Etimológicamente, revolución se extiende como una reiteración de lo que ha sido y como previsión de lo que será, es decir, un cambio o una transformación radical frente a un pasado inmediato que puede tener lugar simultáneamente en varios ámbitos (social, económico, cultural, político, etc.). Los cambios revolucionarios tienen consecuencias trascendentales y generalmente son percibidos como repentinos y violentos, ya que muchas veces se rompe de manera radical con el orden establecido. La revolución suele hacerse de manera colectiva (aunque no siempre desde el sustrato popular) y todas las revoluciones tienen consecuencias irreversibles sobre la historia.
El libro Revolución convocó a académicos, músicos, artistas visuales, arquitectos e instituciones de distintas partes del mundo –desde Palestina y Siria hasta Francia, Argentina y México-, a reflexionar a través de textos, imágenes e intervenciones sobre el significado de la palabra “revolución” en la actualidad. El libro, recién publicado por la editorial mexicana (con)Tensión y coordinado por el artista Pierre Valls, se hizo en el marco de la muestra “Revolución”, realizada en el Museo Casa León Trotsky en la Ciudad de México, en colaboración con el Museo Nacional de las Culturas del Mundo de México, en la misma ciudad. A continuación, Cosecha Roja adelanta el artículo escrito por Matías Máximo, cronista de nuestro portal.
Fotos: Sol Vazquez
Revolución en el cuerpo
Llevar una disputa en el cuerpo y negar la norma y la naturaleza, afirmando una identidad a partir de las lógicas del deseo, es una forma de revolución que algunas corporalidades sostienen a diario: saliendo a la calle, transitando espacios públicos o con el solo acto de existir y manifestarse. La construcción de un cuerpo por fuera del binomio hombre/mujer y en diferencia con la noción clásica de familia-tradición-propiedad, interpela las estructuras de explotación económica y es por ello que se enfrenta a dispositivos de control represivos, sanitarios y sociales. En este sistema regulador, aquellos cuerpos que no respeten el objetivo de producción y explotación humano son condenados a diferentes modelos de violencia, que pueden tomar la estrategia del ataque físico, simbólico o la extirpación de cualquier campo de simbología positiva. ¿De qué cuerpos se trata? La lista es amplia y varía dependiendo de las formas de construcción del bien de cada sociedad de consumo: travestis y transexuales, mostras, drags, negritudes, androginias, cuerpos gordos, en tránsito de enfermedades, amputados, corroídos por una práctica o estériles, por nombrar algunos, son ejemplos de la disputa planteada.
Mi cuerpo está en disputa, incluso cuando voy a comprar el pan
“Nuestros cuerpos, disidentes de lo binario heterosexual -eso hegemónico que lo tiene, lo posee y lo regula todo-, no solo andan militando, ‘activando’, cuando levantan un cartel con sus consignas en una marcha o cuando son parte de las filas o acciones en una organización o partido político. Y quiero mencionar que incluso esos espacios muchas veces también parten desde la misma hegemonía binaria que nos condena, nos persigue y nos mata: porque lo binario castiga de muchas maneras aquello que no obedece su sistema y lo pone en peligro o interpela”, dice Susy Shock, poeta, bagualera y activista trava-sudaka.
“Nuestros cuerpos están en disputa, entran en batalla cultural y de sentidos, cada vez que toman un colectivo, cruzan la calle para comprar medio kilo de pan, en el almacén de la esquina de casa o van de a dos a pasear o disfrutar de un día de sol. Esto porque están dando cuenta que hay otras formas de construir y gozar identidad y eso interpela con la sola presencia: inquieta y desarmoniza, por ende se vuelve peligroso y amenazante. Sobre todo si esos ‘cuerpos para odiar’ -como dice la poeta trava de Chile, Claudia Rodríguez-, tienen la osadía de hacerse visibles, alegres, cotidianos, empoderados, fuera de los horarios y los espacios asignados, permitidos por ese sentido común que solo nos lee en lo clandestino, lo oculto, lo marginal, la noticia policial del diario o el chiste malo y machista de la varieté”, plantea Shock.
Dentro de este terreno en tensión que es la arquitectura de sentidos de los cuerpos, existe un ámbito de sexo excluido y no legitimado, ya que la relación entre cultura y naturaleza supuesta por algunos modelos de “construcción” del género implica una cultura o una acción de lo social que obra sobre una naturaleza. Judith Butler escribe que concebido de forma abstracta, el lenguaje alude a un sistema de signos abiertos mediante el cual se genera y se rechaza de forma insistente la inteligibilidad. Butler llama a “replantearse la figura del cuerpo como mudo, anterior a la cultura, en espera de significación” (Cuerpos que importan, Paidós, 2002).
Un rápido análisis de la representación humana en la estética revolucionaria, expone un cuerpo que varió a través de los siglos de objetivo opresor pero no tanto de fisionomía. Allí aparecen fuerza y pose, líneas rectas, mirada al frente o arriba, el gesto de un grito y el músculo preparado para la acción. Por otro lado, una y otra vez son corporalidades gordas, tendidas en la comodidad, redondeadas, perezosas o burlonas las utilizadas para representar al capitalismo o las burocracias de los sistemas opresores.
