Julia Muriel Dominzain – Cosecha Roja.-
Si la policía allanaba la casa de los capos, sólo iba a encontrar bolsas de supermercado llenas de plata. Si detenían a los “fisuras” que vendían en los playones de estacionamiento, ellos tiraban la droga al piso y prendían el casete: “no tengo domicilio, vivo en la calle, esto lo encontré por ahí tirado, no es mío”. Si intervenían los celulares, los podían escuchar poco: cada 15 días tiraban los teléfonos y compraban nuevos chips. Así funcionaba la banda de tres familias que, por turnos de cuatro horas, vendían droga en Barrio Rivadavia, en Bajo Flores. Compartían el territorio, los proveedores, remises y compradores. Le pagaban cien pesos a los vecinos para que guarden la droga y hablaban de la cocaína como “comida”, “ropa” o “patines”. La justicia los investigó durante 3 años y procesó a 21 personas.
La investigación empezó en diciembre de 2011 cuando Gendarmería recibió una denuncia anónima: alguien les dijo que un policía vendía drogas con su hijo Ariel y su cuñada Doris. Resultó ser Luis José Martínez, Sargento de la Comisaría 27, que ya estaba siendo investigado por la Policía Federal. Los vecinos declararon que comercializa cocaína de buena calidad, de las mejores de la zona. La justicia fue descubriendo los vericuetos para hablar de estupefacientes a través de las escuchas, igual que los detectives de The Wire: nunca decían “droga”. O casi nunca.
[El 20 de abril de 2013 “Pato”, pareja del capo de una de las bandas (Quirós), habló con otra mujer]
– Yegua, escuchame, vos no te habrás llevado ninguna camiseta sucia, ¿no? ¿en el bolsillo?
– Ah, sí, me parece que sí, la que me dio Rosario….
Los Quirós, los Martinez y los Conde eran bandas narco familiares que compartían empleados, automóviles, lugares de venta, amistad, parentesco y vecindad. La venta de paco y cocaína en el barrio se hacía en los playones de estacionamiento, en Guerra Gaucha y Malvinas Argentinas y en un kiosco. Los clanes se dividía en franjas horarias. Cada cuatro horas cambiaba el turno y quedaba a cargo una familia distinta. A los fisuras los compartían: el mismo pibe podía quedarse 10 horas seguidas en el playón trabajando para todos. Total, el pago era en especias, paco a comisión. Según consta en la causa, “los adictos en condición de calle son reclutados por los traficantes para la comercialización, siendo fácilmente reemplazables por otros cuando resultan aprehendidos por el personal policial”.
[El 6 de mayo de 2013 hablaron dos mujeres de la organización]
– Che, pero la comida para el perro la compró temprano.
– A la una y pico.
– Dejó la comida para el perro y se fue.
Los roles estaban claros: tenían “soldados” armados que se ocupaban de proteger a los vendedores. Tenían “satélites” a cargo de deambular por las calles y avisar con un silbido si aparecían extraños. Los que recibían el mensaje eran los “campana”, cuya función es alertar era si venía la policía. En lo operativo, los recolectores y repositores: se ocupaban de recaudar el dinero en los puntos de venta y comprar más en la 1-11-14.
El 27 de diciembre Leandro se subió a la bicicleta, recorrió el barrio juntando la plata y después fue a la agencia de remises de siempre, la “Riverito”. Ahí lo esperaba Osvaldo, que ya sabía lo que tenía que hacer. Fueron hasta la villa. El remisero lo esperó en la entrada y Leandro caminó por el pasillo de Barros Pazos. Minutos después, volvieron a Rivadavia.
Los mandos medios coordinaban y los capos guardaban la plata. Esa estructura jerárquica se repite en cada una de las tres familias. No hay un jefe máximo ni son un clan, si no tres capos con buenas relaciones entre sí, a las que no les convenía pelearse y que caminaban el barrio como si fueran los dueños. Tito dirigía la banda de “Los Quirós”. Su pareja “Pato”, su hijo “Chino” y su cuñada “Jeny” fraccionaban la droga y controlaban al resto de los integrantes. Ninguno vivía en el barrio: tenían una casa en Lomas de Zamora y un Audi A5. Las base de operaciones y el almacenamiento provisorio lo hacían en las casas 135, 135 bis, 125 y 127 del barrio. Diferenciaban la droga por el color de bolsa que usaban: azul para la pasta base, blanca para la cocaína peruana y celeste para la boliviana.
