Por Alicia Lazzaroni en En Estos Días
A Sofía Herrera la capturó un cóndor en un camping casi vacío de Tierra del Fuego, el 28 de septiembre de 2008, antes de que cumpliera los cuatro años. Estas aves carroñeras que bajan desde las montañas volando en círculos pueden matar a presas más grandes que ella. No tienen garras fuertes, aunque la niña, a la que no se le escapó ni un solo grito, pesaba mucho menos que un cordero. El cóndor chocó contra los ñires y replegó las alas para levantarla. La familia Herrera, una pareja amiga que los acompañaba con dos hijos de corta edad y otro menor, más el cuidador de apellido Urrutia, únicos ocupantes del lugar, no advirtieron que Sofía flameaba sobre sus cabezas ingrávida como un barrilete.
A Sofía Herrera, cuya búsqueda movilizó a todas las fuerzas públicas y vecinos de la provincia y el país entero, la mandó a buscar el padre biológico desde la cárcel de Río Gallegos.
A Sofía Herrera la raptó un joven de barba, que tenía un perro boxer y conducía un Gol rojo, según relató en Cámara Gessel el único de los menores que fue testigo presencial del hecho. El secuestrador la esperó junto a uno de los alambrados laterales del predio. Traspasó dos fronteras y cuatro aduanas hasta llegar a Santa Cruz, sin problemas.
A Sofía Herrera, cuya foto empapeló los parabrisas y lunetas de los autos en Ushuaia, Tolhuin y Río Grande -su ciudad natal ubicada a sesenta kilómetros del cámping-, se la llevó un pedófilo que rondaba por la zona, por donde solo andan algunos guanacos y los conductores que transitan a gran velocidad por la Ruta 3. Puestero de una estancia cercana, con aliento a capón, harto de la soledad y la mala paga, se enamoró de una muñeca de buzo azul y pantalón verde.
A Sofía Herrera la entregaron los padres para el tráfico de órganos. La expresión del rostro de su madre en la última foto con su hija lo dice todo. A la imagen, que aseguran haber tomado el fatídico día en la estación de servicio de YPF y que exhibieron como prueba de su viaje al camping “John Goodall”, le modificaron la fecha. Ella no tuvo más remedio que acceder, debido a una deuda de su pareja. Los dueños del juego y de la droga nunca perdonan. El corazón de Sofía en un recipiente helado, los ojos de Sofía y la sangre; la sangre de Sofía.
A Sofía Herrera la abdujeron seres extraterrestres que descendieron de un ovni. Hacía muchas décadas que no se registraban avistajes de esas naves en el cielo fueguino. Sus ocupantes sabían con precisión el momento exacto en que la niña quedaría rezagada del grupo que se alejó para buscar leña.
A Sofia Herrera la mataron su madre y su padre. No fue algo premeditado, sino un accidente doméstico. Asustados por la repercusión que tomaría el descuido fatal, decidieron cavar un pozo en un patio trasero de su vivienda y enterrarla. Para disimular, construyeron allí una parrilla. Hostigados por los dichos de una vidente que la Justicia más tarde consideró psicótica, decidieron remover frente a una cámara de televisión el cemento donde la mujer indicó que la habían ocultado. Pero hacía rato que el cuerpo no estaba en el escondite. Sofía Herrera nunca llegó al camping. Sus padres armaron un complicado ardid, del que hicieron participar a las personas que los acompañaron aquel día que en la isla nadie olvida. Solo Dios sabe qué ocurrió en el camino, cómo pueden tener la hipocresía de seguir buscándola, conseguir recursos para afrontar los gastos y relatar con soltura los hechos falsos una y otra vez.
Sofía Herrera fue dada en adopción a una familia de buenos recursos. Su madre, embarazada nuevamente de cuatro meses, ya había dejado, al cuidado de sus abuelos, otro hijo que tenía doce años al momento de la desaparición de su hermana.
Sofía Herrera se distrajo en el camping y perdió el rumbo. Tuvo la mala suerte de quedar aprisionada en una trampa para zorros. Un chilote sin ocupación, que cruzaba de Chile a Argentina por pasos no habilitados, la encontró llorando y la mató.
A Sofía Herrera la escondió un candidato a un cargo oficial, que pensaba hacerla pasar por desaparecida algunos días y restituirla a sus padres para aumentar su rédito político. Pero la cosa se le fue de las manos.
Sofía Herrera se escapó del camping aquella primavera. Mientras su padre creía que estaba con su madre y su madre pensaba que seguía a su padre, con sus piernas cortas y los pies pequeños cruzó la ruta en el kilómetro 2893, caminó cientos de metros entre manchones de nieve hasta llegar al mar que la atrapó entre sus olas, sirena trigueña enredada en sargazos.
María Cristina Delgado, la mamá de Sofía, fue nombrada como “mujer representativa” de Río Grande, por su incansable lucha que ya lleva más de una década. Continúa evaluando las fotografías de jóvenes parecidas a su hija que le envían, tratando de develar el enigma. No hace caso a las versiones de la gente y los medios, que hablaron de abducciones extraterrestres, cóndores hambrientos, criminales seriales y depravados sexuales. Cree que Sofía, de 16 años, está viva y feliz en algún lugar y que llegará el día del anhelado reencuentro.