Ninguna película, serie o representación audiovisual es inocente. Todo relato supone un punto de vista sobre un tema. A veces, jóvenes entusiastas me piden opinión sobre sus guiones y luego insisten en que no quisieron decir aquello que efectivamente sus textos dicen. Dejan en evidencia el funcionamiento de la hegemonía: un sistema de ideas predominante en la sociedad, que no solo ejerce una manipulación sobre nuestras ideas, sino que es el verdadero hacedor de las mismas. Incluso, a pesar nuestro, la ideología que nos domina se nos escapará entre líneas si no estamos conscientes de ella, si no ejercitemos el pensamiento crítico sobre todo lo dado.
El cine es el arte con más poder de manipulación sobre el espectador, tanto para el bien, como para el mal. Tanto para ejercitar el pensamiento crítico, como para perpetuar los cánones del discurso hegemónico. Por esto, Thelma y Louise está, sin lugar a dudas, del lado del bien al ser una de las películas que nos ayudó a las adolescentes de los noventa a desbaratarlo todo.
Thelma y Louise es una obra maestra feminista porque su argumento se sostuvo, hace treinta años, en una consigna del feminismo actual: a ninguna mujer le creen cuando dice que fue violada. Este es el punto de vista que rige toda la acción. Cuando Thelma es atacada sexualmente en un bar y Louise asesina a su agresor, Thelma quiere llamar a la Policía pero Louise, que ya pasó por eso, sabe que nadie le creerá. Entonces escapan y así arranca la aventura. Con un desfile de hombres de porquería, la película nos dice a cada minuto que la palabra de las mujeres no vale nada y, si bien sintieron la necesidad de poner un policía con cierta empatía interpretado por Harvey Keitel, hay que reconocer que poner tantos hombres idiotas en una historia de 1991 ha sido no solo un gesto brillante sino, sobre todo, valiente.
Cuando Thelma y Louise aparecía en la tele de cable la dejabas, por eso en el recuerdo es como si una hubiera estado viéndola durante toda la vida. De hecho, hace dos semanas volví a verla en su aniversario y el final me hizo llorar como siempre, pero esta vez por algo distinto. Ese final que siempre me pareció dramático, fantasioso, exagerado o inverosímil, había cambiado. Ese final que siempre deseé que no sucediera por primera vez lo entendí como un triunfo. Me daba cuenta en ese entonces que argumentalmente de eso iba el final, de dos mujeres que se salían con la suya, pero no me lo creía, para mí perdían. Por supuesto que el mensaje no es que la única salida es matarse, eso sería muy literal. Lo que queda de Susan Sarandon y Gena Davis volando en un Ford Thunderbird del 66 es que en este mundo las mujeres no decidimos sobre nuestras vidas, por eso nuestras heroínas se van de este lugar. Y se van volando en un trueno-pájaro (Thunderbird) que nunca se cae. “No nos dejemos agarrar”, le dice Thelma a Louise antes de lanzarse al acantilado con una mirada tierna, resignada y una leve sonrisa en los labios, como riéndose de todo. No se dejan agarrar, por eso ganan. Está claro que no cambió la película, la que cambió fui yo. Quizás por mi edad, porque con mi propia historia vivida pude confirmar en la realidad cada escena de esa película o porque ya no tengo esa mirada hegemónica que ve exageradas a las mujeres ejerciendo su voluntad. Esta vez me lo creí, nada me pareció exagerado y festejé el pie de Louise en el acelerador como nunca antes.
No sé si tengo la capacidad de explicarles a las jóvenes de hoy lo que significó para todas nosotras ver la transición de Thelma de sumisa ama de casa a delincuente prófuga de la Justicia. Es propio del género road movie que el viaje acompañe la transformación de los personajes, pero es destacable en Thelma y Louise cómo esta transición sucede de un modo tan orgánico y bien logrado que casi no la vemos suceder. De repente, estas mujeres son otras pero son las mismas. Una de mis frases favoritas es cuando Louise le dice a Thelma: “Siempre estuviste loca, solo que esta fue la única vez que tuviste la oportunidad de expresarlo”. La transición culmina en la escena más espectacular, cuando Thelma y Louise hacen estallar al camión del pajero que las acosó durante todo el viaje. Es la realización del sueño de venganza que todas tenemos con aquellos que nos doblegaron. A partir de ese momento nuestras heroínas se empoderan para el carajo y se vuelven implacables, temidas, capaces de todo. Algo que no era común ver en el cine. Tan disruptivo fue que hasta Fito Paez hizo una canción sobre la película, un hecho que aun me deja perpleja, una obra sobre otra obra, el mismo cuento hecho canción.
En los noventa las películas de acción casi nunca eran protagonizadas por mujeres, el rol asignado para nosotras seguía siendo el de la figura arquetípica de la Edad Media: la damisela en apuros, siempre rescatada por un hombre. Si observan con cuidado, verán que las mujeres en las películas de acción de esos años solo estábamos para complicar la trama, para estorbar, para agregarle peligro al héroe que intenta salvarnos. La damisela está para tropezarse en el escape, para que se le resbale el arma o para quebrar en llanto agregando estrés a la situación. Recién doce años más tarde, con Kill Bill, inicia una era de mujeres protagonistas en películas de acción que es emulada con más fuerza hacia finales de la primera década del 2000 y llega hasta hoy en un auge, ya agotador, con las sagas de superhéroes. Hoy ninguna adolescente se sorprenderá con una película de acción con mujeres al mando. Sucias, despeinadas y enojadas parece ser la norma. Pero en ese entonces Thelma y Louise fue un oasis, una de las primeras películas en la que los varones no ejercían el sentido de la historia. Más bien, estaban ahí para estorbar sacándole el sentido a todo. Eran dos mujeres quienes conducían el relato y el relato era muy claro: las minas la pasan tan mal que no pueden ni tomarse dos días en la vida.