“Los Conde” no usaban envoltorio, vendían suelto, lo rayaban cuando se los pedían. No se descubrió dónde almacenaban pero sí pudieron saber que eran quienes daban las órdenes a los fisuras del playón. La banda de “Los Martínez” la coordinaba el policía. Tenía seis personas a su cargo que entregaban la mercaderìa en la casa 126: de ahí, los vendedores lo llevaban al playón y al kiosco de Fidel, donde la vendían.
[En julio, Tito mandó a Pety a chequear]
– Haceme un favor. ¿Viste el kiosquito de La Doris?
– Sí, decime.
– Así como estás, fijate la bolsa de palitos. Hay un par con pinta rara mal, todas de civil. Fijate.
El local queda frente a un monolito del Gauchito Gil. En la madrugada se veía gente entrar y salir. Siempre con las manos vacías. Cuando lo allanaron encontraron picadores de marihuana, pipas de agua y papelillos. Pero después revisaron la basura de la puerta: había una caja negra con 67 “tizas” y 6 piedras de cocaína, ademàs de balanzas de precisión. ¿Cómo confirmaron que la bolsa era del kiosco? Porque había un presupuesto de bebidas, por trescientos pesos.
Tere tiene 55 años, es petisa, tiene pelo corto y teñido de colorado, y anteojos. Por las mañanas, sale a limpiar la vereda y espera a los compradores. Si uno aparece, entra, busca mercadería y sale. Fue una de las detenidas en octubre. Cuando le preguntaron por los tres envoltorios de nylon con cocaína, los dos teléfonos celulares y los 22 mil pesos dijo que la plata la hacía en un “juego de pasamanos” con los vecinos, que los celulares eran viejos y los usaba el nieto para jugar y que la droga era de su hija adicta.
[El 13 de mayo Tito y Jeny coordinaron]
– Termino de colgar la ropa y voy.
– Dale, pero antes de irte lavá eso porque larga olor, ¡eh!
– Ya lo lavé, ya lo lavé.
Según los informes de la policía, se referían a las tizas, cilindros de droga que no habían sido “lavada adecuadamente después de que fuera evacuada por quien la portaba”. Que estuviera en la casa de integrantes de la banda era una excepción: en general, la droga la guardaban en casas de vecinos que no estuvieran involucrados a cambio de 100 pesos y amenazas. Así pululaba la droga: tres días acá, dos allá, uno en tal otro lado.
[El 31 de mayo, Pato habló con su pareja, el capo Quirós]
– Mandale al chino hasta lo de Oscar, que tiene que comprar un par de zapatillas.
– Eh, bueno, recién vino la sobrina. Le dejó un pantalón chiquito, como para que nos fijáramos.
El 31 de octubre de este año el Juez Federal Ariel Lijo, a cargo del Juzgado de Primera Instancia 4, ordenó 31 allanamientos. Después de 3 años de investigación, tenían claro a dónde ir para encontrar droga y dinero, y poder conectarlos. El operativo estuvo a cargo la Unidad Especial de Investigaciones y Procedimientos Judiciales de Gendarmería Nacional y se llamó “Guerra Gaucha”. Esa tarde 500 efectivos entraron al barrio y se quedaron hasta las dos de la mañana.
Algunos estaban uniformados y otros de civil, disfrazados de basureros y de repositores de agua. Lo primero que rodearon fueron los playones, como para centrar ahí la atención mientras el resto se acomodaba. Después entraron a los 25 domicilios, secuestraron más de 70 celulares, 12 kilos de cocaína, 347 mil pesos, 300 gramos de marihuana, 6 autos, una moto, elementos para fraccionar, balanzas de precisión, picadores, una escopeta, un revólver, una pistola, computadoras y tablets. El efectivo estaba en bolsas de supermercado. En la casa del policía Martínez encontraron 97 mil pesos, 20 chips de celulares y el arma reglamentaria.
Hubo 28 detenidos: 20 hombres y 8 mujeres. El juez los imputó a 21 por “tenencia de estupefacientes con fines de comercialización agravada por la intervención de tres o más personas”.
Durante la investigación hubo un testigo clave y una escucha con suerte.
[El 30 de mayo, Quirós peleaba por teléfono con Pilu, su ex pareja]
– Te voy a hacer la guerra, pilu, no me jodas porque te hago la guerra.
– Ay, bueno, no grites, no grites que no vendés nada.
– ¿Qué no vendo nada? ¡Sí vendo droga, puta de mierda!
El fin de la metáfora.
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