Blas Correa, el joven de 17 años asesinado por la Policía cordobesa

El crimen movilizó a Córdoba y dejó en evidencia una de las peores caras de la violencia policial: gatillo fácil, encubrimiento y armas plantadas. El 7 de septiembre arranca el juicio oral a 13 policías imputados.

Blas Correa, el joven de 17 años asesinado por la Policía cordobesa

Por Natalia Arenas
05/08/2021

Cuatro días después de que la Policía de Córdoba matara a uno de sus hijes, Soledad Laciar se enteró de que estaba embarazada. “Tuve que preservar el dolor para cuidar a mi beba”, recuerda en diálogo con Cosecha Roja. 

Fue un embarazo complicado, pero finalmente todo salió bien. Hoy la beba tiene tres meses y es parte de la familia que Soledad define como “numerosa”: otra nena de un año y medio, un varón de 20, su actual marido y la hija de éste, de 15, que si bien no vive con elles, pasa mucho tiempo allí. 

Soledad es también la madre de Valentino Blas Correa, el joven de 17 años que hace un año, el 6 de agosto de 2020, fue baleado y asesinado por la policía cordobesa.   

“Yo no voy a volver a ser la misma”, dice a Cosecha Roja. “Para mí hoy es peor que el primer día. Porque al principio estás aturdida. Pero ahora lo extraño, sabiendo que no va a volver más”.

Un crimen, un arma plantada y 13 policías imputados

Como contó en esta nota Soledad, Blas tenía un grupo de 11 amigos muy respetuosos de la cuarentena. Cuando en Córdoba se habilitaron las reuniones familiares para los fines de semana en medio del confinamiento, las familias se pusieron de acuerdo para dejarlos juntar en las casas. Se les había dado por cocinar, así que un día hacían pollo al disco, al otro hacían un asado y así.

El fin de semana que mataron a Blas, se volvieron a bloquear las reuniones familiares, pero en Córdoba estaban autorizados los bares y restaurantes hasta la 1 de la madrugada. 

-Mami, no vamos a ir a ninguna casa porque no vaya a ser que nos pongan alguna multa y pongan en riesgo a algún papá. Nos vamos a un bar -le dijo Blas. 

La casa de Soledad estaba en obra, así que Blas salió el miércoles 5 de agosto a las 18.30 y fue a lo de sus abuelos a bañarse. Después se juntó con sus amigos para ir a uno de los bares habilitados. 

Ya entrada la madrugada del jueves 6, el grupo iba en un Fiat Argo por la avenida Velez Sarfield, una de las más largas de Córdoba capital. Se cruzaron con un control de tránsito y la Policía les hizo señas para que pararan. 

Pero no pararon. Minutos antes les habían querido robar dos en una moto y por eso iban rápido. El conductor pisó el acelerador, la policía los siguió y disparó al menos cuatro veces. Uno de los disparos entró por la luneta trasera y le dio a Blas en la espalda. 

-Me dispararon, pero no me duele -les dijo a sus amigos.

Los amigos lo llevaron hasta la clínica Aconcagua. Pero ahí no lo quisieron atender. Se fueron al Hospital de Urgencias. Cuando llegaron, Blas ya estaba muerto. 

Por esos días, una de las hermanas de Blas rondaba los 8 meses. Así que a la noche Soledad ponía su teléfono en silencio para que la beba no se despertara. Por eso no escuchó las llamadas de las familias de los amigos de Blas. El que sí atendió fue Juan, el más grande de los hermanos. 

-Mamá, pasó algo con Blas.

Soledad fue hasta la esquina que le indicaron. Estaba todo vallado por la Policía. Entró corriendo y a 20 metros del auto, la frenaron. “Lo único que alcancé a ver fue un hueco en el vidrio y las piernas de mi hijo colgando. Estaba tapado con un nylon. Esa es la mayor cercanía que tuve, hasta el otro día que me lo entregaron en un cajón”, cuenta.

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Más de dos horas después se enteró de que a su hijo lo había matado la Policía. Hasta ese momento, pensó que había sido un intento de robo. 

La versión de la Policía fue desarmada rápidamente: dijeron que hubo un tiroteo. Incluso, durante la investigación, una de las policías implicadas reconoció en su declaración que intentaron plantar un arma en el lugar.

Hace dos meses, la Justicia de Córdoba confirmó la elevación a juicio de los 13 policías acusados por el crimen. Entre ellos, el cabo Lucas Gómez, quien está señalado como el autor material del asesinato, y el cabo Javier Alarcón, quien, de acuerdo a la investigación, también disparó contra el auto en el que viajaba Blas. El resto serán juzgados por encubrimiento y omisión de deberes del oficio de funcionario público.

