Por Nina Sosnitsky- Jóvenes Por El Clima Tucumán
En la zona donde vivo en Tucumán hay agua potable casi todo el día. El acceso al derecho humano más fundamental y elemental de todos no es un problema para mí y para lxs pibxs de clase media. Pero en mi provincia 30 mil familias no pueden decir lo mismo. En Colonia Chazal, a 15 kilómetros de San Miguel, vecinxs que viven ahí hace 100 años resisten el avance inmobiliario sin agua. La cargan en tachos de pintura y ven crecer al lado un country con piletas, lago, campo de golf y todos los lujos de los más ricos de Tucumán.
Mientras en Wall Street el agua cotiza en la bolsa, en Salta las personas de una de las comunidades wichi tienen que caminar para conseguirla. Usan bidones donde antes se guardaba glifosato que tiran los productores agropecuarios en un basural al lado de sus casas. Son los únicos recipientes disponibles en kilómetros a la redonda.
Si hay un derecho que tengo y otra persona no, entonces es un privilegio. El agua no puede serlo. Sobre esto hablé el viernes 5 de noviembre en la marcha de más de 30 mil personas que reclamó a los gobiernos del mundo acciones concretas ante el cambio climático durante la COP26 en Glasgow, Reino Unido.
La conciencia sobre la falta de agua y la pobreza de mi provincia la tengo desde chica. Está alrededor, hay gente pidiendo agua en la calle. Pero en la COP26 supe que ese problema era común a otros países. Conocí las realidades de otros países, sobre todo África, y tomé conciencia de la identidad similar y diversa del sur global. No es casualidad que los países más pobres sean los más damnificados por la crisis climática. Hay detrás un entramado de un sistema productivo injusto que pone a un sector del mundo por sobre el otro.
Jóvenes por el Clima Argentina comenzó en Buenos Aires a principios de 2019. Desde ese entonces venimos trabajando con otrxs compas en el proceso de federalización y hoy estamos en más de 15 ciudades o provincias de toda la Argentina. En 2020 me volví desde Buenos Aires a mi provincia por la pandemia y junto con una amiga abrimos la sede de Jóvenes por el Clima en Tucumán. Lo lindo de la militancia y el activismo en esta causa es compartirla con pares de lxs que aprendo y con lxs que tanto comparto. Hoy me toca estar en Glasgow con algunxs de ellxs.
Me pongo a pensar lo que implica ser tucumana en la COP y me emociona. Vengo de una provincia que, cuando se aprobó la ley de IVE, en un municipio pusieron la bandera a media asta. Soy de la única provincia que tardó en aprobar la Ley Micaela, de la Tucumán de Belén y Lucia y de muchos casos más que podría seguir enumerando. Cada uno ha estado en las noticias, nos ha puesto en el mapa nacional como un lugar conservador sin tener en cuenta las resistencias que construimos ahí, en nuestros territorios. Hay algo que nos caracteriza a las juventudes vanguardistas de Tucumán: somos una contracultura artistica, feminista, con conciencia ambientalista, que activa por la justicia social y es transfromadora. El conservadurismo nos revela, empodera y fortifica.
Con la delegación argentina y lxs representantes de Jóvenes por el Clima que viajamos a Glasgow vamos todos los días a la COP26. Pasamos controles de seguridad, recorremos las actividades y hacemos visible que somos parte de la juventud que vino a cuestionar y cambiar todos los paradigmas. Nos dejan entrar, sí. Pero la toma de decisiones no está involucrando a las juventudes. En las salas de negociaciones y en las conferencias presidenciales donde se cocinan los acuerdos ganan el adultocentrismo y las restricciones de cupos.
Lo mismo pasa con representantes de Pueblos Originarios de distintas partes del mundo. No son partícipes de las decisiones cuando son quienes más sufren las consecuencias del extractivismo ambiental desde hace siglos.
Es difícil construir salidas ante la crisis climática y ecológica desde el espíritu de la justicia social sin que las voces del hemisferio sur digan presente.
Este sistema, que destapa sus fallas una y otra vez, nos llevará a un colapso ecosistémico si los gobiernos no actúan con inmediatez. La actividad humana y el vínculo que el mercado impone con la naturaleza son el motor de la crisis climática. Habitamos un sistema diseñado para unos pocos, a costa de una mayoría, que profundiza las brechas sociales y consolida las consecuencias de la crisis.
Todos los países tenemos responsabilidades comunes, sí. Pero esas responsabilidades deben ser diferenciadas porque los contextos son diferentes. Los modelos de desarrollo industrial del Norte son los que más contribuyeron al escenario actual. Quienes sufren el peor rostro del colapso climático son Latinoamérica y todos los pueblos del sur global. Y son los que tienen menores emisiones históricas.
Por eso estamos las juventudes acá. A pesar de las restricciones, los cupos y los entramados de poder, vinimos a hacer frente a la crisis climática desde una construcción colectiva, interseccional, estructural, popular e inmediata. Como dijo Salvador Allende, ser joven y no ser revolucionario es hasta una contradicción biológica. No tengo dudas de que la revolución está en marcha y que estamos construyendo y reconstruyendo la historia.
Cuando terminé de leer el discurso en la marcha de Glasgow levanté la cabeza y vi a las más de 30 mil personas frente a mí. Adelante de todo estaban lxs manifestantes de los países del sur global junto con Greta Thunberg. Desde la organización habían decidido que encabezáramos la marcha nosotrxs, lxs que siempre estuvimos atrás. Sentí la emoción de ser parte de ese mundo de gente unida por una causa común.
Nos dicen que lxs jóvenes seremos el futuro. Ya estamos siendo el presente.