chocobar

Los dos nacieron en Salta, ambos de origen humilde. Los dos vivían en el barrio de La Boca. Sus vidas se cruzaron el último 8 de diciembre, con la de Joe Wolek, un fotógrafo estadounidense nacido en Louisville, Kentucky, la ciudad en la que Muhammad Alí nació y creció bajo el nombre de esclavo de Cassius Clay.

Luis Chocobar estaba de civil y se dirigía de su casa en La Boca a su trabajo, en Avellaneda, donde integra la policía local. Pablo Kukoc y otro joven, en Olavarría y Garibaldi, atacaban a Joe Wolek,  el viajero y fotógrafo estadounidense, para robarle una cámara y otras pertenencias. Fue mucho más que un arrebato. Wolek recibió diez puñaladas en la cara, el cuello y el pecho, dos de las cuales perforaron su corazón. Cuando el policía advirtió lo que sucedía, persiguió cerca de 300 metros a los jóvenes en la huida  y les disparó. Una de las balas impactó en una pierna de Kukoc fracturándole el fémur. La otra le ingresó por la espalda, alcanzándole el cólon, el hígado y el intestino delgado. Kukoc y Wolek fueron llevados al Hospital Argerich.

El 13 de diciembre, el mismo día en que el fotógrafo estadounidense abrió los ojos y comenzó a alejarse del peligro de  muerte, Kukoc falleció en el hospital a consecuencia del disparo recibido en la espalda.

Aunque no era un viajero como Wolek, Kukoc tenía un pasaje. Era el regalo de cumpleaños de su padrino, para viajar ese mismo 8 de diciembre  a  San Bernardo y pasar el fin de semana largo junto a sus amigos. Tenía 18 años y vivía en La Boca con su madre, Ivone, de 39, desde hacía seis años. La noche del jueves la pasó con un amigo, tomando unos tragos. “Estaba escabio, pero tranquilo”, contaría luego Ivone. Entrada la madrugada, después de que se fue el amigo,  salió con otro muchacho. Ya era la mañana del nuevo día, el de la fecha marcada en el boleto para un viaje que nunca podría realizar.

El policía y el presidente

Cuando Luis Chocobar vio que su situación procesal se complicaba con riesgo de ser condenado por homicidio en exceso de legítima defensa, decidió hacer pública en twitter su situación.

Señor Dios hoy me pongo en sus manos …..una decicion injusta de un señor juez hoy me quita hasta las ganas de dormir (quieren cobrarme 400000 $ de enbargo y privarme de mi libertad).Desde el fondo de mi corazon se q actue de buena fe y en cumplimiento de mi deber policial”, escribió.

¿Por qué dudar de su sinceridad? Es muy probable que además de perseguir a quienes atacaron para robar y casi mataron al fotógrafo, Luis Chocobar creyó que parte de su misión policial era dispararle al joven que se daban a la fuga y ahora siente que es injusto que exista reproche de la justicia penal por haberlo hecho.

La capacitación que reciben los efectivos de policías locales suele ser acelerada y, aunque incluya formación jurídica y en derechos humanos, se desenvuelve al calor de la urgencia para que los efectivos estén en la calle, frente al clamor de los medios y de la población por más seguridad. La cultura institucional se incorpora con mucho más fuerza que la formación académica y el clima de época está marcado por insistentes y reiterados mensajes señalando que los derechos y las garantías sólo protegen a los delincuentes, que la intervención de la justicia nunca resuelve nada y que la policía no debe tener las manos atadas para actuar. En esa prédica, disparar y matar es mostrado como un camino más expeditivo y cierto que los interminables vericuetos de la justicia.

“Estoy orgulloso de que haya un policía como vos”, le dijo el presidente Mauricio Macri, procurando sintonizar y capitalizar ese sentimiento de solidaridad con el accionar del policía.

Poco importa que los elementos obrantes en la causa indiquen prima facie que Luis Chocobar disparó por la espalda a Kukoc y que el juez se limitó a aplicar la legislación vigente en virtud de  lo sucedido. Macri y su gobierno deciden poner en el centro de la escena el caso porque saben que tienen mucho para ganar ante la opinión pública con su utilización mediática.

En primer lugar, ponen en debate un tema que les es mucho más propicio que los múltiples aumentos, la inflación, los despidos y varios otros que han comenzado a desgastar la imagen del presidente ante la opinión pública.

Pero además, no sólo hacen eje en la inseguridad procurando sacar rédito del temor y la sensación de indefensión que padece gran parte de la población, sino que además, aprovechan para reivindicar una lógica de intervención de las fuerzas de seguridad que arrasa con las libertades y los derechos de las personas.

