“Hace un tiempo que empecé a ver una psiquiatra por estos ataques de angustia. Me da Rivotril y dice que yo lo asfixio, que soy paranoica, que tengo miedo de amar y que es el novio perfecto. Puede ser. Pero yo no escribo y la medicación no me hace nada. Me la paso llorando y queriendo dejarlo todo el tiempo. Con los meses, mi angustia crece y las peleas son cada vez más dramáticas”… “Al mediodía me consiguen un pasaje y vuelvo sola a la Argentina. Él llama a mi psiquiatra, se hace el preocupado. Se le quiebra la voz. Mi analista tiene sesenta años. Nunca estuve peor contenida, asesorada, atendida en toda mi vida, pero todavía no lo sé porque soy un fantasma. No sólo lo atiende, sino que además me dice que ahora lo importante es frenar la angustia y me da más medicación. Me dice que no puedo estar sola y mi amiga Lucía me viene a buscar, me lleva a su casa y me hace una sopa de Vitina que tiene gusto a lágrimas. Mientras trago, hablo, hablo, le cuento un poco. Digo cosas que ahora no puedo creer, estupideces, incoherencias. Por momentos tengo algo de claridad, pero en otros desaparezco, me desdibujo: ¿y si estoy loca como él dice? ¿Y si estoy exagerando? ¿Y si de verdad fue una pelea fuerte, si él no supo cómo frenarme, si yo soy imposible? Ella trata de sacarme de la locura como puede: me pide que le cuente sobre la telenovela que estoy escribiendo. Ya conoce la novela de memoria, pero sabe que yo sólo me calmo en ese momento, cuando hablo de lo que escribo”
Lo anterior fue extraído del invalorable aporte a la comprensión de la violencia de género extrema realizado, desde su propio sufrimiento, por la escritora Carolina Aguirre.
Carolina nos muestra en su carta que cualquier mujer está expuesta a quedar atrapada en situaciones de violencia y a la vez pone el foco sobre su terapeuta desnudando una conducta lamentable y harto frecuente en psiquiatras, psicólogos y psicólogas.
Las sociedades son patriarcales, es decir, que el mundo, las instituciones y los vínculos humanos está organizado según las categorías y valorizaciones masculinas. Las universidades que forman a profesionales de la salud mental dan poca o nula capacitación en la perspectiva de género y a la visión feminista de la realidad, que son las que permiten visualizar y darse estrategias ante el discurso hegemónico y las imposiciones de la cultura machista. Los patriarcados, para sostener sus sistemas simbólicos de dominación masculina, necesitan ejercer la violencia simbólica y otras violencias de género para disciplinar los cuerpos y disposiciones de las mujeres y otros cuerpos feminizados.
Así, dentro de estos sistemas de dominación social, la violencia de género extrema (VGE) que sucede en las parejas no es un problema vincular sino que es la expresión de la dominación social masculina en el vínculo de pareja o grupo familiar.
Quienes tenemos formación en género y conocemos acerca de los complejos mecanismos de la VGE, tenemos muy claro los siguientes ítems:
a) Las mujeres tienen derecho a una vida libre de violencias, por lo que en el consultorio y en sintonía con ese derecho, no debe permitirse nunca la presencia del macho-violento ni mantenerse ningún contacto con él.
b) ¡La terapia de pareja está contraindicada en VGE! en un vínculo en donde el varón despliega su dominación y por lo tanto hay asimetría de poder no hay posibilidad de generar espacios de salud.
c) La medicación no puede ser el eje del tratamiento sino un soporte para la psicoterapia.
d) Quienes estamos en el rol de terapeutas debemos estar alertas al relato de la paciente y hacer visible las actitudes o conductas manipuladoras y violentas a la que es sometida.
No es nada fácil para las víctimas el reconocer la violencia de género extrema. Las mujeres tienen siglos de entrenamiento en soportar violencias de baja y alta intensidad las que, unidas a los estereotipos sociales impuestos de “cómo deben ser” el hombre y la mujer, de “cómo deben comportarse” cuando conviven, generan condiciones de invisibilización de la dominación masculina, sus manipulaciones y violencias. Muchísimas mujeres pasan por tratamientos psicoterapéuticos en donde los y las colegas por falta de formación no detectan esas violencias, prolongando de esa forma el sufrimiento en la mujeres pues, si estas fueran alertadas, podrían comenzar sus procesos de liberación.
Si no queremos ser funcionales a la VGE y cómplices del agresor, además del análisis del psiquismo y la vida, debemos ser muy claros en fortalecer el criterio de realidad de la víctima y ayudarla a entender cómo se da la manipulación, cómo se expresa la violencia, informarle sobre grupos de mujeres e instituciones solidarias.
La mujer necesita salir de su situación de víctima, vivir su vida libre de violencias, recuperar para sí su tiempo, poder acostarse y levantarse sin miedo, terror, angustia, poder transitar sus espacios con libertad y recuperar esa alegría de vivir que los macho-violentos expropian.
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