Ya llegó toda la paja de fin de año. El desenredo de las luces, el armado del arbolito, el encendido de las velas de Janucá, los ritos al dios romano de las puertas y los comienzos. Esa parte del año en la que todes celebramos de alguna manera y que coincide con el pago de los aguinaldos y la llegada de las cajas navideñas. Nada de eso en mi caso porque mi familia es monotributo. Pero también llega algo más. Todo lo que implica pasar las fiestas en familia y que tiene un peso particular para nosotres, las travestis y les trans.
Siempre que pienso en las celebraciones de fin de año, ninguna otra cosa me viene a la cabeza más que la combinación indivisible de soledad e incomodidad. Me pasa desde hace unas dos décadas, casi al compás de cuando empecé a tener conciencia de mí misma.
Y es que las personas trans, y la diversidad sexual en general, la tenemos bastante rodeada cuando se trata de las fiestas. Entre nuestras opciones está ser absolutes parias y haber sido expulsades del ritual familiar, vernos forzades a sostenerlo pese al terfeo navideño, o tejer otras perspectivas y grupalidades que sostengan, contengan y acompañen.
Desde los tiempos dolorosos, las travestis, esas mismas que se cagaban a botellazos en las esquinas y a veces se crineaban por un chongo también, se encontraban en las navidades y los años nuevos para lamerse las heridas. Esas heridas que nos sangran a las parias, que nos sangran a las naturalmente extranjeras, que nos sangran a esas, esos y eses que no tenemos patria, matria, familia, ni religión.
Y claro está que el amontonarnos siempre fue una práctica de neta supervivencia para nuestra población. ¿Puede también ser una práctica política de reivindicación?
Sobre esto conversé con Santiago Quizamas, hombre trans de 43 años y coordinador de Varones Trans y No Binaries de Santa Fe. Quería conocer su mirada sobre las celebraciones, el encuentro familiar y el tejido de otros parentescos posibles.
Lo primero que me dijo Santiago es que diciembre es un mes de mucha ansiedad y angustia, y a veces también de mucho dolor, para el colectivo trans.
—La sociedad no es la misma que en los 90 pero todavía se repite ese mandato social y cultural de estar compartiendo la mesa con personas que no sentimos que formen parte de nuestra familia. Tener que compartir esa festividad con personas que nos violentan o nos violentaron, que no nos respetan o no nos respetaron, es algo que sigue muy arraigado. Se pasa mucha angustia. Y vivirlo en la adolescencia aumenta al doble la carga.
Santiago elige los recuerdos felices a la hora de pensar en las fiestas. Su abuela bailando y agitando, que cuando tiraba la escoba todes alrededor tenían que cambiar de lugar.
Para él las fiestas tienen una carga de idealización que está, en la mayoría de los casos, bastante lejos de lo real, atravesada por la presión de cumplir con los estándares de lo esperable. Eso lleva a muchas personas trans al silencio y la invisibilidad.
—Nos enseñaron, nos adoctrinaron a que tiene que ser una noche perfecta, donde no podía salir nada mal, donde no podíamos discutir. Y es una noche más. A veces estamos muy rotos por dentro y tenemos que ocultarlo.
Cuando Santiago tenía 19 años pasó una navidad pintando un cuadro en su pieza. Sólo salió 15 minutos para el momento del brindis y se volvió a encerrar. Siguió pintando y canalizó ahí todo lo que pudo. El cuadro era el lugar donde podía hablar de lo que le pasaba. Sentía dolor y angustia y eso se expresaba en el silencio, en callar, aguantar, disimular, ocultar. Estar mucho para adentro.
—Para muches de nosotres cuando no teníamos la información que tenemos hoy, hacerles entender a nuestras familias que respetaran nuestros pronombres o nuestro nombre autopercibido era muy complejo. Hoy tenemos acceso inmediato a la información, y cuando esa familia, o ese entorno afectivo no acompaña, no respeta, se hace muy, muy doloroso.
Más allá de los avances enormes que nuestra población tuvo en los últimos años, esas situaciones siguen pasando y son muchas las personas trans y travestis expulsadas de la afectividad familiar. Santiago explica que cuando estás afuera de tu casa por haber sido violentade se abre una herida que no se cierra con el tiempo tan fácilmente.
—Llega diciembre y arrancan estas fechas en las que todo el mundo lo comparte con su familia, habla de paz y de amor, uno busca a sus seres queridos para compartir esa cena. Y se revuelven esos dolores y angustias inevitablemente .
Como activista Santiago es parte de una Asociación que nuclea a más de 190 pibis de toda la provincia de Santa Fe. Para él ser del colectivo en estas fechas implica ver y vivir de cerca la angustia y el dolor de sus compañeres de militancia.
Frente a eso, también la organización y el acompañamiento comunitario, salvan.
—Hace algunos años nos reunimos con amigues a compartir. Alguna familia que acompaña los procesos invita a algune compañere que está sole, porque en su casa las cosas no están bien o porque ya hace años que no comparte esa noche o es la primera noche que va a pasar fuera de su casa.
De su propia historia Santiago toma su experiencia para crear otros entornos de amor y cuidado para sí y sus familiares. Ahora la pasa mejor: hay cosas ya saldadas y algunos mandatos menos que antes. Igual siente que todavía falta mucho, que no estamos libres del todo lo que nos implica esa noche.
—Intento hacer una noche linda para mi hija, que se divierta, que la disfrute. Hacer de la familia un lugar donde quiera volver y quiera estar. La pertenencia que muchas veces no sentimos nosotres.
Si hay algo que el encuentro entre oprimides tiene como ventaja elemental es saberse reflejo de los dolores de otres. Y ahí vive una enorme fortaleza de nuestra población. Al menos hasta que todo sea distinto para nosotres.
Mi primera navidad como travesti la pasé en lo de mis tíos. Sentí todas y cada una de las miradas. La desaprobación. El aire tenso e incómodo frente a mi cuerpo. Las señales de que sobraba en esa mesa y en el mundo.
Nadie debería sentir eso teniendo 15 años. En ningún lugar, y menos aún en un contexto de ciertos afectos. Creo que a partir de ahí entendí que ser y hacer familia es otra cosa. Es renunciar a todo lo que no nos permite ser en libertad, pero también es ganar en cuidado, afectos y complicidades.
No dejo de pensar que es algo más: la lógica de la familia no alcanza para definir ese entramado excepcional en el que nos elegimos para acompañarnos. Será otra manifestación de la ternura como acto político. Como reza el manifiesto vivo de Dani D’Emilia y Daniel B. Chávez: “Ternura radical es algo / Que no hace falta / Definir”.
Estas fiestas son las primeras que voy a pasar siendo la cabeza de mi propio hogar. Siento que hay una niña ahí que todavía necesita sanar todo eso que se rompió antes de poder desarmarlo y soltarlo.
La casa va a estar abierta y de fiesta, esa que también nos negaron. Para que nadie se quede sole, para que no haya que resistir para pertenecer, para poder ser en libertad. Para todes aquelles que buscamos otras ternuras que nos armen para sobrevivir.