Por la cantidad de pruebas y los testimonios de los propios policías, Soledad confía en que todo saldrá bien en el juicio. Pero le preocupa que se sepa quién fue la persona que dio la orden de disparar y de encubrir.  “Acá hay una responsabilidad: no se sabe quién dio la orden, eso no figura en ningún lado”, dice.  

Y también le preocupa tener la certeza de que Blas no fue el primero ni será el último. “Desde que mataron a mi hijo, no hubo ningún cambio por parte del gobierno provincial”, dice. 

Dos meses y medio después del asesinato de Blas, la Policía de Córdoba mató de un tiro en la espalda a Joaquín Paredes, un pibe de 15 años que estaba comiendo un asado con sus amigos en Cruz del Eje. 

“Ahí fue cuando con mi hijo nos propusimos seguir la lucha porque dijimos: esto no para, esto sigue”, cuenta Soledad. Y en esa están. “En que la gente tome conciencia de que si no reclamamos un cambio esto no va a parar”.  

Para ella, es importante que la sociedad entienda esta necesidad de cambio. “El granito de arena que yo puedo poner es usarlo a Blas en el buen sentido, que sirva para mostrar que no es sólo él”, dice. “Lo que intentamos con toda la familia es que el gobierno tome nota de que las cosas las están haciendo mal”. 

Soledad dice que algunas personas no entienden su lucha desde el dolor, tan carente de odio y rencores. “A mí el odio no me conduce a nada y me hace mal. Yo no tengo interés de verle la cara al que mató a mi hijo”, destaca. “A mi me va a aliviar que no haya ningún Blas más ni ninguna Sole más que sufra lo que estoy sufriendo”, dice.

Extrañar hasta el mal humor

Blas cursaba el sexto año B del Colegio San José. Le apasionaba el fútbol. Era socio del Club Atlético Belgrano, institución donde su abuelo, Miguel “el Pato” Laciar, jugó en los ‘70.

“Durante 17 años, Blas fue mi bebé”, dice Soledad. 

Cuando se separó del padre de Blas y Juan, Soledad no volvió a conformar pareja por unos 10 años. En ese tiempo, fortaleció mucho la relación con sus dos hijos. “Éramos muy compañeros los tres. Ellos fueron mi sostén y compañía”, recuerda.

Cada día, la ausencia se siente. El lugar vacío en la mesa. Las manos fuertes en la espalda de su mamá que la molestaban y le hacían doler. Los chistes ácidos hacia su hermano. “Con Juan nos pasa que extrañamos hasta el mal humor”, dice.  

Soledad dice que nunca fue una madre apegada o de extrañar: “Ellos iban y venían y yo siempre sabía que volvían”. 

“Lo peor de todo es que no logro encontrarme con Blas en ningún lado. No lo siento, no lo sueño… no sé, supongo que ya llegará el momento”, dice.

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Una marcha en silencio 

Este viernes, cuando se cumpla un año del asesinato de Blas, su familia y amigues marcharán a las 18 por la ciudad de Córdoba desde Colón y General Paz hasta Patio Olmos.

Como la primera marcha multitudinaria que organizó su hijo Juan a una semana del crimen, esta será también en silencio y sin banderas. 

“Ojalá seamos muchos y como sociedad pidamos un cambio. Que lo pida yo sola, no sirve de nada”, dice Soledad. 

De la acción también participarán familiares de Joaquín Paredes y de otras víctimas de violencia policial en Córdoba, como José Antonio Ávila y Franco Amaya.

Soledad sabe que a veces es difícil que los casos de gatillo fácil o violencia policial generen empatía en la sociedad. “Es complicada la situación que se vive en el país con el tema de la inseguridad. La gente está podrida, entonces es difícil que entienda que tiene que haber un equilibrio en cómo actúa la Policía”, explica. 

Ella misma, a partir del crimen de Blas, se encontró haciendo un mea culpa.“Yo me di cuenta de lo mal que pensaba en estos casos”. “Es que a veces te quedas con el primer titular, no te interiorizas, y te das cuenta que (los policías) obraron mal. Vivimos tan apresurados que no nos damos tiempo para saber cómo fueron realmente las cosas”, dice.

Soledad aclara que no está en contra de ningún político y sabe que quien esté al frente de la seguridad de una provincia tiene “una tarea ardua”. “No es fácil, porque el cambio tiene que ser social”, dice.

Ella confía en la lucha colectiva. En los mensajes que intercambia con familiares de otras víctimas, en los gestos, en el acompañamiento: “Para que algo funcione, tenemos que estar juntos”.  

Natalia Arenas