Rosario Marina – Cosecha Roja.-
“Sabemos quién es el que le pegó el tiro a mi hermano. Este pibe de 25 años tiene cuatro casas acá en la villa. Es un narco”, dijo al mediodía Laura, la hermana, a los medios.
– ¿No podés correr el fuego un poco para allá que le hace mal a mi sobrina? –le dijo Osvaldo.
– ¿Por qué lo tengo que correr? –dicen que le contestó el paraguayo.
– Porque le hace mal a mi sobrina.
– Esperame.
Osvaldo creyó que el hombre no iba a volver. Pero cuando lo hizo, fue con un arma. Laura, su hermana, contó que cuando le pegó el primer tiro en la pierna, Osvaldo intentó levantarse. Pero el hombre le pegó otros dos: uno en el estómago y el otro en el corazón.
“Lo que yo quiero es que no digan que lo de mi hijo fue un ajuste de cuentas”, dijo Trinidad Loaiza a los medios. Recién llegada de Salta, está velando a su hijo. “Sin decir nada fue y le disparó. Dejó dos hijos y una mujer”.
“Nosotros no estamos en la toma. No estamos a favor de la toma tampoco”, aclaró la hermana.
Los que no están en la toma pero son vecinos de las villas cercanas dicen que muchos de los que están ahí ya tienen casa, que no necesitan. Adelante, bien cerca de la entrada, la mayoría son grupos de chicos jóvenes. Esos son los terrenos más caros para después vender. Caminando para el fondo de la toma, se ven más familias, más niños.
La ambulancia no llegó. La Gendarmería no se movió. Los colectivos no paraban. Tuvieron que sacar a Osvaldo por la entrada de la toma, que era la más grande, y frenar como fuera un colectivo que los llevara a la salita más cercana. Se pararon en la calle, le rompieron un vidrio y subieron a Osvaldo vivo.
Cuando llegaron a la salita bajaron el cuerpo del colectivo y lo apoyaron en el cordón. No saben si fue ahí cuando murió o si aguantó hasta entrar. Lo cierto es que Trini, su madre, no llegó a verlo.
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Osvaldo tiene puesta una remera del Indio Solari y unos pantalones color crema. En la pared atrás de él, el escudo de River enorme. Es una foto que sostiene su hermana, Laura, con los ojos hinchados, mientras le sacan otra foto. Está vestida de negro. El pelo negro, la calza y la campera negras.
La otra hermana está sentada. Una manta infantil le cubre las piernas. También tiene los ojos hinchados. Cada cinco minutos llegan mujeres, algunas con niños, a saludarlas. Cuando se abrazan, vuelven a llorar. Todavía no pueden creer que su hermano esté muerto.
Pasado el mediodía aparece Daniela, la esposa de Osvaldo. Una mujer de unos veintipico, bajita, el pelo negro atado. Le cuenta a las hermanas de su marido lo que le dijo la fiscal: que van a investigar. No mucho más. Por ahora, tienen que esperar. Los dos hijos, uno de 10 y otro de 6 años, no están con ella.
Antes que Daniela llegara, Laura contó que los niños no sabían nada.“Yo le dije a mi cuñada que le sacara el celular al chico porque los Soto somos conocidos y por ahí preguntan. El nene leyó un mensaje que decía: ¿qué le pasó a tu papá? ¿está bien?”. Hasta ayer los nenes no sabían que a su padre lo había matado un paraguayo.
Osvaldo era muy pegado a su madre. También a sus hermanas. Era el único varón. Tenía 30 años y dos trabajos: uno como camionero de la basura y otro como limpieza en el sanatorio San Cayetano. Tenía, también, dos chihuahuas. Gastaba lo que fuera necesario para que estuvieran bien. Era un amante de la naturaleza. Su hermana Laura cuenta que tenía “el balcón lleno de plantas y de pajaritos”.
Se había mudado a la manzana 1 porque la 28, donde vivía antes, era muy peligrosa a la hora que él salía a trabajar. A las cuatro de la mañana tenía que sortear a los borrachos y drogados que se peleaban a los tiros. Había visto mucha sangre, no quería vivir así. Entonces sacó a sus hijos y a su mujer de ahí y los llevó a una zona segura.
Trini es una de las fundadoras del barrio. Una de esas mujeres que no se queda quieta si matan a su hijo. Una de esas madres que no va a parar. Los primos de Osvaldo, tampoco. Están convencidos de que esto va a seguir, que va a haber venganza.
Para los medios, Osvaldo es un muerto que da pie para decir que la toma de tierras en villa 20, muy cerca del Parque Indoamericano, es violenta. Aunque la gente esté sentada, cada uno en su parcela delimitada con lanas, cintas elásticas y ramas. Muchos tienen machetes, porque el pasto está muy crecido. Muchos tienen hijos que ya saben lo que es aguantar en una toma: muchos son los mismos que exigieron una vivienda en el Indoamericano, en 2010. Aquella vez los sacaron y les hicieron firmar un papel –un supuesto censo-, prometiéndoles una solución. Pero tuvieron que seguir alquilando.
Alquilar una pieza en villa 20 sale 1500 pesos. Si es con niños, se complica más. Nadie quiere alquilarle a una familia con hijos. Algunos dicen que es porque son molestos. Otros, porque cuando los quieren echar, se defienden.“Te dicen: no me voy, esto no es tuyo, es del Gobierno de la Ciudad”, cuenta una vecina.
El fiscal Rolero ya pidió el desalojo. Hoy a la mañana dijo por radio: “Ayer por la noche pedí un allanamiento al Juzgado y ordené el desalojo como sea, si es en forma pacífica que así sea o por la fuerza pública”. También hoy a la mañana la familia de Osvaldo Soto lo estaba velando.
Al mediodía, algunos vecinos se reunirán con el juez Gabriel Vega en la sede del juzgado. Les van a pedir que desalojen el lugar de forma voluntaria y pacífica. Víctor Hugo Núñez, presidente de la Junta Vecinal de Villa 20, dijo que esperaban una “respuesta genuina” del gobierno de la Ciudad de Buenos Aires.
Son tierras contaminadas con plomo. Durante años, ese fue el cementerio de autos de la Policía Federal. No es un parque de pasto prolijo ni de casas de material ni de cloacas, luz o gas instalado.
La emergencia habitacional sigue. Y la respuesta parece ser siempre la misma.
Foto: Majo Malvares, Infojus Noticias
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