02 MG_9855_hebeRosa Bru se sienta en las escaleras de la Fiscalía de La Plata. De una bolsa rayada de hacer las compras saca una cadena larga, envuelta en cinta adhesiva y comienza a enrollarse el cuerpo con cuidado, como si se pusiera una bufanda. De a una, se le suman siete mamás de otros pibes víctimas del gatillo policial. Todas llevan colgado del cuello la foto de sus hijos, todos se parecen: son adolescentes y sonríen mirando la cámara.

– ¿Hay lugar? – pregunta una.

– Vengan, hay cadenas para todas- dice Rosa.

Rosa Bru es la mamá de Miguel, un estudiante de periodismo desaparecido por la policía en 1993. Esta mañana -a pocas horas de cumplirse 23 años sin su hijo- se encadenó a las escalinatas de la Fiscalía para exigir que recusen al fiscal de la causa: hace más de seis años que Fernando Cartagena está al frente de la investigación por la desaparición del cuerpo de Miguel y hasta ahora sólo hizo dos rastrillajes. “No podemos avanzar porque no investiga. Por eso vinimos a pedirle al Fiscal General que pase la causa a una fiscalía a la que realmente le interese”, dijo Rosa.09 IMG_0088_hebe

Los rayos del sol pegan fuerte esta mañana de agosto. Junto a Rosa están los integrantes de la Asociación Miguel Bru, dirigentes políticos y militantes por los Derechos Humanos. “Somos muchas las Rosas que buscamos a Miguel”, dice Miriam Medina, la mamá de Sebastián Bordón, asesinado por la policía en 1997.01

Rosa y Miriam charlan encadenadas en las escalinatas. Hace un mes, la mamá de Miguel le dijo:

– Algo tengo que hacer.  

– Si vos te encadenas, nosotras te seguimos.   

“Cómo no vamos a estar con ella si es la que nos enseña a luchar cada día”, dijo a Cosecha Roja Miriam. “Yo siempre pienso en que Rosita se debe ir a dormir y se debe despertar sabiendo que su hijo no está. Debe ser muy, muy doloroso”, dijo Eugenia Vázquez, la hermana de Andrea Viera, una chica que tenía 25 años cuando la policía la torturó hasta matarla.

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Rosita deambula por el hall de la Fiscalía con el pedido de recusación a Castagnolo en la mano. Un policía la persigue, cada dos o tres pasos se le pone delante y le impide el avanzar.

– Se tienen que ir ahora mismo o voy a llamar a la policía. Voy a llamar a la novena.

La provocación del agente no es gratuita: en la comisaría novena desapareció Miguel.

Cuando Rosa logra llegar a la mesa de entradas, le dicen que “hoy no va a poder ser, que el Fiscal General Héctor Vogliolo no se encuentra”.

– Nunca está para nosotros – contesta Rosa y le entrega el papel.

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La movida de hoy en la Fiscalía sigue esta noche en la vigilia por el 23 aniversario de la desaparición. Para acompañarla, un grupo de militantes de distintas organizaciones de DDHH cuelgan una bandera que dice “Justicia”. La seguridad de la fiscalía cierra con llave y asigna tres agentes a evitar que pasen.

– ¡Vinimos acá porque queremos darte un abrazo!- gritan.

Rosa se emociona por la compañía y el cariño. Cada aniversario, sufre como en el primer momento. “Los días previos a la fecha son los peores”, dice. “Recuerdo cada minuto del último día en que lo vi. Miguel se estaba cambiando para salir. Se paró en la puerta y me preguntó por unos jeans rotos que yo le había tirado a la basura pensando que no servían. Cada vez que me acuerdo me parece que lo veo. Pobre hijo, qué injusto el destino”.

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En 1993 Miguel Bru denunció que la policía había allanado ilegalmente su casa. Desde ese día las amenazas y las persecuciones no cesaron. El 17 de agosto de ese año cuidaba la casa de unos conocidos camino a Magdalena. Por algunos meses ese fue el último rastro que tuvieron de él sus compañeros. Miguel había desaparecido.

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Con el correr de los días se fueron abriendo distintas puertas y relatos y entonces, la familia y los compañeros de la facultad lo supieron: Miguel había sido torturado y asesinado en la comisaría novena. Fueron algunos de los detenidos esa noche en la comisaría quienes con sus testimonios ayudaron a que sus asesinos fueran encarcelados.

Dos policías bonaerenses fueron condenados a cadena perpetua por el asesinato de Miguel: Walter Abrigo y Justo López. Uno de ellos murió y el otro -después de negarle dos veces la condicional –fue liberado. El pacto de silencio que trazaron esa noche los bonaerenses de la comisaría novena no tuvo ni tiene una sola grieta. Nada se supo y nada se sabe del cuerpo de Miguel.

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En noviembre, Rosa Bru dio con la pista número 37 desde que desapareció su hijo Miguel: una casa platense en 10 y diagonal 77 que estaba por ser demolida. Un hombre denunció que allí tenían “algo que ver” con el caso. El análisis de ADN con los restos óseos que encontraron los antropólogos forenses dio negativo.

Rosa no descansa y sigue buscando.

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Fotos: Facundo Nívolo