Por Maykel González Vivero*
Se llama Efe Bar porque está en la calle F, en El Vedado, un barrio que siempre ha sido fashion en La Habana. Y por eso anuncian una noche de gala con Show Light’s en un póster violeta y añaden que “every Monday” se rifa una botella de Ballantine’s. Eso, los lunes. Esta vez era domingo y no había whisky que echar a suertes.
“No era la primera vez que íbamos al bar, varias personas me conocían allí”, dice Brian Canelles, un fotógrafo de 24 años que gestiona su propio estudio.
Terminaron de trabajar y fueron por unas copas. Brian, su hermana, su novio. La gramática de los bares es ambigua, pero no debe creerse que Arián Abreu era el novio de la hermana.
Ya pasaba la medianoche, se terminaba el 8 de julio de 2018, cuando el Jimagua, un agente de seguridad, expulsó a los tres. Agarró a Brian del brazo, fue hasta la puerta, la cerró. “Lo apodan así, el Jimagua, y me dijo que el bar no quería exponer esa imagen”.
Efe Bar tiene una estampa de grafiti en las paredes y cierto desorden. Los bajos fondos como inspiración, fetiche, y al final, artículo de lujo. Lo underground que deriva por la cuesta hasta volverse deseable para quienes tienen debilidad por los objetos exóticos y pueden pagárselos.
Cuando Brian le preguntó a qué tipo de imagen se refería ―“redundantemente le pregunté”, cuenta el fotógrafo―, el Jimagua le dijo que “al bar no le interesa el público gay, no queremos ganarnos esa fama”.
Brian estaba a gusto en Efe Bar hasta que besó a su novio y tomó una selfie del beso.
“Yo soy el que estaba aquí ese día”, admite por teléfono un empleado que dice llamarse Roberto y trabajar de manager. “No estamos en contra de nada, este es un lugar abierto”.
Y así lo acuñaron en su página de Facebook, en un comunicado de principios: “EFE siempre levantará la bandera contra la homofobia, nuestra política ha sido y será siempre respetar a los demás como personas, sin importar su sexo, raza, inclinación sexual o posición social”.
Aclarada su posición respecto a las minorías, la nota sugiere que Brian Canelles, Arián Abreu y la hermana de Brian Canelles mintieron. “Es una pena que se esté creando una opinión falsa y dañina sobre muchas personas en base a la opinión de una sola”.
No obstante, la periodista Mónica Baró refirió recientemente otro acto de exclusión en Efe Bar, luego de que en la puerta le avisaran que no podía entrar porque se celebraba “una fiesta privada”. Ella cree que la despacharon por racismo o por la ropa, esa marca de clase. Quizás por ambas.
“Yo iba con un amigo de piel negra”, escribió. “Íbamos vestidos como nos daba la gana. Cómo una persona se viste no debería importar. Íbamos vestidos. Simples, pero decentes. Y al parecer, la fiesta privada duró solo 30 minutos desde que nos fuimos, hasta que llegaron otros amigos con los que me encontré, que me dijeron que sí, que les habían dejado entrar”.
A José Luis Nodarse, un cubano que vive en Miami, le gustaba Efe Bar y allá se fue a pasar el rato. Uno de sus invitados, Coco, no pudo entrar.
“Quise reunirme con un manager, una persona a cargo, y le pregunto que si no le dejaban entrar porque era gay, entonces él se asusta un poco y me dice, no, no se trata de eso, pero nos reservamos el derecho de admisión”, cuenta José Luis.
Sucedió un par de meses antes de la expulsión de Brian, y el supervisor de turno le dijo que Coco no podía entrar porque lo habían visto en “estado no aceptable”.
“Mi amigo es conocido como gay y creo que si hay un mal comportamiento o una mala actitud solo en ese momento se debe actuar”, protesta José Luis. “Me quedó claro que era homofobia”.
La expulsión de Brian Canelles y su novio le recordó a Norge Espinosa, poeta, dramaturgo, las noches que tampoco entró al KingBar, en el mismo barrio fashion.