El Presidente aporta la trascendencia pública del gesto de respaldo y la ministra Patricia Bullrich lo aprovecha para ir más allá y reafirmar su doctrina de presunción irrefutable de validez y no judicialidad del accionar de los efectivos de las fuerzas de seguridad. Tuiteó que Chocobar “actuó en cumplimiento de su deber de Policía y así debe ser interpretado”, en un tono imperativo que sabe respaldado por la maquinaria mediática y que en ese contexto tiene más peso real que cualquier opinión jurisprudencial o judicial. Su mensaje ejerce una función amenazante y disciplinadora hacia los jueces y refuerza las condiciones objetivas para un accionar sin límites ni restricciones de las fuerzas de seguridad.

Es evidente que este gobierno está dispuesto a arrasar con las libertades individuales, legitimar el gatillo fácil y la represión sistemática de la protesta social. Lo terrible es que gran parte de la opinión pública está predispuesta a justificar ese comportamiento.

También les sienta como anillo al dedo, por lo tanto, la reacción previsible de quienes nos expresamos en  defensa de las garantías constitucionales y de su estricta observancia por parte de los jueces. Zaffaroni es puesto en el centro del debate aunque no habló ni tiene vinculación con el hecho, el linchamiento mediático del juez se inicia recordando su intervención en casos anteriores y cualquier ataque o cuestionamiento al accionar del policía, lejos de preocuparlos, es potencialmente utilizable para ser ridiculizado y puesto al servicio del neopunitivismo mediático.

¿Qué es un exceso de legítima defensa?

El juez necesita corroborar qué sucedió esa noche. Testimonios, pericias, elementos de prueba que le permitan dilucidar y determinar responsabilidades en el marco normativo del Derecho Penal.

El exceso de legítima defensa no lo inventó el juez. Tampoco Zaffaroni. Está en el Código desde sus orígenes y es consecuencia de la reflexión criminológica en la valoración de las conductas humanas. Si alguien lesiona un bien jurídico y/o pone en riesgo otros y la víctima u otra persona –un policía, en este caso-  intervienen, ¿cómo valorar la medida de su intervención y su reacción?

El artículo 35 del Código Penal regula la cuestión que aquí se examina. En efecto, sostiene dicha disposición legal que “el que hubiere excedido los límites impuestos por la ley, por la autoridad o por la necesidad, será castigado con la pena fijada para el delito por culpa o imprudencia”.

La norma no es fruto de un febril y trasnochado arrebato ultragarantista de alguna cofradía sacapresos, sino que está incluida en la redacción original del Código Penal. El  doctor Moreno, autor principal del proyecto, señaló que esa inclusión fue consultada personalmente por él al doctor Julio Herrera, con quien convino la redacción del artículo tal cual se sancionó. El doctor Herrera tomó por modelo el art. 50 del anterior código italiano (de 1889).

El exceso fue definido por Soler como “…la intensificación innecesaria de la acción judicialmente justificada”, o también como la situación que concurre “…cuando el sujeto en las condiciones en que concretamente se halló, pudo emplear un medio menos ofensivo e igualmente eficaz”.

Nuñez sostiene que “lo más adecuado es decir que la desproporción objetiva del medio de ejecución empleado, subjetivamente debe obedecer a un estado de excitación o perturbación del ánimo del autor o a un abandono por parte de éste de las reglas de prudencia observables en el caso, que, sin alterar su finalidad de ejecutar la ley, ejecutar su autoridad o sortear el peligro, lo ha llevado al exceso. Por consiguiente, el exceso no sólo es compatible con aquellos estados de ánimo del autor que, por un simple error vencible, y, por consiguiente, culpable, no lo privan de la conciencia de cumplir un fin legítimo, sino, también, con aquellos que acusan una culpa positiva de su parte (real imprudencia)”.

Eugenio Raúl Zaffaroni al tratar la cuestión entendió que “no se trata de que las conductas previstas en el art. 35 sean culposas, sino que el Código Penal establece, únicamente, que se le aplica la pena del delito culposo. La disminución de pena que se  opera en el mencionado supuesto no obedece a error ni a emoción ni a cualquier circunstancia similar que disminuya la reprochabilidad o culpabilidad de la conducta. No hay culpabilidad disminuida en tal supuesto, sino que se trata de disminución de la antijuridicidad: es menos antijurídica la acción que comienza siendo justificada y pasa a ser antijurídica, que aquella que comienza y concluye siendo antijurídica”.