Ya no se trata de poblar, sino de formar estrategias de consumo
“Me parece importante volver a nombrarme ahora como gorda, nombrarme gorda como estrategia de autoenunciación. Nunca liviana. Y sirva este último adjetivo para que la paradoja dé lugar a la sonrisa. Nombrarse para volvernos visibles. Ocupar el espacio para volvernos visibles. Visibles, desobedientes, disidentes de la norma que nos impone una sociedad que estandariza y controla cuerpos y deseos, que define lo bello y lo sano”, escribe la feminista Lucrecia Masson (El cuerpo como espacio de disidencia, Periódico Diagonal, 2014), una de las voces exponentes del activismo gordo.
En clave retórica, Masson analiza el poder que significa la acción de nombrarse y nombrar los cuerpos más allá del sistema de consumo, producción y publicidad: “Ante la pregunta: ¿por qué ser gorda, o vieja, o diversa funcional, o enferma (y la lista podría ser muy larga) me hace estar fuera del estándar de belleza o de normalidad corporal? ¿Qué me hace disidente de la norma? Propongo cambiar esta pregunta por otra, y he aquí el desafío político: ¿bajo qué mecanismos se construye el cuerpo normal? ¿Cuánta disciplina de normalización han soportado y soportan nuestros cuerpos? ¿Qué técnicas de domesticación y regimentación nos hacen desear ser normales y atractivas a costa de padecimientos?”.
La noción clásica de sexualidad tiene génesis en la época victoriana, donde la que la única relación legítima era la de hombre y mujer. “Lo que no apunta a la procreación o está transfigurado por ella ya no tiene sitio ni ley. No puede expresarse. Se encuentra a la vez expulsado, negado y reducido al silencio. No solo no existe sino que no debe existir y se lo hará desaparecer a la menor manifestación, ya sea con actos o palabras”, escribe Michel Foucault en su Historia de la sexualidad. Esta legitimidad no responde tanto a fines naturales sino capitalistas: había que poblar las ciudades y, sin tecnologías que lo permitiesen, otros tipos de relaciones invalidaban la posibilidad de procreación. El hilo de la época victoriana a la contemporánea es delgado, aunque la meta ya no es poblar sino generar estrategias de consumo.
lenguaje-cuerpo-revolución / poder-palabra-visibilidad
“No tengo en mí la imagen de la mujer fallida. Y jamás prendió en mí la idea de no querer mi pene, así como tampoco el pensamiento de que mis en prácticas sexuales usar o no mi pene pudiera afectar mi feminidad o la masculinidad del otro. Cuando a los 18 años decido estrictamente transformar mi imagen y muto a travesti, empiezo cuesta abajo. La primera lectura que hice fue: nadie me va a traer a sus niños para que les de clases de arte y cerámica, la formación de la que me había recibido. Fue entonces que me acerqué a la prostitución como una forma de ganarme el sustento económico. Mi cuerpo, que interpelaba constantemente, era menos interpelativo o más soportable en la noche: porque en la noche la gente estaba más liberada y vos eras un detalle más”, relata Marlene Wayar, activista travesti, periodista y trabajadora social.
Wayar sostiene que su identidad es el resultado de esas batallas dadas por no resignar su deseo, más allá de las violencias cotidianas y el haber sido arrestada sistemáticamente por el solo hecho de afirmarse travesti: “Pagué un precio muy alto por mi identidad, aunque si no terminaba siendo Marlene no iba a ser nada. Yo sabía que podía tener una vida totalmente hipócrita en la comodidad pero no lo contemplaba, y creo que eso se dio por la educación amorosa basada en la libertad y la autonomía que me dieron mis padres. Al momento de pensarme, veía mucho más dignas a cualquiera de las pibas que vivían en las villas y soportaban carencias a tener una independencia económica basada en la humillación permanente de no ser quien soy. No estamos educadas para hacernos respetar, por eso hago un trabajo constante en tratar de romper estos estereotipos”.
El cruce entre lenguaje-cuerpo-revolución permite saltar a la tríada poder-palabra-visibilidad. Si entendemos que las identidades, pensadas como la convivencia entre lenguaje y semblante, encuentran más posibilidades de pensarse libres cuando encuentran la forma de nombrarse, entonces nombrarse desde el deseo es una estrategia libertaria.
Tras el repaso de solo algunos de los cuerpos planteados en este escrito, es posible abrir un interrogante de aquello que significa la “revolución” hoy, tomando como punto de partida imaginario las revoluciones de masas y pasando por la forma contemporánea en la que se gestan constantes revoluciones individuales. Modificar formas no siempre tiene que ver con cambiar los sentidos. La llama de la revolución sigue encendida en cuerpos que cambian: cuerpos que sosteniendo el deseo y transitando un mundo de permanentes presiones incentivadas por lógicas de compra y venta, se asumen como espacio político para sacudir las estructuras de la opresión.
El libro Revolución puede descargarse aquí
Para conocer más trabajos de Pierre Valls: www.pierrevalls.com
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