A pesar de la alusión al sexo anal en su logo, KingBar fue denunciado en 2015 por excluir clientes. Lo hacía con las mismas excusas, por las mismas razones que Efe Bar tres años después: prejuicios sexuales y sociales, límites de género y de clase, confundidos.
Una decena de activistas, con Norge a la cabeza, se fue el 27 de junio de aquel año a KingBar, en lo que asumieron como “un homenaje a los sucesos de Stonewall”. Era la víspera del día que gay y lesbianas armaron el memorable zafarrancho contra la policía de Estados Unidos y comenzó el movimiento de liberación LGBT. Pero no hubo botellas rotas en La Habana. Todo se saldó con una discusión en la puerta, flashazos de ambos bandos, y la invocación del derecho de los dueños a admitir o excluir.
A menos de una semana de la expulsión de Brian Canelles y después de la campaña de decenas de activistas, prácticamente un boicot, el bar hizo una jugada temeraria: se declaró “bar gay”. Norge Espinosa cree que este “amariconamiento overnight” solo revela la desesperación por salvar la clientela. “El EFE Bar ha decidido, con una rapidez casi olímpica, evitar la bola negra”.
Quizás los propietarios teman más que eso. Dos días después de que el Jimagua sacara a Brian, el 10 de julio, un número extraordinario de la Gaceta Oficial publicó un decreto, aprobado cuando todavía gobernaba Raúl Castro, sobre las “contravenciones en el ejercicio del trabajo por cuenta propia”. Será multado con dos mil pesos y cerrado, dice, cualquier negocio privado que discrimine también por género y orientación sexual.
El Código Penal cubano sanciona hasta con dos años de cárcel a quien “discrimine a otra persona”. El Delito contra el derecho de igualdad solo ha generado un proceso en Cuba, apenas el año pasado, cuando un taxista bajó de su auto con insultos racistas a la estudiante Yanay Aguirre. El episodio se saldó con multa de 500 pesos y una declaración de la Fiscalía General de la República para persuadir de que “Cuba no necesita leyes contra el racismo”.
La abogada Laritza Diversent, directora de Cubalex, una organización de asistencia jurídica, cree que el caso de Aguirre se resolvió porque “llegó a las redes sociales”.
“Intentamos presentar denuncias por motivos de discriminación y en las PNR [Policía Nacional Revolucionaria] se negaban a aceptarlas”, recuerda Laritza, que ahora trabaja desde el exilio.
“Previendo esa actitud elaborábamos otra queja que el cliente presentaba en la Dirección Nacional de la PNR. Con una llamada obligaban a la radicación de la denuncia. Sin embargo, junto con el comprobante de la denuncia, y sin que la víctima lo supiera, le daban a firmar el archivo del caso”.
Diversent asume que estos procedimientos irregulares explican por qué no abundan esta clase de denuncias en Cuba, y mucho menos los procesos legales por delitos como la discriminación.
La expulsión de Brian Canelles y Arián Abreu sucedió a pocos días de una declaración de cinco iglesias evangélicas contra el matrimonio gay en Cuba. La inminente reforma constitucional también quiere poner al día algunas nociones sobre las parejas y esa certeza ha movilizado a decenas de miles de cristianos fundamentalistas en una campaña a favor de “la familia tradicional”.
Nada se sabe de la redacción que tendrá el artículo relativo a las uniones, pero ya Mariela Castro, hija del líder Raúl Castro y la activista LGBT más influyente del país, dijo que impulsaría esa agenda en los debates sobre la nueva constitución.
La noche que expulsaron a Brian por besar a su novio, el bar estaba lleno de estudiantes de la Cujae, una universidad técnica de las afueras de La Habana. Muchos enfocaban, hacían selfies, posaban sin ración gráfica. Al día siguiente, mientras rifaban la botella de Ballantine’s, el rating del bar, toda su reputación, tocaba fondo en las redes sociales.
“Le dije que había gastado mucho dinero y no iba a irme sin hacer la foto, ahí me sacó y cerró la puerta sin más”, termina Brian Canelles. “Es un negocio privado pero no merecemos ser tratados así. Queremos una disculpa”.