Si Luis Chocobar no hubiera intervenido quizá Wolek no estaría vivo. Pero ese accionar que comenzó siendo justificado, se habría tornado antijurídico, al disparar por la espalda luego de perseguir 300 metros a alguien que huía. Si esa termina siendo la conclusión final a la que llega el juez en base a las pruebas y testimonios obrantes en el expediente, sería disparatado afirmar que su decisión no se ajusta a derecho.

Sin embargo, el linchamiento mediático está en marcha y al juez Velázquez ya le recuerdan, además de algunas cuestiones de índole personal, su intervención en el homicidio de Braian Aguinasco, en que declaró inimputable a un menor peruano acusado de homicidio y ordenó entregarlo a sus familiares en Perú. El caso también generó revuelo mediático, aunque el propio abogado de la víctima reconoció que el sobreseimiento lo impone la ley. Al juez no le quedaba otra opción. La tutela legal no podía quedar a cargo de los padres del sospechoso debido a que el papá tiene antecedentes penales y la mamá está en Argentina con arresto domiciliario. Quedaron solamente los abuelos que viven en Perú, por lo que tomaron la decisión de darles la tutela a ellos y, de alguna manera, sacarlo de la Argentina”. La investigación del caso sigue en marcha y hasta aquí son endebles los elementos de prueba a los que recurrió la policía para acusar al joven.

El viaje de tres vidas

Wolek nació y creció en la ciudad de Muhammed Alí. Así, en sus inicios como fotógrafo y artista de concepto, puso su mirada en la clase media blanca, en la que muchos de sus miembros segregaban a los negros pero que, con la globalización, también terminaron padeciendo su propia marginalidad y quedando bajo la línea de pobreza.

El fotógrafo abandonó de joven Louisville y se formó en la Universidad de San Francisco y en la Escuela de Arte de California. En 1999 recibió una beca de la Fundación Durfee y a partir de allí su vida artística cambió y se embarcó en proyectos conceptuales en diversas partes del mundo.

Su trabajo puso la mirada en “el aumento de la nostalgia como fuerza social”, algo que quizá pueda ser parte de la explicación de por qué el neopunitivismo mediático cala hondo en la sociedad.

Su periplo en nuestro país lo llevó por Ushuaia, Calafate, el estrecho de Magallanes y las Cataratas del Iguazú. Quizá algunos podemos enterarnos de que en Tierra del Fuego existe una plaga de castores a partir de que su visita cobró notoriedad por lo que tuvo que padecer en La Boca al visitar Caminito.

Durante su internación, Wolek entabló una muy buena relación con su médico, Yamil Ponce, y con el resto del personal que lo atendió. “Los verdaderos héroes son todas estas personas que están detrás mío, que me ayudaron cuando estaba en esa esquina y sabía que iba a morirme hasta que la ambulancia me trajo acá, donde los doctores, los cirujanos y todos los demás me salvaron la vida. No me puedo imaginar un lugar mejor, tuve mucha suerte de que me trajeran tan rápidamente con la gente que trabaja acá. No hay otro lugar en el que hubiera preferido estar”, declaró a los medios en la puerta del Hospital Argerich el día que le dieron el alta. Expresó reiteradamente su gratitud por el hospital público en el que le salvaron la vida, estableció una muy buena relación con quienes lo atendieron y forjó una amistad con su médico, Yamil Ponce, con quien compartió la llegada de 2018.

Me tiene hablando por teléfono a un show en argentina acerca de la situación con el oficial que arrestó y mató a uno de los atacantes. Todavía no estoy seguro de cómo se siente todo esto y no tengo suficiente de los hechos y las leyes”, expresó sorprendido por las repercusiones en su cuenta de Facebook.

¿Qué vieron sus ojos en las calles de La Boca antes de recibir el ataque? Afirma que en su arte “los espacios irrelevantes y pasados por alto se elevan a la importancia y se separan de la lectura del lugar por su estereotipo para formarse una nueva interpretación del paisaje contemporáneo”.

Luego de décadas de intentar mostrar los efectos de la globalización sobre las clases medias en distintas partes del mundo, Joe Wolek casi muere en un ataque que pone en evidencia esos efectos y salvó su vida porque aún existen hospitales públicos propios de los tiempos del estado de bienestar.

El viaje de Pablo Kukoc terminó sin llegar a usar su boleto a San Bernardo.

El de Luis Chocobar sigue. Eligió ser policía y, como buena parte de sus colegas, no termina de tener en claro qué se espera de él en esta sociedad.