los embalses”, explica Fernando Curetti, ingeniero hidráulico y responsable del DPA de Río Negro.
Sobre el río Limay hay cinco embalses hidroeléctricos -Alicurá, Pichi Picún Leufú, Piedra del Águila, Chocón y Arroyito-, que generan el 25 por ciento de la energía que se distribuye en todo el país. La regulación implica que la administración del agua prioriza el consumo humano y para riego y regula la cantidad de agua que se destina a la generación de energía eléctrica. “Hay niveles en los cuales no se puede tener libre disponibilidad del recurso”, agrega Curetti y especifica que en el caso de los acuíferos “es posible que no se note la afectación este año sino a futuro, porque en el almacenamiento subterráneo de agua la dinámica es más lenta”.
Durante la temporada de riego en el Alto Valle el agua que corre por los canales viene de las cuencas del Limay y del Neuquén, que confluyen en el río Negro. En sus valores estándar el Limay drena 650 metros cúbicos por segundo, mientras que el caudal del Neuquén es de 280 metros cúbicos por segundo.
“Desde la década del ochenta la tendencia es a la disminución de los caudales, pero actualmente estamos con valores muy por debajo de los promedios históricos”, señala el especialista.
El problema es que mientras los ríos se reducen, el consumo de agua potable en la región va en sentido contrario: actualmente el promedio es de 400 litros por día por habitante, más del doble de lo que se considera un valor “razonable, estándar”.
Para Curetti, la situación en el Ñireco es crítica: “El arroyo ya está complicado y va a seguir así. En verano va a estar prácticamente seco. Cuidar el agua de tu casa o que la canilla no gotee ayuda, pero no va a hacer que los ríos tengan más caudal”. De lo que se trata, dice, es de que los sistemas de distribución sean más solidarios.