Nuestra hija se llama Juana. Para el presidente de mi país, su vida no es importante. Nunca me gustó el tipo, pero desde que vetó la Ley de Trombofilia tengo certeza absoluta de mi afirmación.
Es raro. Ahora, con dos hijos, la angustia por las pérdidas y el temor a nunca tener hijos revive y me doy cuenta que se me quedó prendida en el alma. Heparina y ácido fólico. Ecografías y lágrimas. ¿Cómo narrar la angustia y el dolor de los días y meses posteriores a cada pérdida de embarazo? Pasa el tiempo, la angustia crece y en el medio del dolor se decide volver a intentar, una y otra vez. Cuatro fueron los embarazos perdidos antes que Juana llegara.
Juana no es la única. Las historias se multiplican y a las que se conocen y relatan hay que sumar miles que permanecen en el dolor del silencio. Pero además, muchísimas otras que pierden sus embarazos sin siquiera saber del posible trastorno de trombofilia y de sus tratamientos.
La razón del veto es el dinero. La obligatoriedad del estudio tendría un alto costo y, frente a los altos costos, la lógica del dinero es sencilla y brutal: que sólo accedan los que pueden pagar.
Pero la obligatoriedad no fue un capricho de quienes lucharon por la ley. Si la trombofilia no es una enfermedad, el criterio médico para pedir el estudio recién podría aparecer con solidez después de episodios de nacimiento prematuro o muerte intrauterina. ¿Qué costo puede ser más alto que el dolor por esas pérdidas?
Resulta incómodo resignarse a esa lógica economicista para recordarles que esas pérdidas también tienen un costo para el sistema sanitario. Pero hasta para medir costos son discriminatorios. Nunca lo hacen desde una perspectiva integral, sino desde su lógica de negocios.
¿Qué hacer? Las mujeres que lucharon por la ley nos enseñan el camino. Si son capaces de seguir adelante luego de cada embarazo que no llega a término, ¿cómo se van a dar por vencidas frente al veto presidencial?
Desde el grupo de Facebook Trombofilia y Embarazo y desde muchos otros lugares, ellas siguen adelante. “La ley se vetó y nosotras seguiremos recibiendo mamás, apoyándolas, difundiendo para prevenir y luchando para tener una ley que ampare a la mujer y a todos los hijos y no al tercero por protocolo, a ¡TODOS!”, dicen y nos dejan una enseñanza para todas y cada una de nuestras luchas.
Vivimos tiempos de múltiples pérdidas y lo peor que podríamos hacer es resignarnos.
“Somos tan distintos e iguales”, cantan Juana y su amiga junto a Axel en su karaoke mientras escribo estas líneas.
No importa lo difícil que sea, tampoco cuántas veces haya que levantarse para volver a empezar.
Seguiré luchando hasta conseguir que quien presida este país valore como un derecho que una nena o un nene tan distintos e iguales a Juana no pierdan su oportunidad de nacer. Sé que no lo haremos solos, que hacen falta muchísimas voluntades. Pero escucho cantar a mi hija y se enciende en mí la certeza de que vamos a lograrlo.
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